Por Tamara Víquez
Se suele llamar “filósofos presocráticos” a aquellos pensadores entre el siglo VII a.C. hasta el siglo V a.C. en Grecia y parte de Italia, quienes intentaron romper con el esquema mitológico impuesto para explicar la realidad de una manera más lógica, racional, dando cuenta de lo que les rodeaba e intentando dilucidar sus fenómenos. Eran “amantes del saber” . Aunque escribían, no eran poetas, a pesar de que investigaban su naturaleza circundante, tampoco se les podía llamar “científicos”.
Con un afán científico e histórico de la época, empezaron a investigar el origen y la naturaleza del mundo. Se considera como el primero de ellos a Tales de Mileto, quien junto con Anaximandro y Anaxímenes formaron la escuela milesia, la cual se preocupó por encontrar una unidad fundamental que formó todo. Posteriormente se fue expandiendo a otras colonias griegas donde destacaron pensadores como Pitágoras, Heráclito, Parménides y los atomistas, hasta llegar a Atenas, donde surge la figura de Sócrates, quien marca una pauta para la filosofía posterior a él.
En este punto se habla de una transición del mythos al lógos, pero en realidad esta afirmación se pone en tela de duda, pues ambos siguen existiendo paralelamente como formas distintas de explicar la realidad.
“Ambas son, en efecto, actividades con algo en común; son obra de un ser pensante, el hombre, que trata de interpretar racionalmente la realidad y de comprenderla. En ambas se trata de reducir la variada complejidad, aparentemente caótica, de los acontecimientos del mundo a un esquema ordenado, en el que son fundamentales las relaciones de causa a efecto. En una y en otra se trascienden, pues, las limitaciones del aquí, del ahora y de la experiencia personal, para intentar elaborar un marco de referencia más amplio, en el que se inserta el pasado con el presente, y se considera al mundo en su totalidad como objeto de consideración. En los dos casos se abordan los grandes temas: el origen del mundo y la forma en que pasó de ser como era a ser como es, el origen de los dioses y de los propios hombres y cómo y cuándo nacieron unos y otros. En suma, se trata de dar una respuesta a cómo fueron y cómo son las cosas y, sobre todo, por qué las cosas son como son y no de otro modo”. (Bernabé, 2008, p.14).
Bajo este marco es que aparecen por primera vez las tragedias en Atenas. Su origen es incierto, pero la teoría más difundida es que surgen de las fiestas dionisíacas que se daban en los pueblos, impulsadas por el tirano Pisístrato. Ya alrededor del 536 a.C., aparece la figura de Tespis, a quien se le considera el primer pre-trágico, ya que presentó una tragedia en las grandes dionisias.
Pero no es sino hasta Esquilo cuando se considera el verdadero nacimiento de la tragedia, el cual coincide con la instauración de la democracia en Atenas. Se estima que escribió entre 76 y 90 obras. Sus sucesores, con quienes forman los tres grandes trágicos, fueron menores y de hecho se les considera como tres generaciones distintas las que representan:
“Esquilo pertenece todavía a una etapa arcaica, ha vivido la instauración de la democracia en Atenas y ha peleado gloriosamente contra los persas, como recordará su epitafio; Sófocles es un coetáneo de Pericles (nacido hacia 490) y de los primero sofistas. Eurípides, nacido hacia 480, no ha vivido personalmente el gran conflicto ni la solemne victoria de los griegos sobre los persas, y se ha educado en el ambiente ilustrado y en el esplendor de Atenas en la etapa periclea, y, ya en su madurez, presenciará la crisis cívica en la Guerra del Peloponeso (429-404)”. (García Gual, 2006, p. IX).
Se estima que Sófocles escribió alrededor de 123 obras y Eurípides alrededor de 92. Eurípides, por ser más cercano a Sócrates y el movimiento sofista, se vio influenciado mayoritariamente por estos, mientras que Esquilo y Sófocles tuvieron más influencia de la filosofía presocrática.
En la tragedia griega clásica, cada uno de los tres mayores exponentes tenía una concepción de lo que era tragedia, pero coincidían en que era algo “extremadamente conflictivo”, colocado entre el destino y la libertad. Según Hans Bogner, 1947, citado por Maliandi (1980), hay un “conflicto originario” de donde surge la tragedia, y ese es la instauración de la democracia en Atenas; se da una tensión entre las costumbres antiguas, sus dioses y el nuevo orden. Por esta razón, la tragedia al ser una interpretación actualizada de los mitos o una representación de la vida cotidiana, cumple con una función social y pedagógica.
