La mirada y el arte de escribir poesía: entrevista con Édgar Trevizo

Édgar Trevizo es un poeta, traductor y editor maravilloso. Ha publicado diez volúmenes de traducción de poesía y tres libros de poemas. Además, es la mente y el corazón detrás del sello Medusa Editores.

Encontrarse con personas como él siempre es un milagro, un viaje del cual no se puede volver sin haber cambiado. Se podría decir que es un verdadero maestro en el arte de mirar, una de esas personas de extraordinaria sensibilidad y dulzura, capaces de construir poemas que han de convertirse en herramientas espirituales para iluminar los instantes y contemplar la vida.

Hoy, a través de esta conversación, quiero compartir con ustedes un poco de su luz.

  1. ¿Considera que a partir  del ejercicio poético se gestan diferentes modos de ver?

Sin ninguna duda. La vida cotidiana, especialmente en nuestra época, llena de prisa, tensión, ansiedad y preocupación constante por el futuro, fuerza naturalmente a nuestro cerebro a tomar tantos atajos como sean necesarios para mejorar nuestras posibilidades de sobrevivencia. Es decir, se incentiva a pensar en lo inmediato del trabajo, nuestras relaciones diarias con otros seres humanos, las necesidades básicas de la existencia y, poco a poco, se deja de ver de manera intensa, sin estar verdaderamente presente, otros aspectos de la realidad que son vitales para la sobrevivencia, esta vez del espíritu. La verdadera poesía es aquella que de manera constante nombra y nos llama la atención sobre aquellas cosas que pasamos por alto con frecuencia. Tomo como ejemplo un poema minúsculo de Czeslaw Milosz, de intensa sensibilidad oriental, Desde la ventana de mi dentista: “Extraordinario. Una casa. Alta. Rodeada de aire. Erguida. A la mitad de un cielo azul.” Tenemos aquí a un hombre en un asunto harto cotidiano: la espera. Una persona promedio hojearía una revista, o más probablemente miraría su celular. El poeta mira por la ventana y, gracias a un intenso proceso de síntesis metafórica a la que está acostumbrado, tanto por oficio como por inclinación espiritual, descubre que una casa erguida y alta a la mitad de un cielo azul es nada menos que un hecho extraordinario, porque nada en la existencia es en realidad ordinario. Pero solo el poeta es capaz de revelarnos algo así y ayudarnos a ver de nuevo, desde otra perspectiva, desde una realidad que con frecuencia se nos escapa. Al respecto, Charles Simić escribió alguna vez: “Mi objetivo es el demostrar a mis lectores que la cosa más mínima es, en esencia, ininteligible.” Milagrosa, diría yo, si esa cosa es bien vista. Mary Oliver lo dice mejor: “La atención es el principio de la devoción”.

  1. ¿Cuál es su noción de imagen y cómo trabaja con ella?

Opino desde el único campo en que puedo considerarme apto para contestar, es decir, desde la poesía. Para mí una imagen es el resultado de aquello que mencioné anteriormente: de un proceso de intensa síntesis metafórica que nos ayuda a ver el mundo de un modo distinto. Es decir, la imagen es una revelación, y esta puede ser sencillamente sensorial o, en el mejor de los casos, espiritual e intelectual. Recuerdo, por ejemplo, un verso de José Carlos Becerra, uno de los poetas mexicanos de mayor intensidad y lucidez. El poema al que pertenece es “Oscura palabra”, dedicado a la muerte de su madre. En algún momento del doliente poema, el poeta dice: “La lluvia nos ha hecho entrar en casa a todos, excepto a ti”. Esa es una imagen iluminadora, cargada de una epifanía que golpea, desgarra. Todos hemos entrado, excepto tú, que quedas solitaria bajo la tierra que poco a poco se humedece. A partir de esa revelación no podremos volver a ver la muerte de un ser cercano del mismo modo.

