Por Rafael Torres
El libro del profesor Carl Langebaek va en contravía de la versión que se desprende de los conquistadores españoles, según la cual los muiscas eran una sociedad en la que una casta dominante y expansionista subyugaba al resto de la población en beneficio propio. Al contrario, busca demostrar que “el poder entre los muiscas no implica la acumulación de privilegios en todas sus dimensiones” (p. 33).
Todo el texto es una invitación a entender el mundo muisca por fuera de los parámetros occidentales que generan un sesgo y lo hacen incomprensible. Los españoles interpretaron lo que vieron de acuerdo a sus códigos y nomenclaturas, la idea es entender esa distorsión de las crónicas y releerlas a partir de las evidencias arqueológicas existentes.
En efecto, el libro está conformado por dos grandes capítulos: uno dedicado a revisar los testimonios coloniales y otro a repasar la arqueología. Estos dos capítulos son precedidos por una parte contextual que sirve de soporte para los debates gruesos que se exponen tanto en el análisis de los testimonios como en la arqueología.
Tal como lo hace el autor, es necesaria una aclaración inicial sobre qué se entiende por chibcha y qué por muisca. El término chibcha hace alusión a una familia lingüística. Los chibchas son una variedad de grupos que “comparten un parentesco lingüístico y genético en el norte de Suramérica y en países como Panamá, Costa Rica y parte de Honduras” (p. 46). Sin embargo, ese mundo chibcha no tuvo distribución continúa, sino que las comunidades chibchas vivían rodeadas de sociedades que hablaban lenguas diferentes.
La separación de los chibchas (lingüística y genéticamente) con sus parientes de Centroamérica se dio desde tiempos muy lejanos. Los investigadores coinciden en que las lenguas chibchas se comenzaron a diferenciar hace unos 6000 años en los que hoy es Panamá y Costa Rica. La diferenciación genética debió ocurrir hace unos 7000 años y es probable que ocurriera antes de que los chibchas de Centroamérica se desplazaran hacia Suramérica.
Por su parte, los muiscas se definen como los “indígenas de lengua chibcha que ocuparon buena parte de los andes orientales, que compartían un origen común, pero que a pesar de los procesos históricos compartidos no eran completamente homogéneos” (p. 40). Con lo que se aclara que los muiscas no eran una población homogénea, no tenían unidad política, e incluso tenían diversidad lingüística entre las comunidades, no hablaban una misma lengua y en algunos casos llegaban a extremos de no entenderse.
Para concatenar los párrafos anteriores, se puede resumir que, los muiscas “eran parientes lejanos de los grupos chibchas de Centroamérica y algo menos lejanos de los grupos chibchas del norte de Colombia” (p. 58).
El distanciamiento lingüístico y genético entre los grupos chibchas de Suramérica y Centroamérica se explica porque los Andes orientales fueron poblados por lo menos desde hace unos 10.000 años, mucho antes de la llegada de los chibchas. Las comunidades que allí habitaban mezclaron muchos linajes y, a su vez, los pobladores chibchas que iban llegando se mezclaban con las diferentes comunidades de esas regiones.
A pesar de la heterogeneidad de las comunidades muiscas, se pueden encontrar coincidencias culturales (que incluso comparten con toda la “familia” chibcha). Para empezar, hay una clara distinción entre lo humano y lo no humano, deslinde que se hace más claro cuando se relaciona con lo animal, la frontera entre lo humano y lo animal está claramente definida. El ser humano tiene un lugar privilegiado en el cosmos: “el cosmos mismo está centrado en el ser humano” (P. 61).
La relación entre los humanos y las plantas era más estrecha, tanto así que las partes de las plantas se asocian con las partes del cuerpo humano. De ahí que se afirme que las construcciones ideológicas correspondían más a las de agricultores que a las de cazadores.
Los muiscas tenían una visión cíclica del universo. El mundo no solo era el resultado de un acto creativo, sino que también era producto de destrucciones. En palabras del autor: “los mundos son estados transitorios, alcanzados y abandonados por obra de sucesos humanizadores y deshumanizadores, los cuales dependen del comportamiento humano” (p. 62). Relacionado con esto, existía la creencia común de que los humanos tenían el poder de intervenir en el funcionamiento del universo mediante los comportamientos positivos o negativos.
