Eran las dos de la madrugada. El mar se mecía tranquilo, acompañado en el cielo por nubes que disfrazaban la luna. Marcos, biólogo marino de la región de Magallanes, arrastró por la arena un bote pesquero hasta la orilla. Su hijo, Pedro, de doce años, le observaba a cierta distancia con curiosidad.
—Sube —le pidió Marcos.
El joven subió y de inmediato Marcos empujó el bote hasta internarlo en el agua. Entonces abordó y, tomando ambos remos, guió el bote hacia alta mar.
—¿Viniste a trabajar?
—No. No, hijo. Quiero conversar contigo algo importante.
A lo lejos se distinguía la silueta de una isla, acariciada por leves rayos de luna. El sonido de las aguas chocando contra las rocas, creaba un inquietante coro. Parecían murmullos acurrucando el silencio nocturno.
—¿Alguna vez te hablé de los bestiarios medievales?
Pedro negó con la cabeza.
—Eran recopilaciones de historias ilustradas acerca de bestias y animales extraños. Antes que la ciencia se perfeccionara, era la única forma de la gente antigua para describir a las criaturas que desconocían. Había uno que siempre llamó mi atención, creo que se titulaba Physiologus, escrito en Grecia, y en él había el dibujo de un enorme monstruo marino devorando una embarcación fenicia. ¿Sabes, hijo?, parece curioso, pero fueron esas historias las que me llevaron a trabajar en lo que hago ahora.
Pedro sonrió nostálgico. Se dio vuelta y en la punta del bote, opuesta a donde estaba su padre, se afirmó dejando los brazos sueltos con las manos hundidas en el mar. Su rostro no se reflejaba, las aguas le respondían con un color oscuro solo pincelado de tanto en tanto por la luna, cuando las nubes la desenvolvían. Marcos paró de remar. Levantó la cabeza y miró la bóveda celeste. Más allá de la capa nubosa, se distinguían estrellas que pestañeaban como si fuesen espectadoras de algo único e importante.
—Deben haber allá abajo, en el fondo del mar, tantas o más criaturas extrañas, que el número de estrellas que hay en el espacio.
Pedro se dio vuelta. Miró con extrañeza a su padre. Luego, también levantó la cabeza. Volvió a sonreír con melancolía. Una estrella fugaz pasó, pero no pudieron percibirla.
—¿Has visto algo extraño allá abajo?— la voz de Pedro era suave. Parecía despertar de un letargo que ya duraba años.
—Sí, hijo. He visto muchas cosas extrañas… En el fondo abisal existen criaturas que te hacen pensar que todas las leyendas y todos los mitos acerca del mar son reales. ¿Te cuento algo que sucedió aquí mismo, en el mar chileno?
Pedro hizo una mueca. Regresó a su posición en la punta del bote, con la cabeza hacia el mar y las manos siendo arrastradas.
—Bueno, cuéntame.
Entonces, Marcos reinició su tarea de remar.
—Aquí hubo batallas entre corsarios y soldados españoles. Los corsarios trabajaban para la Corona de Inglaterra y la de Holanda. Eran una especie de piratas, con la diferencia que los reyes de sus países los protegían y ayudaban con armamento. Pues bien, esto que te contaré muy pocos lo saben, pero antes de que el corsario Francis Drake se dirigiese a atacar el norte de Chile, tuvo una pequeña escaramuza en estas aguas contra una flota española. Sucede que era 1578 y aunque había una tregua entre Inglaterra y España, Drake rompió con las reglas. Lo interesante es que esta pelea no se definió por el poder bélico de uno y otro bando. Se dice que tanto las embarcaciones de Drake como las de los españoles fueron destruidas por una enorme bestia con forma de pez pero con piel de lobo marino. La criatura destrozó a los españoles. Solo Drake logró escapar y ante el destrozo de sus víveres se vio en la obligación de asaltar Valparaíso y La Serena.
Pedro oteó el horizonte. Una brisa helada llegó hasta su rostro. Cerró los ojos. El eco inquietante adormecía sus sentidos. Las palabras de su padre se escuchaban como un monocorde canto de sirena.
