El alma vive gracias a que es perpetuamente tentada, aunque se resista. Todo vive en oposición a algo. Yo soy aquello a lo que todo se opone.
Pessoa, La hora del diablo.
Mephisto yergue la cabeza,
No ve elegancia ni delicadeza,
Ve destrucción, suciedad, asco y pobreza.
Y sonríe…
Goethe apunta que Mephistopheles no puede concebirse como un ser demoniaco, que Mephistopheles siempre niega y que es un espíritu destructor por naturaleza. Lo demoniaco, mientras tanto, se despliega como esa fuerza que sobrepasa la racionalidad humana, que aterroriza naciones, a la propia naturaleza y, en especial, al espíritu de Goethe.
Sin embargo, esta concepción goethiana de lo demoniaco no parte de la moralina cristiana que lo niega por ser conductor del mal. Para Goethe no se aleja de ese δαíμων de la antigüedad que escandalizó a los griegos a través de su manifestación en Sócrates y que Herder consideraba un regalo celestial del genio1. Pero para Goethe es espantoso, le persigue y por ende huye de aquello.
Si Goethe le teme, es por esa preferencia por lo armónico, ese amor fati que se manifiesta especialmente en su panteísmo. Lo demoniaco es avasallador, se manifiesta con ímpetu y revuelve todo como una tempestad. Solo la naturaleza misma puede vencerle, nemo contra deum nisi deus ipse. Por eso la pretensión demoniaca de sobrepasar la naturaleza no tiene éxito, por eso Napoleón cae ante las fuerzas de la naturaleza2…
Lo demoniaco, dice Goethe, se manifiesta en una capacidad de acción decididamente positiva.3 El vínculo entre daímon y genio, entre daímon y creación, se mantiene vigente dentro de su concepción. La violencia de Beethoven y Kleist,4 los Caprichos de Paganini, todos son impulsos de lo demoniaco y, por ende, creadores.
Mephistopheles es una criatura negativa en exceso, insiste Goethe y, en efecto, aquel afirma:
¡Finalizado! Estúpida palabra.
¿Por qué «finalizado»?
¡Finalizado y la nada absoluta son una y la misma cosa!
¿Qué nos importa entonces la creación eterna?
¿Crear acaso para transfromarlo en nada?
«¡Ha finalizado!» ¿Qué se deriva de ello?
Vale lo mismo que si no hubiese existido,
y das vueltas a la noria como si fuese algo.
Preferiría el vacío eterno. (vv. 11595-11603)5
Preferiría el vacío eterno dice aquella criatura a la que todo le parece detestable.
Los hombres me dan lástima, en sus días de miseria,
y hasta a mí mismo me disgusta martirizar a esas pobres criaturas. (vv. 296-8)5
Pero Mephistopheles no niega la apuesta, se deja azuzar por la prueba de llevar hacia la perdición a Fausto. Si bien es un espíritu que niega, también es un espíritu burlón, el que menos a Dios importuna. Acompañante de la humanidad, para que no caiga en el letargo.
Es por ello que me inquieta creer que Mephistopheles no sea un ser demoniaco. Mephistopheles que labra todo el Fausto. Aquel que ante la demanda “dime quién eres” sabe responder: Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre provoca el bien.
Nuestro Mephisto, al igual que Goethe, es necrofóbico. Al igual que el gato, no juega con cadáveres. Prefiere que nada nazca, si al final ha de morir. Y es que hay que recordar, que el mismo δαíμων estuvo ausente, y no advirtió a Sócrates, el día en que fue condenado a muerte (Apología. 40b).6
A pesar de Goethe, no hay incompatibilidad entre la naturaleza demoniaca y la mefistofélica. Goethe no quiso admitirlo, tal vez, por el mismo terror que le inducía lo demoniaco en Mephistopheles. Fausto, al final de cuentas, termina siendo la imagen de Goethe, injustamente salvado, aunque se hubiese cumplido el contrato.
Sobre el autor
Arturo Rojas Alvarado (Costa Rica), es licenciado en administración y bachiller en filosofía.