Las coincidencias culturales muiscas que los ligaban con sus parientes de Centroamérica y el norte de Suramérica, no se vieron reflejadas de igual manera en los objetos elaborados. De hecho, “la cultura material muisca fue muy diferente a la de sus parientes chibchas. Se parece más a la de sociedades vecinas que no eran, hasta donde se sabe, de lengua chibcha” (p. 73).
Uno de los aspectos centrales de los muiscas es el énfasis en la jerarquización del mundo. Lo cual lleva directamente al problema medular que trata el libro. ¿Esa jerarquización significa que la sociedad muisca pueda ser explicada políticamente como un linaje de herederos privilegiados que explotaba al resto de la comunidad para su propio beneficio?
Para los ojos de los conquistadores la sociedad muisca era una organización en la cual unas unidades regionales de mayor poder estaban constituidas por comunidades más pequeñas y menos poderosas que les rendían obediencia. Esta visión fue adoptada por diferentes investigadores contemporáneos, quienes, con sus diversos matices, llegaron a propuestas en las cuales el poder muisca -palabras más, palabras menos- se sustentaba en el control de los excedentes a través de la expansión militar y el cobro de impuestos.
En oposición a esa interpretación, ha surgido una corriente de académicos que considera que el cacique realmente cumplía una función social que era fundamental para el bienestar de todos. Desde esta perspectiva no existiría un grupo de privilegiados y poderosos que dominaba a una comunidad condenada a servir con su trabajo.
La relación entre los territorios muiscas no se habría dado a partir de la subordinación, sino del “reconocimiento” y las “relaciones” con los otros que son iguales. Cosa distinta cuando se hablaba de comunidades no muiscas, como los Panches, que habitaban más al sur de los Andes orientales; en esos casos sí había guerras, y crueles.
Al revisar las crónicas de la conquista, Carl Henrik encuentra una serie de inconsistencias que le hacen sospechar sobre la existencia de un sistema tributario rígido y bien estructurado, la piedra angular del régimen explotador que narraron los españoles. Por un lado, no hay claridad sobre las cantidades y los tiempos de cobro, elementos básicos para mantener control sobre los sometidos. Por otro lado, son múltiples y contradictorias las versiones sobre a quién se le debía tributar.
Como salida a estas contradicciones, el autor propone una interpretación según la cual las tamsas no son impuestos en el sentido que le damos actualmente ni una forma de aceptar sujeción, sino que está más relacionado con el regalo y la ofrenda. Sumado a lo anterior, hay otro elemento que pone en duda que las tamsas hayan sido una herramienta para la explotación del trabajo ajeno: “los bienes que les daban a los caciques no engrosaban su patrimonio personal, ni enriquecían a personas privilegiadas” (p. 127).
El estudio arqueológico de diferentes sitios muiscas arroja varias evidencias que apoyan la tesis de la inexistencia de un linaje poderoso y probablemente heredado. No hay correlación entre los individuos que comían mejor y los de ajuares más ricos, los que tenían más restos de comida no eran los de mejor salud y los que tenían más oro no eran parientes. En conclusión, “no se identifica a un grupo de personas que tuviera niveles de salud mejores que el resto, que viviera más, que trabajara menos y que simultáneamente concentrara riqueza en sus manos” (p. 267).
El libro de Langebaek es una invitación a pensar el mundo muisca de manera diferente. La principal dificultad son los prejuicios y las ideas preconcebidas que tenemos al abordar estos temas. Casi con las mismas limitaciones de los conquistadores, para nosotros todavía es difícil entender que el poder muisca tal vez fue dual, con dos cabecillas simultáneos, como apuntan varias evidencias.
El primer paso para quitar el sesgo occidental es recordar que la versión heredada de los conquistadores es, al fin de cuentas, la construcción de “nuevas realidades salidas de las plumas de los escribanos” (p. 123), para ponerlo en las palabras del autor.

Bibliografía
Langebaek, Carl Henrik (2019) Los muiscas, la historia milenaria de un pueblo chibcha. Bogotá: Debate.