¿Qué le pasó a la angelita de alas de nieve cálida? Creyó que civilizar a la mascotita del diablo era cosa de un Ya o de un Así. Si el mismo Jung, cuando la tuvo en sus manos, no supo ubicar los arquetipos de los que procedía ni dilucidar nítidamente los símbolos que emanaban de su comportamiento. Se auxilió de exorcistas y gurús y no concluyó nada que se acercase a la verdad. La hipótesis menos desorbitada fue la de un monje tibetano converso; señaló que el energúmeno era descendiente directo de Caín y de Judas Iscariote. Por eso consideró que una cruz de ceniza en la frente lo libraría de Belcebú. Procedieron y de inmediato la bestia pegó un relincho, le creció una barba de erizo más larga que la de Moisés, los hombros y las extremidades se le llenaron de cerdas, y los pies y las manos se le volvieron pezuñas. Y el primer pezuñazo fue directo a la frente de Jung. Los místicos, desde el suelo, atestiguaron el vuelo de esa bestia sin alas que se estrelló contra un ventanal atravesándolo y dejando en el laboratorio el eco de un berrido.
La mascotita anduvo errando por el mundo; pasaba desapercibida porque las pezuñas y las cerdas le surgían en los días fértiles que le corresponderían a la madre de Jesús. Llegó a tierras árabes y en un área desértica que los beduinos llamaban Dubai, encontró restos de Babel, y en la profundidad de sus cimientos, halló una galería infinita de imágenes que registraban el transcurrir del Tiempo. En cada milenio nace una mascotita del diablo; él había nacido en 1666. Como ya había recorrido todo su milenio, valiéndose de otras puertas al Tiempo, se internó en la primera década del tercero. De las lenguas originadas en esa antigua torre, eligió la más rústica, la que se conoce como la lengua de Cervantes, y en la región más modernizada de la Tierra, le fue fácil conseguir trabajo enseñándola. Las pezuñas no representaron ningún problema; la transformación le acontecía cada cuatro domingos. Lo que nunca pudo controlar fue la compulsión de sus actividades de trogloditas.
En el lugar donde enseñaba, conoció a la angelita, quien sentía una gran devoción por su papá (enfermo ahora de Alzheimer). Como la mascotita tenía un carácter idéntico al de su progenitor, se obsesionó por las clases, pues la colmaban de muy gratos recuerdos.
La angelita era una psicóloga de éxito y se dio el lujo de contratarlo como maestro particular. Una noche, mientras en la sesión la mascotita se disponía a descorchar la segunda botella de vino tinto, ella le rozó el brazo tenuemente con sus yemas de plumas. La mascotita volteó y frente a él tenía unos labios carnosos de psicoanalista y, como toda bestia, los lamió y los mordió.
— Vamos a la cama.
— ¿Por qué? — preguntó ella.
— Porque así son las cosas.
Con el tiempo, la angelita descubrió lo que la mascotita intentaba ocultar: que procedía del Infierno y que su conducta correspondía a la del pitecántropo. Notó también en él la ausencia total de reglas.
— Creciste sin superyó, actúas en función de tus instintos.
Se empinaba todo alcohol, se zampaba toda comida y se echaba a toda mujer o muchacho que lo pareciera. Era un caso único para estudiar y quizá, con el tiempo, civilizar. En eso estaba la angelita, cuando en la madrugada de año nuevo, por debajo de los ronquidos de la bestia, sintió la vibración del iphone de la mascotita. Lo tomó, leyó el número y se metió a los textos; el más reciente era de su mascotita para alguna epsilona cautivada por sus encantos salvajes. Le deseaba año nuevo, y la angelita no se irritó; pero al leer la segunda frase de telenovela de cuarta categoría, “amor del alma”, le dieron ganas de dejar a su bestia dormida para siempre. Y mientras su dedo índice recorría en la pantalla un “mi vida”, un “cariño”, un “mi cielo”, no comprendía este furor que le hacía bullir el corazón como un iphone silente, en el que entra una llamada.
— ¿Cómo? Si ya sé que esta asquerosidad se mete con lo que se le ponga enfrente.
— ¿Por qué lloras, estúpida? — dijo la angelita racional y objetiva.— Deja los sentimentalismo para Univisión y Telemundo. Tu propósito es científico: civilizar al eslabón perdido que viajó a través del Tiempo.
Mas sus sentimientos desmoronaban su razón, y no le importó el Nobel ni nada.
— En cuanto despierte este cínico degenerado, lo pongo de pezuñas en la calle.
Ya no pudo dormir; el iphone enterrado debajo de su seno izquierdo vibraba y vibraba. Por fin la bestia se estiró como despertándose; ella se puso a roncar ligeramente; él se levantó, se dirigió a la cocina, aplastó el botoncito de la cafetera y se encendió un foquito rojo. Cuando el gorgoteo indicó que el café estaba listo, ella se puso una bata, cosa que nunca hacía, y salió de la recámara. En la sala encontró un simio desnudo, gacho, cenizo, meditabundo…
La mascotita tomó su café, su agua y su vino, pócimas fundamentales para su ritual de las cochinadas, y se acomodó en la cama en actitud de espera. La angelita entró, se recostó sobre el hombro bestial y sollozó.
— ¿Qué te pasa?
— Algo terrible sucedió esta madrugada.
“Murió el del Alzheimer”, pensó la bestia.
Cuando dijo el motivo de su llanto, él la acusó de fisgona.
— Fue la primera vez y la última porque no volverás a meterte en esta cama.
La mascotita no entendía el melodrama del cual él era el galán. Trató de abrazarla, de besarla pero fue inútil; la angelita tenía un ala muy herida.
La bestia se empinó el café, se vistió, se encaminó a la cocina y se sirvió más café.
— Es para despertar.
Ella lo acompañó al ascensor y presionó la palabra Lobby. Se corrieron las dos hojas y por vez primera la mascotita viajó solo en ese cubo.
Sobre el autor
Febronio Zatarain (México, 1958) emigró a Chicago en 1989, donde se ha dedicado a la promoción cultural y a la creación de revistas literarias. Sus más recientes libros, En Guadalajara fue (novela), Veinte canciones en desamor y un poema sosegado, y Febrónimos fueron publicados bajo el sello de La Zonámbula. Ha colaborado en diversas publicaciones de las que destacan la revista Crítica y el suplemento cultural La Jornada Semanal. En 2015 ganó el Premio Latinoamericano de Poesía Transgresora organizado por la editorial Verso Destierro con el poemario El ojo de Bacon publicado por la misma editorial en 2017.