«Γνωθι σεαυτόν», Una propuesta psicoanalítica para la interpretación de Las coéforas de Esquilo


Por Victoria Marín

La misión y tarea del poeta trágico no es otra que documentar en el pasado,

presentándolo como un experimento comprensible, algún fenómeno de índole psicológico-moral.

Johann Wolfgang von Goethe

A partir de los temas universales del héroe, el parricidio y  la ira divina, el dramaturgo griego Esquilo (525 – 456 a.C.) desarrolla la tragedia Las coéforas, la cual constituye la segunda parte de La Orestíada. Ésta es una trilogía en la que se cuenta la historia de Orestes, vengador e hijo de Agamenón, quien fue asesinado gracias a las maquinaciones de Egisto y Clitemnestra, la madre del héroe trágico y de la piadosa Electra. 

Al principio de esta obra, el príncipe aqueo afronta la pena causada por la muerte de su padre y la traición de su madre, a quien debe dar muerte por orden de Apolo. Posteriormente, cae sobre él el peso del parricidio y con este la locura y el tormento que le produce el acoso de las Erinis; desencadenando en términos jungianos, un estado patológico que tiene mucho que ver con el terror, la culpa, el rechazo y el tormento. Lo cual da pie para identificar en el desarrollo de la tragedia una de las etapas del hombre en el proceso de individuación o la búsqueda de sí mismo, proceso en el cual el héroe se presenta como un elemento en conflicto con el caos, con la madre y con la sombra. 

Según Jung (1976) en el mito o la leyenda —bases de la literatura y de muchas otras expresiones artísticas— los personajes son representaciones arquetípicas y mediatas extraídas del inconsciente (arquetipos), pues ya han pasado por la conciencia y por eso aparecen de manera inteligible, a diferencia de las imágenes confusas que vemos en sueños, las cuales son manifestaciones más cercanas a nuestro drama interno. Es por esto que podemos encontrarlos de manera estructurada en esta obra de Esquilo, la cual refleja muy bien el estado de quien emprende el camino del héroe y se encuentra en peligro de perder su identidad, ya sea por la preponderancia nociva de algún factor del inconsciente o por la falta de aceptación ante el espejo que no teme mostrar incluso la realidad más oscura.  

Dentro de esta lista de modelos, en primer lugar se puede mencionar el arquetipo de dios, el cual se manifiesta en toda la ayuda supraterrenal que hace posible la realización del héroe. Este exige la participación de la conciencia en la exploración del inconsciente. Zeus, Hermes, Perséfone… son varias las divinidades que se invocan en Las coéforas, pero es principalmente Apolo quien realiza la función atribuida a este modelo. Pues, es Loxias el ser superior que aboga por el autoconocimiento al exigir el pago de una vida con otra. Esto debido a que para Orestes la máxima de Delfos «conócete a ti mismo (γνωθι σεαυτόν)» implica la lucha contra la sombra y la posterior realización que podría surgir del proceso de individualización. 

Continuando con la identificación de esta serie de imágenes primordiales presentes en el texto, y en relación a la idea de la realización humana, se puede mencionar el arquetipo del sentido que representa al espíritu, al iluminador o al maestro; el cual suele aparecer bajo varias formas como la del rey, el mago o el anciano.

En esta obra se podría decir que su influjo benéfico se encuentra anulado gracias a la muerte de quien lo representa: Agamenón, cuya memoria exige una justicia cruel e implacable. Al extinguirse su vida se produce el caos, la desesperación y un tremendo vacío que conlleva muchos riesgos para el héroe que carece de su guía liberadora. «Tinieblas sin sol que inspiran odio a los mortales cubren la casa, debido a la muerte del amo» (Coef., 52-55). Sin embargo, queda la memoria del difunto y con ella las ansias de venganza. Ya menciona el Coro: «… no aniquila al alma del muerto la poderosa quijada del fuego, sino que después hace ver su ira. Llorado es el muerto y se descubre el asesinato; y, excitado, el lamento legítimo de padres e hijos busca venganza sobreabundante.» (Coef. 325-332). El vestigio del sentido, obnubilado por la oscuridad del inconsciente y convertido en un doloroso recuerdo, dirige los pasos de Orestes hacía la purificación de su casa, pero antes lo precipita a la hamartia, error fatal del héroe que se ve forzado por la situación a caer en la desgracia y a repetir el patrón criminal de la casa de Atreo, que desde Tántalo produjo asesinatos y maldiciones. Pues, al honrar a su padre y vengarlo, Orestes busca restablecer el equilibrio perdido a causa del desenfreno representado principalmente en la hybris y la adikía de Clitemnestra, quien acrecienta su descaro al intentar expiar su crimen con un rito postdeposicional que consistía en una simple libación. Pero, al realizar su cometido, Orestes se convierte en un transgresor que actúa en contra de la ley y de los lazos de sangre. 