En cuanto a la manera de trabajar las imágenes en mi propio quehacer, la regla principal sería no construirlas a propósito, no forzar la entrada de estas elaboraciones metafóricas para embellecer, enriquecer o esparcir fuegos artificiales en el poema, sino seguir la esencia de este, que es principalmente comunicativa. La poesía dejó de contar a partir de la expansión de las vanguardias poéticas de inicios del siglo XX, pero me parece que ese contar, ese narrar la experiencia humana, ha seguido siendo una de las funciones esenciales de la poesía. Es por ello que seguimos leyendo con devoción a Homero, por ejemplo, porque a la vez cuenta y canta. En suma, el poeta debe seguir el hilo de lo que quiere decir y con la debida atención (la atención es el principio de la devoción) habrá de ir encontrándose con la forma específica en que el tema a mano debe ser tratado en su contexto; en otras palabras, debe demostrar la universalidad de la personalidad, su forma a la vez personalísima pero universal de decir las cosas. Algo que no interese tan solo al poeta, sino potencialmente al total de la humanidad.

  1. ¿Qué opina de la poesía visual y su relación con la poesía del λóγος?

Nunca, creo, me he sentido atraído por lo que comúnmente se conoce como poesía visual, aunque me parece que todo poema es una experiencia visual, a fin de cuentas. Al menos de manera parcial. Es decir, un poema puede generar una diversidad de experiencias sensoriales reales: auditivas, táctiles, olfativas, etc., que ocurren en la imaginación del lector o escucha del poema. Pero regresando a la pregunta, aunque esta clase de poesía es completamente respetable y en muchos casos admirable, no creo que tenga verdadero potencial de volverse memorable por el hecho específico de ser visual. El dibujo de una garza o una fuente hecha con palabras no puede ser tan memorable como lo que estas palabras dicen. En ellas está la esencia del poema; en el hecho comunicativo y en su potencial para detonar experiencias de diversas clases en quien lo lee o escucha. En este sentido, por cierto, en el de la escucha, el poema visual deja inmediatamente de serlo. La poesía nació como canto y debe construirse siempre como canción, como un intrumento que transforma a las palabras en notas musicales capaces de crear una impresión melódica tanto en la lectura en silencio como en voz alta. Así pues, por admirable que sea el poema visual, creo que la importancia está en la transmisión de cierta experiencia humana, incluso cuando el poema es difícil o llanamente incomprensible (la exploración del lenguaje, aunque intencionalmente no diga nada, es también una experiencia humana; el balbuceo es una experiencia humana). En estos términos, los poemas de Tristán Tzara, por ejemplo, contienen tanto de experiencia humana como los de Li Po, digamos. Pero en términos del truco, de las alteraciones a la forma tradicional, de los juegos, personalmente prefiero el poema en el que no existen. Prefiero la lectura sin distracciones (una regla de oro en mi profesión como editor dice: “al lector no se le distrae, ni siquiera con belleza”), una lectura, repito, en que el mensaje, las palabras y su danza no sean entorpecidas con juegos innecesarios. En un buen poema da lo mismo si todos los versos se alinean a la izquierda o si forman una torre Eiffel o una gaviota: el buen poema será memorable por lo que haya causado en su lector, y la sorpresa de una figura hecha con palabras no es perdurable. En cambio lo es lo que nos cuenta Ozymandias y lo que revela de la ambición humana por la inmortalidad; lo es lo que enumera con alta exquisitez Cosas que no sabía que amaba, de Nazim Hikmet, y lo que revela de nuestro persistente fracaso de poder captar la realidad presente como el milagro real que es; lo es lo que nos dice Vallejo en sus Heraldos negros, lo que nos hace sentir la Oda a un algarrobo muerto, de Neruda; lo que nos enseña sobre la vida cualquier poema de Rumi, Cavafis, Marcial, Kobayashi Issa, Katia Kapovich…

  1. A la hora de crear, ¿cuál es el papel de la necesidad de ver y del deseo de mirar y ser mirado?

Es una pregunta bellamente planteada… efectivamente, para el poeta ambas cosas van con frecuencia estrechamente unidas, me parece. La necesidad de mirar, para el poeta, desemboca indefectiblemente en la necesidad de ser visto posteriormente por otro. La escritura es eso: el deseo de ser visto, de conectar con otro. La poesía puede quedarse sin problemas en la necesidad de ver la experiencia humana desde una mirada estética y espiritual y hasta ahí, pero la escritura ya es otra cosa: es ese querer ser visto, y en términos más humanos, la necesidad de ser amados, que todos compartimos en igual medida. Recuerdo con esto algunas palabras que el sudafricano J.M. Coetzee compartió en su ceremonia de aceptación del premio Nobel. En ellas habla de su madre, ya fallecida por entonces y lamenta que no esté ya para verlo en semejante ocasión: “¿Para quiénes sino para nuestras madres nos esforzamos en ganar premios? —¡Mamá, mamá, mira: me dieron un premio Nobel! —Sí, qué bonito, John. Ahora lávate las manos, que vamos a comer…”

  1. ¿Como artista, es posible eludir la mirada de los otros?