Esquilo
En Esquilo, se da una “teodicea”, como la llama Maliandi (1980), que intenta demostrar siempre la justicia de Zeus la cual siempre va orientada hacia un bien, aunque ponga sufrimiento en la vida del hombre. “La “teodicea” de Esquilo tiende a resolver el clásico pluralismo griego en un monismo conciliatorio” (Maliandi, 1980, p.30); es decir, ese destino que lo rige todo es en un fin la voluntad del dios supremo. Ante esta circunstancia trágica, el hombre sólo puede ser ayudado por algo que lo trasciende, un dios, no por sus semejantes y leyes terrenales. Concuerda Badillo al decir que:
“Esquilo compone movido por una intención entre poética y teológica. Su designio es tanto metafísico y ético, como estético. Le acongojan los problemas del bien y del mal, de la libertad y de la justificación. Toda su poesía presupone la fe en un orden grande y justo del mundo. Su tragedia es un himno al orden de la justicia representado por Zeus, ante el cual palidecen tanto los demás dioses, que se ha podido hablar de una “tendencia al monoteísmo”. La sabiduría de Zeus gobierna el mundo y la vida según el principio de que “lo bueno debe triunfar”. El hombre es portador del destino y recorre su camino acompañado, además, por predisposiciones que hacen de él su juguete y le conducen a conculcar ese orden y al sacrificio necesario para restablecerlo”. (Badillo, 2004, p.28).
Cuando se habla de un “monoteísmo” o de un “monismo”, se puede ver una clara influencia de la unidad esencial de los primeros presocráticos, predominante ante el pluralismo que intenta dar razones después de la crisis eleata; Esquilo pone como su fuerza fundadora a Zeus, así a como Heráclito utiliza el fuego o Tales el agua.
“Dios en Heráclito es un ser omni-sapiente. El ser humano es sapiente solo conoce fragmentos de la verdad, lo que le lleva a confundir a veces los conceptos y juzgar erróneamente. Dios es el ser «de mirada amplia», y por amplia cierta y justa, no por ello un ser sin complejidad, de aparente contradicción, pues es la bondad y a la par la justicia (…)”. (García Álvarez, 2016).
Heráclito habla del fuego, lógos o Dios, y se puede ver con esta descripción como se da un paralelismo entre este dios que implica justicia en sí mismo con el Zeus que presenta Esquilo en sus tragedias, afirmado a su vez por Heráclito cuando dice que: “Todas las cosas las gobierna el Rayo”. Fr. 772 (22 b 64). (Eggers Lan & Juliá, 1981, p.388). En la tragedia de Prometeo Encadenado, Zeus es el que gobierna, el que ordena que Prometeo sea atado en las cumbres y sea atormentado con su castigo: “Preciso es que pague por este delito su pena a los dioses, para que aprenda a soportar el poder absoluto de Zeus y abandone su propensión a amar a los seres humanos”. (Esquilo, 1986, p.543). Heráclito, también menciona que “a todas las cosas, al llegar el fuego, las juzgará y condenará”. Fr. 774 (22 B 66). (Eggers Lan & Juliá, 1981, p.388)
García Álvarez (2016) afirma que el eje central en la poesía de Esquilo gira en torno al pólemos; para este poeta la obra se configura en contrarios: la sophrosyne frente a la hýbris, el pólemos frente a los ideales griegos. Varios presocráticos se apoyaban también en esta teoría de contrarios. Anaximandro oponía el frío y el calor, como el invierno y el verano que se sucedían entre sí. Para Pitágoras, con su orfismo, los opuestos consisten en el alma y el cuerpo.
Empédocles habla de la oposición de filia y neikos, encargadas de separar y unir los elementos y de producir el cosmos entero de manera cíclica, buscando siempre una armonía, como en Anaximandro. Además, Empédocles, utiliza también los nombres de los dioses como alegorías de los elementos en sus fragmentos.
“Las cuatro raíces de las cosas todas escucha lo primero cuáles son: Zeus resplandeciente, Hera dispensadora de la vida, así como Aidoneo y Nestis, que con sus lágrimas empapa el mortal hontanar”. Fr.7(6). (Bernabé, 2008, p.207).
