1
Un lince pasa por mi sueño
pero no deja rastro.
Es afuera del sueño donde quedan impresas sus huellas.
La mujer que duerme a mi lado las pisa cuando baja de la cama.
Las pisadas de la mujer y las huellas del lince se confunden.
Las termina de hacer una sola el viento que entra por la ventana
que nunca sé quién a mitad de la noche abre cuidadosamente
2
Me imagino que al bosque
se le ocurrió crear al lince
un día de frío en el que las hojas de los pinos
eran tan finas que casi no se les podía ver.
Cuando yo era un niño vi uno,
apenas si tuve tiempo de mirarlo, era rapidísimo.
Estoy seguro que de haber parpadeado
no hubiera conseguido mirarlo.
A veces el bosque te da esa oportunidad,
la de mirar un lince.
Debes considerarte afortunado
si es que uno se cruza en tu camino.
3
El bosque me mira
a través de los ojos del niño
que sabe dónde encontrar
las bellotas más grandes.
Me ha encontrado perdido
y me mira con recogimiento.
Le parezco alguien triste. Alguien que está solo.
El bosque me habla a través de la lengua del niño,
me dice: “Quédate a vivir aquí,
entre la hierba y la madriguera de la liebre;
aliméntate de huevecillos de mirlo,
tu vida será apacible”.
Y el bosque, a través de la mano del niño,
me ofrece una bellota,
la más bonita.
Y acepto.
Este es mi primer día en el bosque.
La respiración de los linces recién nacidos
me acompaña.
Sobre el autor
Fabricio Gutiérrez (CDMX, México) Ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villareal 2023 por su obra Estrellas mentales.