Tito, Emperador del Imperio Romano, segundo de la Dinastía Flavia, quería imponer orden en los primeros años conocidos como después de Cristo (d. C.) y en la primera revuelta judía, instauró implacable la crucifixión. Castigo cuyo fin era intentar persuadir a través del escarnio público.
Cada viernes, daba instrucciones sumariales sobre quienes serían crucificados al día siguiente. De forma general le eran leídos los cargos de los enjuiciados por su gendarme de confianza. Tito, ordenaba quién iba a sufrir por horas crucificado hasta la muerte, en un sitio establecido para este fin. Fue premeditada la selección del lugar del suplicio; visible para todo ciudadano en un terreno que hacía de berma a un cerro.
A la seis de la tarde de ese sábado, cuatro hombres fueron amarrados a sus cruces de purga. Un hombre saludable y joven podía soportar crucificado veinticuatro horas ya que no eran clavados cómo Cristo. Pero en términos generales, a las doce horas moría cualquier hombre.
Tito creó, tiempo atrás, un sistema para colectar aves. Lo perfeccionó y al sonido de un arpa ciertas aves acudían al llamado y permanecían en cautiverio, muy cerca del sitio seleccionado para la crucifixión colectiva.
El Emperador, se presentó a medianoche de ese sábado ante los hombres fijados en dos tablas. Hizo un recorrido lento por el corredor de muerte sólo iluminado por antorchas.
Los hombres suplicaban:
¡Piedad o muerte!
El Emperador, con una señal hizo soltar a las aves enjauladas desde el día anterior, que revolotearon por algunos minutos, liberadas al fin. Lentamente como danza aprendida se iban posando sobre las cruces.
Esa madrugada en que cuatro hombres estaban siendo ajusticiados, las aves volaron sobre ellos, se acercaron a cada uno desplegando las alas. A los minutos, muy pocos como siempre, fueron rodeando a los pecadores. Al primer hombre en la fila, lo rodearon casi todos los cuervos. Al segundo, al piso de su cruz se posaron los buitres. Al tercer hombre en la fila, las golondrinas aleteaban a su alrededor. Al cuarto, las lechuzas le querían sacar los ojos.
Tito caminó solemne delante de los condenados. Una delegación muy pequeña de la oficialidad lo acompañaba a prudente distancia.
Miró las aves.
Miró a los crucificados.
No se detuvo en su caminata de ida. Al desandar, se ubicó ante el hombre con las golondrinas y le preguntó:
―¿Por qué estás aquí?―
El hombre en principio no quiso contestar hasta que la punta de la lanza de un oficial del Emperador hizo sangrar su vientre y entonces dijo:
―Robé, Mi Emperador―
―¿Qué robaste?― preguntó Tito el Emperador
―Panes para mi familia― contestó el agonizante
―¿Cuantos componen tú familia?―
―Mis cuatro hijos mi mujer y yo― dijo con apenas aliento el crucificado.
―¿Cuantos panes robaste?― se interesó el Emperador.
―Cinco mi Emperador―.
El emperador lo miró y preguntó a su oficialidad si era cierto. Estos asintieron. Desvió la mirada a los otros hombres amarrados quienes suplicaban rodeados por buitres, cuervos y lechuzas.
Observó al ladrón de panes, al que silbaban las golondrinas y ordenó a sus hombres:
―Bajad a ese hombre de la cruz―
Sobre la autora.
Ana Estela González Angulo. Nace en la Provincia de Panamá, República de Panamá, en 1966.
Cursó estudios primarios y secundarios hasta el V año en el Instituto Alberto Einstein, en dónde en 1981, ganó el IIº Lugar en concurso de cuentos de los Juegos Florales a nivel nacional, con un cuento corto titulado: “Imágenes”.
Licenciada en Química.
Luego de una larga suspensión de actividad literaria reinicio un nuevo ciclo en 2009 y ha participado en concursos vía internet y logrado: 2º Puesto, Diario Perú 21, República de Perú( 2010). Finalista en cuento erótico “Blog Diario de Meretriz de Lujo”, España (2014). Como parte de una antología en Editorial Literarte, República de Chile (2013).
Se mantiene activa como auditora ambiental y regente química en una empresa privada. Presta servicios como investigadora en la Universidad de Panamá.