Es posible, creo. Comienzo a recordar algunos casos, como el de Joseph Stroud, uno de los poetas contemporáneos más asombrosos y brillantes de los EEUU. Es difícil conocerlo en persona. En internet aparecen apenas un par de sus fotografías. No da lecturas públicas, no hace firma de libros, no concede entrevistas y solo envía sus libros a su representante, quien se encarga del resto. Su vida la divide entre su casa en las montañas, en su país natal, y su otra casa en las montañas, pero de México. Él ha logrado efectivamente eludir la mirada de otros en lo que a él como persona concierne, pero desde luego no ha eludido la mirada hacia su obra, en la que naturalmente se vuelca y en la que es visible. En este sentido el artista no puede librarse de esa mirada, aunque hay que aceptar que el artista rara vez desea sustraerse a ella por la razón que ya hemos discutido: la necesidad comunicativa, de conexión, la necesidad de ser amado. Si la aspiración a la fama ha sido tan persistente en la historia humana es porque se confunde la admiración con amor y, aunque, si bien es cierto que la admiración puede derivar en amor, no se da en el caso de la fama, en la que no hay posibilidad de sostener relaciones significativas ni siquiera con decenas de personas, mucho menos con cientos de miles o millones de ellas. El amor de la fama es una mera ilusión, pero una largamente deseada por los seres humanos de todos los tiempos.

  1. ¿Cree que existe un diálogo entre la mirada y el poema como imagen-palabra?

Desde luego. La mirada (en el sentido de la percepción sensorial de cualquier clase) es el inicio de cualquier poema, aunque muy pronto la trascienda. El poeta percibe un árbol de limones, por ejemplo (y esto puede ocurrir tan solo en su imaginación, evidentemente), y escribe que está “salpicado/de frías constelaciones amarillas”. Aquí la mirada ha sido rebasada rápidamente por la función metafórica: la imagen es ahora simultáneamente limones amarillos en el árbol y constelaciones amarillas; simultáneamente vemos estrellas y limones, la realidad ha sido rebasada, enriquecida por esa unión improbable pero cierta. Algo ha sido agregado a nuestra experiencia de la apreciación de un limonero: ahora es lo que siempre ha sido, un universo vasto y de asombrosa riqueza, no solo un árbol capaz de dar frutos. Esto nos lo revela el poeta gracias a ese diálogo, justamente, entre la mirada y la síntesis metafórica. Más delante el poeta dice (y disculpen que me cite a mí mismo): “la sabia sencillez del limonero/que sabe transformar la luz del sol/en luz del sol”. He aquí otra trascendencia de la mirada: un hecho sabido (las plantas transforman la luz del sol en energía y posteriormente en frutos) se convierte en una realidad poética distinta y más vasta: al partir un limón, tanto su brillo amarillo como su aroma nos recuerdan a la luz del sol, a la intensidad, luminosidad y carácter nutricio de la luz del sol. Y más allá: esto es una poética: la poesía debería ser suficientemente sabia como para simplemente transformar la luz del sol en luz del sol, no intentar embellecer lo insuperablemente bello con florituras, fuegos artificiales o trucos, sino aceptar con humildad su lugar secundario frente a la belleza siempre impecable de la naturaleza, de la realidad; el lugar secundario del lenguaje en la jerarquía de la existencia. Me apoyo aquí en Borges, en su poema Ítaca: “Cuentan que Ulises, harto de prodigios, / lloró de amor al divisar su Itaca / verde y humilde. El arte es esa Itaca / de verde eternidad, no de prodigios”. En otras palabras, el más sencillo de los poemas de Tu Fu tiene más posibilidades de ser eterno que prodigios como un caligrama de Apollinaire o la Tierra Baldía, de Eliot.

  1.  ¿El poeta puede ser no sólo creador de imágenes, sino también representación de las imágenes creadas?

