Estera

Hoy hace seis meses que murió mi abuelo. En su momento no me permití o no quise hacer un duelo. Hace unos días quise retomar eso que había quedado pendiente y fui con mi hijo a visitar la casa en la que vivió. Cuando llegué, encontré a uno de mis tíos en un galerón tejiendo una especie de cortina con restos de caña brava o no sé qué material. Mi hijo fue el primero en preguntar: ¿eso qué es? Mi tío respondió que eso era una estera. Como las que se usaban antes en las casas en lugar de colchones. Nos dijo que la estaba haciendo porque quería recordar cómo era que las hacía mi abuelo. Había buscado una forma de tenerlo más presente. De recrear sus movimientos. En realidad, no era una estera sino una memoria. Como las que tienen los celulares o las computadoras. Mientras mi tío iba colocando y amarrando venas de hojas secas, también iba contando historias que había contado mi abuelo. Yo las sé de memoria porque mi abuelo las repitió muchas veces y porque una vez lo grabé. Aunque estoy seguro de que tenía más nitidez el sonido que provenía en ese momento de la estera, a través de la voz de mi tío, que el registro que tengo guardado en algún drive de la nube. Siempre me ha gustado más el sonido analógico que el digital.

El día que murió, mi abuelo había salido a despejar un desagüe tapado con hojas secas o ramas porque en esos días había estado lloviendo. Cuando estaba subiendo de regreso por la loma, debajo de un árbol de guayaba, le falló el corazón. Llevaba puesto su sombrero y su ropa de trabajo. Se había agarrado a una cepa de monte para reclinarse. Tenía 92 años.

Dejé a mi tío solo porque me di cuenta de que tal vez había interrumpido algo importante. Una especie de ritual. Tal vez él también estaba haciendo un duelo tardío. No sé. Lo dejé tranquilo para que siguiera agregando circuitos a la estera. Para que las historias de mi abuelo siguieran oscilando en su cabeza. Me fui rodeando el galerón con mi hijo en brazos y busqué el lugar exacto en el que se detuvo mi abuelo, el corazón del abuelo, la voz del abuelo, hace seis meses. El panorama que se ve desde ahí es hermoso. Un cerro. Caminos de tierra. Árboles. Montañas detrás de las montañas.

Sobre el autor

Jeymer Gamboa es un diseñador, editor y poeta nacido en Santa Cruz de León, San José, Costa Rica, en 1980. Ha publicado libros de poesía como Días ordinarios (Pre-Textos, Valencia, 2011), Nuestra película de las vacaciones (Ediciones Liliputienses, 2014), La insistencia de la luz (Neutrinos, 2015), Un proyecto de futuro (Neutrinos, 2016), El desplazamiento circunstancial o Jardín (Ediciones Liliputienses, 2024). Obtuvo el XI Premio Internacional de poesía Emilio Prados (Diputación de Málaga, España). Estudió periodismo y producción audiovisual en la Universidad de Costa Rica. Ha dirigido numerosos documentales, videoinstalaciones y cortometrajes experimentales que se han exhibido en festivales y muestras internacionales, entre los que se destacan Rastros (2010), Extinciones (2012) e Imaginario (2013). En Argentina codirigió la revista trimestral de poesía Campotraviesa. Está vinculado en la gestión de distintos proyectos culturales como la librería Patio abierto, la feria de arte impreso Relato y el Taller infinito de escritura. También dirige distintos espacios y ciclos de música experimental. Los fines de semana suele viajar al pueblo natal con su hijo Florián y a veces escribe sobre esos viajes.

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