—Existe otra historia, también del mar chileno. Corría el año 1587. El corsario Thomas Cavendish circunnavegaba las tierras chilenas. Al atravesar el Estrecho de Magallanes, su embarcación fue víctima de los coletazos dados por una criatura, según dijeron los tripulantes, con forma de pez pero cuya piel era muy parecida a la de un perro. Esta vez pudieron observar sus extremidades. Según dijeron, tenía dedos casi humanos. Cavendish, asustado, recaló en el puerto San Felipe II. Aquí se llevó una sorpresa al encontrarse con un grupo de personas famélicas. Por ello cambió el nombre del puerto al de Puerto del Hambre. Luego escucharía, de la boca de esa gente, que había una criatura que por las noches destrozaba sus sembrados y devoraba sus alimentos. Sí, era aquella misma bestia.
Pedro abrió los ojos. Suspiró. Nuevas islas aparecían en derredor. El mar aumentaba su movimiento. El eco, de a poco, iba tomando la forma de un grito. Aún así, Marcos avanzaba.
—¿Y tú, hijo? ¿Te sabes alguna historia?
Pedro, siempre mirando hacia el horizonte, negó con la cabeza. El bote se bamboleó.
—En ese caso te contaré una historia más, ocurrida en estas aguas. El año 1600 una embarcación de un corsario holandés, llamado Baltasar De Cordes, zarpó desde Chiloé al encuentro de una nave dirigida por el español Francisco Del Campo. Si bien el triunfo de los españoles se dio en tierra firme, la batalla marítima fue la que marcó el suceso: una bestia marina apareció del mar hundiendo la embarcación holandesa. Los soldados que vieron a la criatura, dijeron que esta tenía forma de pez, piel humana, y su cabeza era del porte de un elefante. Su rostro horrible parecía el de una calavera.
Al terminar el relato, Pedro se dio vuelta y se sentó de frente a su padre. Lo observó fijo a los ojos. Marcos detuvo su remar. El bote quedó presa de las olas que de a poco surgían a medida que la luna se iba deshaciendo de su ropaje nebuloso.
—Nunca había escuchado esas historias.
Marcos se puso serio. Observó hacia lontananza. De una isla emergió una figura. Dio una ronda y de nuevo se perdió en la oscuridad. La brisa marina llegó en forma de un silbido antediluviano.
—Por eso te las cuento, hijo. Porque yo las sé…
—Creo que ya no estoy para ese tipo de historias.
Un golpe fuerte se escuchó en una de las islas. Era como el desprendimiento de una roca. Era como la caída de una estrella.
—Papá. Dime por qué estamos aquí.
Marcos se llevó una mano a la cabeza. Luego suspiró.
—Una vez, llegué con mi equipo de trabajo al fondo abisal. Aquí mismo, bajo el mar chileno. Descubrimos un enorme pez del género Melanocetus. Y eso es raro porque este animal es del trópico, no del sur. Debió medir al menos unos cinco metros. Poseía dientes afilados y los mostraba en señal de amenaza. Además tenía en su cabeza una antena bioluminiscente para guiarse en la oscuridad y para conseguir sus presas. El caso es que cuando lo vimos, cada uno de nosotros se imaginó algo distinto. Esa bestia tomó la forma de nuestros miedos más ocultos. Para mí, esa criatura era la misma de las historias que te he contado.
—Papá. Cuéntame la verdad.
Un sonido muy parecido al del canto de una ballena se escuchó de forma lejana. El bote se bamboleaba con más intensidad.
—Hijo… Las cosas con tu madre no van bien. Voy a tener que irme de la casa… Piensa en las historias que te acabo de contar. Cuando dos flotas enemigas o cuando dos personas se enfrentan, nadie triunfa. Los dos salen heridos.
Un grupo de animales asomó en una isla y miraron hacia el cielo. Pedro volvió a tomar su lugar en la punta, mirando el mar y arrastrando las manos.
—No sé, papá… Yo creo que sí triunfó alguien: el monstruo.
Las nubes dejaron desnuda la luna. La marea subió. Un eco y una serie de silbidos iban y venían, acompañados por las olas inquietas. El bote giró a uno y otro lado. Dentro de él, padre e hijo se sumieron en un silencio solo roto por el bramido del mar.
Sobre el autor
Rodrigo Guillermo Torres Quezada es chileno, Licenciado en Historia de la Universidad de Chile. Tiene 33 años y ha publicado los libros Antecesor (editorial Librosdementira, 2014), El sello del Pudú (Aguja Literaria, 2016), Nueva Narrativa Nueva (Santiago-Ander, 2018) y Filosofía Disney (Librosdementira, 2018). Además ha publicado en diversas revistas y hace reseñas de cine en la página ExperimentalLunch.cl