Según García Álvarez, en Anaxágoras y en Demócrito también existe pólemos; en el primero puesto que en sus homeomerías existen múltiples naturalezas, ya que todas conforman los seres, sin ser todas iguales entre sí, y en Demócrito porque es el azar el que irrumpe esa “armonía” y está en constante movimiento.
En Prometeo encadenado, se presenta una oposición entre Prometeo, representante de la democracia, y Zeus quien representa la tiranía. De una forma parecida, trata los personajes en Las Suplicantes; las Danaides, huyen a refugiarse a Argos y a suplicarle al rey de esa tierra que se apiade de ellas, pues sus primos, los Egipcios, de manera tiránica quieren hacerlas casarse con ellos contra su voluntad. Cabe recalcar, que uno de los argumentos que utilizan para pedir piedad es el hecho de que ellas son descendientes de Io, quien fue amada por Zeus, y por ende ese amor del dios se extiende hasta ellas. El negarles el asilo que ellas están buscando implica injuriar al dios y eso implicaría un castigo divino para el pueblo argivo.
Sófocles
La conciencia trágica de Sófocles da menos importancia al contenido mítico y mayor a la “oposición trágica”. “Lo divino se convierte, en Sófocles, es algo interior, que domina en el alma humana, pero ya no en el mundo. La contienda trágica no le llega al hombre desde fuera de sí, sino que es, ante todo, conflicto de conciencia”. (Maliandi, 1980, p.32). Se cumple la ley por la cual sólo a través del sufrimiento se aprende. Acogiéndose nuevamente a la teoría de García Álvarez sobre el pólemos, presente tanto en trágicos como en presocráticos, se sigue perpetuando este modelo de “conflicto primero” que origina todo lo demás.
En la tragedia Electra, se dan una serie de oposiciones, principalmente encarnadas en la misma Electra y su madre, Clitemnestra. Electra representa el bien, es la heroína que persiste en que se haga justicia para su padre, así tenga que luchar sola, porque algo en su interior la mueve a buscar esa justicia; Clitemnestra es ese “pecado” que vive en el palacio, con la sangre de su esposo Agamenón en sus manos y compartiendo lecho con otro hombre. Pero también se ve una oposición entre la muerte y la vida; la muerte es Electra que se lamenta por su padre y por su hermano y es incapaz de engendrar vida, mientras que su madre es la vida que continúa después del asesinato de Agamenón y que engendra múltiples hijos.
Así, en Electra, se ve también como el palacio donde vive este personaje, es representado como un lugar oscuro, lleno de malos sentimientos que abruman a Electra, y que su única luz, su esperanza es que su hermano vuelva a vengar a su padre. En Edipo Rey, esta oposición trágica se ve en cómo Edipo, intentando huir del designio del oráculo que le imponía que mataría a su padre y compartiría lecho con su madre, al final sus intenciones no le valen de nada, pues sin saberlo termina cumpliendo ambos designios.
“La imposibilidad de alcanzar un conocimiento que sirva de asidero seguro para la acción humana y, por tanto, la propensión al error trágico está, en buena medida, en el origen de prácticamente todas las tragedias de Sófocles. De esta manera, por ejemplo, la tragedia de Áyax presenta una reflexión general sobre la necesidad de conocer las propias circunstancias y de tomarse en serio los propios límites”. (Orsi, 2007, p.14).
Aquí resuenan los ecos de la filosofía heraclítea que insistía en conocerse a sí mismo, así como el fragmento 712 (22 B 1) que advierte que:
“Aunque esta razón existe siempre, los hombres se tornan incapaces de comprenderla, tanto antes de oírla como una vez que la han oído. En efecto, aun cuando todo sucede según esta razón, parecen inexpertos al experimentar con palabras y acciones tales como las que yo describo, cuando distingo cada una según la naturaleza y muestro cómo es; pero a los demás hombres les pasan inadvertidas cuantas cosas hacen despiertos, del mismo modo que les pasan inadvertidas cuantas hacen mientras duermen”. (Eggers Lan & Juliá, 1981, p.380).
Es decir, la mayoría de humanos son como ciegos aun cuando tienen la verdad frente a sus ojos. Esto, de manera tal vez muy literal, se ve en Edipo Rey al final de la tragedia cuando Edipo se cega con dos broches de oro que se inserta en sus propios ojos.