Supongo que en cierto sentido el poeta va convirtiéndose él mismo en esa representación de imágenes. Y supongo que un buen lector de poesía también. Porque el poeta acaso no sea transformado necesariamente por sus propias creaciones, pero sí por las de otros. “Las palabras que mejor me describen están en esos libros que no saben que existo”, (cito de memoria a Borges, de nuevo.) Y aquí vino súbitamente a mi memoria una anécdota que acaso sea apócrifa, pero no por eso menos bella. O quizás, mejor dicho, más bella por serlo. Se cuenta que en su lecho de muerte Balzac clamaba insistentemente que llamaran al doctor Horacio Bianchon, esto para sorpresa de quienes le rodeaban, pues el doctor solo existió en la imaginación del novelista, quien lo hizo vivir en treinta y una de sus novelas de la Comedia humana.

  1. ¿Qué mira cuándo piensa en lo que ha escrito?, ¿qué importancia tiene la mirada retrospectiva en su obra?

Pienso muy poco en ello, a decir verdad. Quizás porque no he producido mucho o porque no he llegado a la edad en que pueda mirar hacia atrás y ver un panorama apreciable. Cuento apenas con tres libros de poesía publicados (uno de ellos, el primero, ya no me gusta en absoluto) y dos todavía en proceso de escritura y limpieza. Lo que veo al mirar a estos últimos cuatro es una creciente obsesión por la sencillez, como sucede con una gran cantidad de poetas cuando van acercándose a la madurez como personas y artistas. Tarde se aprende lo sencillo, tarde se encuentra la hermosura, se lamentaba José Hierro. Y ese lamento o aprendizaje lo he visto explícitamente en Milosz, Eugénio de Andrade, Joan Margarit, los grandes maestros chinos y japoneses, Borges, Simic y varios más. Creo que todo artista debería correr con la suerte de encontrar la sencillez y la hermosura que hay en ella, porque, por otra parte, la sencillez es una generosidad artística.

  1. Para terminar, ¿podría mencionar algunos autores o autoras que hayan dejado huella en su poesía y en la manera en la que la concibe?

Por supuesto, con el enorme gusto y a la vez la angustia que siempre provoca a un discípulo el tener que hacer recuento y selección de sus maestros. Evidentemente siempre se quedan algunos de ellos fuera, algunos que han sido tan esenciales como los mencionados, y ello causa angustia; no obstante, el recuento es también placentero y hermoso. El primero de mis grandes maestros fue José Carlos Becerra, a quien mencioné al principio. De él absorbí la magia profusa de la metáfora, de la imagen poética y de cómo estas cumplen la función de esclarecer aquello de lo que se habla, no de entorpecerlo con excesos. De Borges aprendemos todos, creo yo, la elegancia, la devoción y la humildad literaria; de Jack Gilbert aprendí la función del poeta como aquel que rescata realidades que a otros nos son inaccesibles y que solo gracias a ellos podemos volver a mirar como si ocurrieran por primera vez; de Mary Oliver, la atención al momento presente y el altísimo valor de todas las criaturas de nuestra tierra (“No voy a decirle a los niños que son mejores que el pasto. No lo son”); de Whitman, la vastedad; de Izumi Shikibu, la lección más importante: se necesita de muy pocas palabras para describir universos emocionales; de Homero, la empatía y la intensa exquisitez de lo sencillo; de Shakespeare, el sabio desencanto; de Eugénio de Andrade, la sensualidad que debe impregnar toda obra de arte humana; de Zagajewski, la noción de que “un poema debe contener el mundo entero”; de Louise Glück, la intensa sobriedad y la revelación de que la frialdad puede devenir en poemas asombrosamente hondos e intensos; de los maestros chinos, la sencillez y la ternura; de los japoneses, la delicadeza; de los árabes e indios el apego al milagro de ser un cuerpo; de los poetas originarios de norteamérica, el asombro; de los norteamericanos modernos, la devoción por el oficio, la técnica y la tradición.

  1. Costarricense, filóloga de profesión, estudiante del Posgrado en Literatura de la UCR, escritora, directora en Revista Virtual Quimera, editora en la revista Tolle Lege y jefa de redacción en la Editorial Estudiantil de la UCR. Autora del poemario La Edad de Hierro.

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