Cornamenta

Las personas siempre le preguntaban lo mismo: ¿por qué no tienes marido? ¿cuándo piensas tener hijos? Por su trabajo de enfermera y como asistente de partos, sus conocidos asumían inmediatamente que habría de gustarle la idea de tener hijos, de embarazarse, de que su rol como mujer era traer más niños a este mundo. Sin embargo, nunca se molestaba por las preguntas constantes de los demás, simplemente los miraba con una sonrisa y hacia caso omiso. Entonces, no le insistían más.

Muchas mujeres viajaban hasta el hospital donde ella trabajaba, pues mucho se hablaba de su mano milagrosa que ayudaba a que estas parieran sin dolor, y que los niños que ella ayudaba a traer al mundo crecían fuertes y sanos.

Sus amistades más cercanas nunca le habían conocido pareja alguna en su vida, fuese hombre o mujer, nadie parecía ser suficiente para ella, o bien, nadie le interesaba. Su vida amorosa-sexual aparentaba ser nula.

Vivía sola con sus perros, y sus tiempos los dedicaba a salir a caminar con estos por los senderos de algún bosque. Viajaba lo que tuviera que viajar para ir a visitar alguna foresta, lugar donde se sentía más propia, donde se sentía libre y se descubría cada vez más a sí misma. Era feliz con su vida asexual, sus perros y las montañas.

Se levantó esa mañana desde muy temprano, ansiosa por irse a las montañas. Llamó a sus perros, los subió al auto y se puso en marcha.

Una vez allí, caminó por todo lugar que pudo, adentrándose lo suficiente para perder todo rastro de civilización alguna. Nunca se había perdido entre las montañas y los árboles, siempre encontraba el camino de vuelta como si conociera aquellos lugares de toda la vida. Observaba los animales que por allí rondaban y estos no se alteraban al observarla, sino que afables, se dejaban acariciar por su mano e incluso rondaban los bosques cerca de ella, como si estuvieran cuidándola y acompañándola.

Agotada, decidió que era momento de darse un baño y descansar. Encontró un arroyo cerca y, luego de desnudarse por completo, se dio un chapuzón en él. Junto a ella nadaban sus perros.

Por un momento se sintió observada, pero al rato ignoró la sensación, pensando que simplemente se estaba haciendo ideas en su cabeza. Siguió bañándose hasta que consideró que había sido suficiente y, después de colocar una manta a la orilla del arroyo, se acostó desnuda, con la sensación de la brisa bailando por cada centímetro de su cuerpo. Dejó que sus perros se marcharan a rondar los terrenos mientras ella dormía. Ellos solían hacer eso y, antes de que ella despertara, siempre estaban de regreso.

Estando dormida sintió de pronto como unas grandes manos le sujetaron con fuerza sus brazos. Abrió los ojos y observó el rostro de un hombre, sonriendo como un desquiciado, con la suciedad de toda la humanidad reflejada en su ser. La sujetaba con fuerza, mirándola, saboreándola como si fuera un trozo de carne. Se percató de que el hombre se encontraba desnudo. Con una mano la agarró de las dos muñecas, mientras con la otra comenzaba a abusar de cada rincón posible de su cuerpo. Tocó su rostro, sus senos, su cintura, su pelvis.

Desde el momento en que ella abrió los ojos, había comenzado a chiflar, en señal de auxilio. El hombre se reía porque sabía que no había nadie cerca, que nadie podría ayudarla. Pero ella estaba consciente de eso y no esperaba la ayuda humana. De las personas era de las que menos pensaba recibir ayuda.

Cuando el hombre se disponía a culminar su maldad penetrándola, se escuchó un tronador berrido que sacó al hombre de su trance lujurioso. Observó a un enorme ciervo con una magnánima cornamenta mirándolo directamente a él.

En su insensatez de hombre, se levantó e intentó espantar al animal gritándole que se marchara, arrojándole pequeñas rocas con el fin de asustarlo. El animal lo miraba atentamente sin apartarle los ojos, aun ante el golpe de las rocas. El hombre, temeroso, comenzó a retroceder e intentar marcharse del lugar. De pronto, detrás del ciervo aparecieron los perros de la chica, ladrando fuertemente, con una actitud rabiosa-asesina. A pesar de su ferocidad, los animales miraban sin rencor a aquel asqueroso ser humano, quien no tuvo mucho tiempo para reaccionar antes de que el ciervo arremetiera contra él, atravesándole la cornamenta por el cuello.

La chica se incorporó finalmente, valiente y sin ninguna señal de haber temido. Miró al hombre con ojos infernales, dándole a entender que había cometido el más grande error de su vida, después de haber nacido.

Este, asustado y agonizante, con la cornamenta adornándole su cabeza como si  también tuviese una, la miraba arrepentido de su acción. Pero ella lo seguía mirando con fuego. Observó la escena por unos segundos, breves instantes que para el infeliz se sintieron como horas de agonía, hasta que finalmente su aliento podrido dejó este mundo. Entonces, el ciervo dejó caer el hombre a tierra y los perros procedieron a desmembrarlo, a dejar su cuerpo esparcido por todo el lugar. Una vez que hubieron terminado, ella colocó la cabeza sin ojos sobre una roca y, tras cortar el miembro, se lo introdujo en la boca y con la sangre de este escribió “violador” en su frente.

Volvió a meterse al arroyo como un acto de purificación, limpió su cuerpo y su ser, dejando que el agua fluyera por todas partes, sonriendo consciente de que su virginidad permanecía intacta y de que así habría de permanecer hasta el final de los tiempos.


Sobre el autor

Felipe Hernández Hernández. Estudiante de filología clásica y filología española en la Universidad de Costa Rica. Vivió en Pérez Zeledón hasta los veintiún años, lugar donde descubrió su afición a la lectura y nació su deseo de ser escritor. Odia escribir autobiografías porque pueden llegar a sonar muy egocéntricas, y escribir sobre sí mismo en tercera persona es sumamente extraño. Aunque en un inicio se interesó más por los temas fantásticos, actualmente disfruta escribiendo sobre diferentes temas, desde lo mítico hasta el realismo. Actualmente no sabe qué hacer para su tesis, pero espera descubrirlo pronto. Es alto, barbudo y raro. Su vicio es querer comprar libros siempre, por ello a veces prefiere un nuevo libro en su biblioteca que comer.

 


Ganador del primer lugar en el Certamen de Mitología Grecorromana 2019.

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