“Ha sido Apolo quien ha descargado sobre mí tantos males. Pero he sido yo quien se ha cegado, porque, ¿para qué quiero unos ojos que no habían de ver más que cosas que me servirían de tormento?”. (Sófocles, 1976, p.62).
Si bien Sófocles le da menos importancia al contenido mítico que Esquilo, no lo deja de lado y su respeto a los dioses y a lo divino sigue presente. El ápeiron de Anaximandro y el fuego de Heráclito siguen vivos; los dioses siguen gobernando sobre el mundo de los vivos, por ello su queja contra Apolo por parte de Edipo.
Soares (2002) hace un examen basado en la Antígona de Sófocles y el fragmento 12 B 1 de Anaximandro, el cual dice:
“(…) a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción, según la necesidad; en efecto, pagan la culpa unas a otras y la reparación de la injusticia, de acuerdo con el ordenamiento del tiempo”. (Soares, 2002, p.13).
El autor expone la oposición que se da entre Antígona y Creonte y diké y nómos, respectivamente, así como la religión ctónica y la uránica, la una asociada a lo femenino y la segunda a lo masculino. “La osadía o soberbia (hýbris) que caracteriza las personalidades de Antígona y Creonte, además de reafirmar los mismos en el lugar que ocupan como legítimos representantes de sendas legalidades, pone en funcionamiento la maquinaria de oposición entre ambas como consecuencia de la primacía que procura imponer una sobre la otra”. (Soares, 2002, p.112).
A manera de conclusión, se puede ver cómo en ambos trágicos siempre hay un motor que es el que origina todo el conflicto, y esa fuente primordial por lo general tiene rasgos divinos, como las explicaciones de los presocráticos para el origen de las cosas en el plano físico. Sea llamado, Zeus, o cualquier otro dios del panteón, fuego, aire, agua, ápeiron, amor u odio, lo cierto es que los griegos nunca pudieron dejar completamente de lado los mitos; si bien hicieron un gran esfuerzo y grandes avances a partir del siglo VII con el surgir de la filosofía presocrática, les era imposible desligarse del todo de los mitos ya fuese por convicciones personales o para intentar explicar sus teorías, como lo es más tardíamente el caso de Platón. Además, cabe resaltar que en la época, lo común era que se escribiera a manera de poema e incluyendo estos rasgos mitológicos en la escritura.
Se ve pues, como Anaximandro y Heráclito influyeron grandemente a ambos autores con sus máximas y teorías, y queriéndolo o no, el clima en ese momento en Atenas, con el cambio hacia la democracia, propició que nuevas voces tuvieran cabida de maneras innovadoras, como lo es la tragedia, la cual, como el mismo Aristóteles la define, una mimesis de la vida cotidiana; es decir, tragedia y filosofía son tan solo observaciones y diferentes puntos de vista de un mismo objeto: el mundo y la vida misma.
Bibliografía
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Badillo, Pedro E. (2004). La tragedia griega. Puerto Rico: Editorial Universidad de Puerto Rico. Recuperado de: https://n9.cl/p2dfj
Bernabé, A. (2008). Fragmentos presocráticos de Tales a Demócrito. (3era Ed.). España: Alianza.
Eggers Lan, C. & Juliá, V.E. (1981). Los filósofos presocráticos I. España: Editorial Gredos.
Esquilo. (1986). Tragedias. España: Editorial Gredos.
García Gual, C. (2006). Introducción. En Eurípides Tragedias I. España: Editorial Gredos.
García Álvarez, C. (2016). Tragedia, filosofía y política en Esquilo. Byzantion nea hellás, 2016 (35). Recuperado de: https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-84712016000100003
Lesky, Albin. (1973). La tragedia griega. (4ta Ed.). España: Editorial Labor S.A.
Maliandi, Ricardo. (1980). Tragedia y razón. Megafón, VI (11/12), p. 25-45.
Orsi, R. (2007). El saber del error: Filosofía y tragedia en Sófocles. Madrid, España: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Recuperado de: http://www.plazayvaldes.es/upload/ficheros/introduccin_sfocles.pdf
Soares, L. (2002). Anaximandro y la tragedia: La proyección de su filosofía en la Antígona de Sófocles. Argentina: Editorial Biblos
Sófocles. (1976). Edipo, Rey. Medea. (5ta Ed.). Madrid, España: Editorial Mediterráneo.