¿Quién puede traerme las canciones arrojadas por los vientos desde el Otro Mundo? ¿Quién puede traerme los lejanos ecos que crepitan en las corrientes desde las remotas regiones invisibles del Más Allá? ¿Quién puede entregarme los murmullos de las rosas que se abren desde el núcleo del Abismo Blanco?
Con sus preciosas manos de dedos largos se agacha y recoge los destellos que revolotean en la amplitud del espacio y en los confines del mundo, las chispas divinas que traspasan el universo hasta donde su rastro luminoso se pierde. Se arrodilla para tomarlas entre las briznas de hierba más olvidadas, entre las raíces sepultadas, allí donde nadie de los grandes dirige su mirada elevada hacia lo alto.
¿Tú sabes cuál es el rostro de esa mujer? ¿Quién es aquella mujer? Yo no la conozco. Su rostro nadie lo conoce, su nombre es anónimo y sus pasos son fugitivos y silenciosos como los de un ciervo. No ha cargado de peso el pulso de sus muñecas y por eso su pulso vuela como la pluma blanca del cisne, y por eso puede asir las centellas inasibles con la ligereza de una mariposa. Ella no tiene ningún poder. No tiene ninguna fuerza. Se ha dirigido al centro del bosque y nadie la verá jamás. Las miradas cruzan por sobre ella y no la ven, porque ella yace en lo oculto del silencio más remoto de su alma: ella misma ha sido investida de la indivisibilidad Divina. Dime, te lo ruego, por el amor que más anhelo, ¿quién es esa mujer del rostro que no puedo ver, que vislumbro entre la bruma de un lejano pasado que yace en este instante bajo mis pies y sobre mi cabeza, atravesando mi ser por completo?
Lo que hace invisible a lo Divino es su extrema sencillez: es el perfil más bajo de todos, y yaciendo tan por debajo nadie lo advierte, porque todos dirigen su mirada hacia la encumbrada superficie. Puesto que no hay ostentación en la naturaleza Divina, es invisible: invisible es el ser, visible la apariencia. Más se aproxima a lo invisible un capullo oculto entre el ramaje que un diputado en una plaza pública; más la hoja que cae sigilosa de una rama silvestre que un Profeta que sella la historia de los hombres para siempre; más la profundidad silenciosa del bosque que el Nombre de Dios que las bocas tararean ávidas de reconocimiento y autoridad; más la sonrisa ingenua y fugaz de una niña enamorada que el aclamado líder mundial de naciones; más invisible es lo Divino que todas sus imágenes y que todos los que se Le aproximan en invisibilidad sin jamás alcanzar su suprema sencillez, suprema por su Vacuidad. No es la Palabra en mayúsculas, es el silencio en minúsculas.
Yo La sé, yo La conozco.
Conozco lo Inconcebible de dónde surgen todos los conceptos; conozco lo Inimaginable de dónde emanan todas las imágenes; conozco lo Sin-Forma de dónde emergen todas las formas. Conozco mi Núcleo. Conozco el Núcleo de todas las cosas. Conozco la Única Realidad que subyace a las múltiples ilusiones. Conozco el Despertar que es raíz de todos los sueños. Conozco la Luz oculta en la noche y a la que la noche no alcanza.
He conocido lo más grande, y lo más grande era lo más pequeño.