Sin embargo, no solo la memoria del Atrida lo precipita al pecado y al infortunio. Hay otros elementos que lo llevan a la transgresión de lo sagrado e inviolable, como el arquetipo del ánima, esa figura que atrae e impulsa la acción, incluso de manera caótica, y que puede resultar al mismo tiempo amable, persuasiva e incluso peligrosa. Según Jung, «Para el varón el ánima está en la preponderancia de la madre…» (1976, p. 29). Además, siguiendo la teoría de Marie Louise Von Franz (2002), discípula suya, existe una primera etapa en el desarrollo del hombre en la cual el anima es indistinguible de la madre,  lo cual nos permite relacionarla directamente con Clitemnestra, pues ella es el motor de los crímenes e ignominias que resienten sus súbditos e hijos. Posteriormente, este arquetipo se verá identificado con la amante en un plano romántico y luego con una especie de guía a un nivel espiritual, pero no en este texto.

La traición de Clitemnestra induce al parricidio y desencadena el conflicto personal de su hijo, aunque ella haya intentado frenarlo con súplicas y amenazas. Debido a su traición, Orestes la asesina y se ve en peligro de ser devorado por el inconsciente, dejándose llevar no solo por su piedad filial y sentido de justicia, sino también por las pasiones, al igual que su madre. Lo cual no es de extrañar ya que este arquetipo de naturaleza élfica, aunque no puede ser tomado como una fuerza maléfica, en ocasiones promueve un comportamiento censurable ante los juicios del superyó. 

Por otro lado, si se quiere, el ánima puede encontrarse duplicada en Electra, quien en algunos aspectos repite el comportamiento de su madre, especialmente al desear la venganza y apoyar e incentivar a Orestes en pro del derramamiento de sangre. La misma Electra dice: «mi corazón —de mi madre heredado— es implacable como el de un lobo carnicero. » (Coef. 421-422) Ella se asemeja a la madre, la cual constituye por sí misma otro modelo bastante conocido que debe ser conquistado por el héroe para lograr la individualización. Sin embargo, en Las coéforas, el poder de este arquetipo y la mancha de la transgresión son tales que Orestes no logra desligarse de su madre con el solo hecho de darle muerte física, puesto que su opresión continua en el castigo de las Erinis; que a su vez, podría interpretarse como la primera prueba que se debe superar para acceder a lo desconocido: el encuentro con el arquetipo de la sombra. Pues, estas divinidades arcaicas, aborrecidas por dioses, hombres y bestias son tanto la mano divina que golpea como la expresión de la categoría de lo monstruoso, que amenaza con destruir al héroe si este no logra soportar la propia oscuridad presente en lo antagónico. Esto se explica de la siguiente manera: «… el ego está en conflicto con la sombra, en lo que el Dr. Jung llamó la batalla por la liberación. En la lucha del hombre primitivo por alcanzar la conciencia, este conflicto se expresa en la contienda entre el héroe arquetípico y las cósmicas potencias del mal, personificada en dragones y otros monstruos.»(Jung, Henderson, Von Franz, Jacobi, Jaffé, 2002:117).

Al final de la obra, el personaje principal recién comienza esta lucha contra esta parte vergonzosa de sí mismo, la cual no puede aceptar, pero tampoco perder; porque esto significaría su propia pérdida. 

Para Orestes, las Erinis son el espejo insoportable en el cual se muestra el reflejo ignominioso de un parricida expropiado de la vida social, lo cual, traducido al ámbito de la teoría psicoanalítica, podría representar una neurosis que evidencia la disociación de la conciencia. Esto demuestra que el enfrentarse a sí mismo es importante, pero no es garante de la plenitud, pues, hasta que no se supere la prueba del inconsciente personal, no es posible adentrarse en la gloria de lo universal por medio de lo particular. No se da el paso del pólemos al diálogos propuesto tanto por Esquilo como por Jung para lograr el equilibrio y, por ende, no se llega al ideal de la individualización plasmado en la máxima de Delfos. 

Bibliografía

Esquilo. (1993) Tragedias. Madrid: Editorial Gredos.

Jung, C.G. (1976) Arquetipos e inconsciente colectivo. Argentina: Paidós.

Jung, C.G.; M. L. Von Franz.; J. L., Henderson.; J., Jacobi., A., Jaffé. (2002) El hombre y sus símbolos. Barcelona: Caralt

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