—Los dioses, aspectos específicos y emanaciones primeras de la Divinidad irreductible, existen.
—¿Existen? Ese es tu parecer.
—Mi parecer es la verdad.
—Es tu verdad.
—No hay verdad fuera mí.
—Hay otras verdades fuera de ti.
—Pruébalas. Yo no percibo nada fuera de mí. Verdad y falsedad no salen de mi percepción. Lo externo no sale de mí. Lo externo es lo que yo veo. No hay otro, fuera de mi visión, que pueda ver. Si pruebas que otro ve, no haces más que probar eso al interior de mi visión, nunca fuera. Donde no está mi visión no hay nada. Y mi visión estipula que lo que dices es mentira, ¡ser desdoblado!
—¿Ser desdoblado? ¡No me ofendas, orate!
—Tienes razón. Yo soy quien se ha desdoblado, quien se ha desdoblado en ti. Pero entre el cuerpo y su sombra, el ser y su doble, el primero tiene potestad, así que calla, demonio de las cien mil verdades que son falsedades.
—Si yo soy un demonio, desgraciado fascista demencial que se cree dueño de la verdad absoluta, ¿quién eres tú?
—Yo soy el doble del doble del doble de mi doble indefinidamente. El primer doble del que emanan los demás es mi corazón. Mi corazón es la Verdad, es la Divinidad irreductible de la cual manan los dioses como dobles. Y a su vez los semidioses se desdoblan de los dioses y así sucesivamente hasta alcanzarme a mí en cuanto individuo separado, doble de dobles. Pero tú eres aún más doble que yo.
—Has enloquecido.
—Mortal, anonadado por la ceguera, no me desdoblaré más en ti, sino que replegándome sobre mí me anularé y alcanzaré la realidad de mi semidiós, y replegando a esta hacia el interior la del dios, y replegando esta hacia el interior la de la Divinidad irreductible más allá de la cual nada hay, no sin antes pasar por indeterminados estados intermedios entre unas y otras. Y es así como toda la ilusión de los múltiples cesará. Sí, yo soy la Verdad, la única verdad en un mar de espejos e ilusiones.
—¡Estás demente! Deliras. Tu imaginación te ha poseído. ¡Aterriza!
—¿Cuántas verdades pueden existir y guerrear entre sí si todas crecen en un mismo suelo?
—¿Qué suelo?
—El de la Verdad que disipa las verdades como humo. La Verdad yace en el centro donde todas las verdades se tocan, y se opaca allí donde las verdades se desdicen unas a otras hasta perecer. Todas las verdades nacen de ella, se distancian, luchan entre sí, y retornan a ella, porque deben lo poco de verdadero que tienen a ella.
—¿Qué has fumado?
—No he fumado, yo no fumo. Me he quitado las obtusas gafas de tu siglo y de tu corrección, me he liberado de tu gregarismo ateo.
—¡Dios no existe, Dios es una ficción!
—¿Eso crees? Señálame el suelo que sostiene la ficción que tú eres.
—Yo no soy una ficción.
—¿Cómo lo sabes?
—Existo.
—¿No existen también las ficciones, igual a sombras, o a sombras de sombras?
—Yo existo, porque lo percibo.
—¿Qué es la existencia? Es la ficción colorida de la no existencia de luz pura e incolora, porque mientras la no existencia nunca existe, la existencia se alza no habiendo existido antes y desaparece como humo en la no existencia no existiendo después. ¡Un instante de ilusión óptica, realizado por un mago ilusionista! ¡Lo que parecía ser no era! ¡Lo ves y ya no lo ves! ¡Está y ya no está! ¡Espejismo en un desierto!
—¿Qué?
—Pero la no existencia siempre estuvo presente sin estar presente, desde su invisibilidad e inasibilidad, desde su ausencia, en el subsuelo de la existencia. La inexistencia es la totalidad del iceberg, la existencia su punta sobresaliente. En la punta existencia y no existencia confluyen.
El poseído de los dioses guardó silencio y permaneció ensimismado. Su interlocutor, el relativista, babeaba y se colocaba nerviosamente las gafas, apresurándose a citar a un autor tras otro. Desconocía que no es más que una onda de luz que se desvanece en lo Eterno. ¡Ese perdedor debería estar muerto! Ya lo está, pero quien lo ve y vive, lo hace vivir a través de su visión.