Tomás iba siguiendo a Chacuey por aquel laberinto subterráneo. Cada segundo le pareció una década. Tenía una extraña sensación de ligereza en el cuerpo, sin embargo se le dificultaba cada paso de aquel extraño paseo. Chacuey iba delante de él, y su antorcha expedía una luz azul verdosa que dejaba entrever, sin mucho detalle, escenas pasajeras a través de los umbrales que pasaban: una madre con el pecho desnudo trenzando el pelo de su pequeña hija, hombres con enormes peces en canastas tejidas y lanzas en las manos, un burén cociendo grandes discos de casabe… todo sumido en una semipenumbra tan solo alivianada por la antorcha de Chacuey.
Sin voltear, el muchacho le comunicó a Tomás que pronto llegarían a su destino y por fin podría descansar. El viajero suspiró con alivio. «Podré descansar«, repetía su corazón fatigado. Confiaba en su guía, el muchacho era su amigo y lo había sido por innumerables años, pero ¿cuántos exactamente? Cuando intentaba visualizar su rostro, le sobrevenía una confusa tribulación. «¿Hacia dónde lo llevaba?» Chacuey, que parecía leer su pensamiento, le dijo: —no le eches más peso a tu cansado corazón. No pienses. Pronto descansarás en mi lecho —pero por más que intentara evitarlo, una de estas preguntas se clavó en la mente de Tomás más profundamente que las demás: «¿qué tipo de nombre era Chacuey?»
Una luz acuarelada distrajo la vista del viajero, quien se desvió momentáneamente de su camino, impulsado por la curiosidad. A través de uno de los corredores de aquel pasaje subterráneo, la luz parecía atraerle magnéticamente. Tomás dio unos pocos pasos, subiendo escasos peldaños de piedras pulidas. De la luz manaba un ruido de voces, de agua, de vida.
—Tomás, no te separes de mí —dijo Chacuey—; pronto vas a descansar.
Pero ya era tarde, le había perdido. Atraído por la luz, Tomás salió a la superficie. Tras varios intentos de reanimación cardiopulmonar y respiración artificial, expulsó toda el agua que había tragado. Quiso contar sobre su travesía pero le dijeron que no hablara, cuando llegó la ambulancia, ya lo había olvidado todo.
Sobre la autora.
Isis Aquino (Santo Domingo, República Dominicana, 1986). Poeta, narradora, gestora cultural y youtuber. Como gestora cultural cabe destacar su labor como fundadora del Círculo Literario “El Viento Frío”, del cual fue coordinadora desde 2007 hasta 2017. Sus poemas aparecen en varias antologías nacionales e internacionales. Es autora de los poemarios Quod Scripsi (2011) y Balas Perdidas (2014), y de la novela En la Cuerda Floja (2016). Actualmente dirige el “Ateneo Itinerante” (2019), proyecto con el cual busca fomentar la lectura entre niños y niñas de edad escolar.