Después de tantos años de encierro, ella seguía sin resignarse. Creía que nadie la observaba y que podía pensar libremente sin temor a ser descifrada. Sin embargo, al otro lado de la ventana, yo la miraba y me compadecía. Paulatinamente, y sin darse cuenta, se fue dejando llevar por el hechizo de mi bondad felina. Poco a poco, su conciencia del entorno se deshacía en jirones que se tragaba el sueño; hasta que lo único que quedó fue un monólogo recurrente queriendo aspirar a diálogo. Ahora, puedo escucharlo todo claramente, vagando en algún lugar entre Thanatos e Hypnos. Sus palabras me llegaron ese día a través de aquella voz que la mayoría de los seres humanos no saben escuchar. Es ahora ella quien habla nuevamente y yo quien escucha.
«¿Por qué no puedo moverme? Ya no recuerdo la última vez que me sentí humana. Debería estar acostumbrada, pero, en mi inconformidad, vuelvo a preguntarte, como tantas veces, ¿por qué no puedo moverme? En cuanto me sentí atrapada en este cuerpo frío, empecé a envidiar el movimiento y a desearte. Pero, tú olvidaste la obra de tus manos y la diosa su bondad. Por eso mis días están llenos de espacios vacíos que, de vez en cuando, ocupan mujeres vestidas de blanco. Con rudeza restriegan mi piel, pues creen que nada siento; pero tan solo la vista me basta para experimentar dolor y ofenderme.
»Ojalá que el polvo penetrara esta carne, igual a la piedra, y se acomodara dentro. Ruego a los dioses para que algún día logre su propósito y me sepulte. La leyenda de este nombre me persigue, pero me atormenta la idea de que esta vez el destino no tendrá para ella un final feliz.
»Algunas veces, cobijado por Nix, Epialtes visita mi alma con tu rostro y me pregunta: «¿Qué es lo quieres?». Y yo le respondo torpemente, una y otra vez, de innumerables maneras, siempre lo mismo. Le respondo con ese deseo que conoces bien. Al cabo de varias horas que parecen años, sonríe y señala el cielo. Sus pupilas de un verde insano dan un giro repugnante, me miran fijamente mientras el cuerpo pequeño y la cara burlona van desapareciendo. Una especie de rabia y melancolía me consumen al saber que aún no soy un mito, y que esta época, tan distante, continúa siendo una tortura.
»Sin embargo, en medio de esta angustia, los espíritus han susurrado: «Él te visitará». Cada vez que pienso en esto sonrío y me pregunto: ¿para qué vendrás?».
Por fin, con esta interrogante, Galatea se ha quedado muda y anestesiada dentro de sí. Ese mal que los hombres llaman esperanza la ha llevado lejos hacia mundos en donde ni yo puedo escucharla.
La puerta se abre. Esta vez no la visitan las pesadillas, pues yo estoy aquí, pero un hombre diminuto y de ojos verdes entra con la muerte a sus espaldas. Se le ve pensativo y miserable. Una enfermera le acompaña. Ella porta una jeringa en su mano y se acerca a Galatea sin ninguna expresión en el rostro. Inmediatamente, cuando está lo suficientemente cerca, hunde la jeringa en el cuerpo de la joven bajo las sábanas. El hombre respira con alivio. Ella no regresará nunca y tampoco sabrá nada. Es mejor así, pensé, y con tristeza me quedé velando hasta el amanecer.
Para mi sorpresa, cuando de las montañas empezó a salir con fuerza el fuego que todo lo ilumina, una mano se posó con amabilidad sobre mi cabeza para despeinar cariñosa y suavemente mi pelaje oscuro. Yo le respondí con un débil ronroneo, antes de desligarme por completo de ese mundo. Sin embargo, lo último que vi antes de partir me intriga todavía. Aquel hombre seguía dentro de la habitación. Todavía se veía pensativo, diminuto y miserable, al pie de la cama de hospital en donde reposaba la figura de aquella paciente olvidada, la figura de Galatea.
Sobre la autora
Victoria Marín Fallas nació en San José, Costa Rica. Es filóloga clásica, docente de lectoescritura en la Universidad de Costa Rica, estudiante de filosofía y de la Maestría Académica en Literatura. Es compiladora de Anábasis, antología de narrativa fantástica y ficción histórica (Nacimiento, CR, 2020), El Legado (UPO, 2023) y editora de Los Hijos del Fuego, de próxima aparición. Figura como autora en Donde contamos hormigas y segundos (Poiesis, 2020), Antología Nueva Poesía Costarricense (MCJ, 2020), Voices (Centro Cultural de México, 2021), Rollos de Vuelo (EUNED, 2021) y 56 Altares: Filos y Espejos (Testigo Ediciones, Guatemala, 2022) y Fin de Siglo (EUNA, 2022). Su primer poemario, titulado La Edad de Hierro, se publicó en Chihuahua, México en 2022. Ganó el XIV Concurso de Escritura Creativa en Lenguas Extranjeras (UCR) en la categoría de poesía en lengua portuguesa.
Ha escrito artículos académicos sobre filosofía, mitología, literatura y poesía.