El ritual
A Leidy
Abstraído en la incisión, el sacerdote miraba fijamente el cuerpo. Las ofrendas habían sido preparadas con días de anterioridad con los mejores perfumes y ungüentos de las profundidades de la selva. En los códices estaba la fecha exacta de la maldición que nublaría el cielo y sólo la dádiva a los dioses los podría salvar. Empezó la incisión. La joven temblaba al ver la obsidiana penetrar su tierna carne en medio de las oraciones y la humarada asfixiante. El corazón reluciente era exhibido con algarabía por el pueblo devoto. El segundo joven fue conducido poco a poco a la cúspide de la pirámide donde lo esperaba el altar ceremonial. Sin ninguna resistencia, y siendo plenamente consciente de su destino fatal se dejó sujetar las manos y los pies. El divino sacerdote sudoroso y jadeante se fijó la máscara de jaguar y con las oraciones rituales sujetó fuertemente la obsidiana con la sangre goteante que cayó con tibieza en el pecho del joven que empezaba a asomar vellosidad. El alba irrumpió con sus primeros rayos la pirámide sagrada y el sacerdote entendió que era la señal del Padre Sol. En ese preciso instante recibió un disparo en la frente. Siguieron otros. La multitud observó atónita la lluvia de fuego de aquellos dioses vengadores mitad hombre, mitad bestia que habían predicho los ancianos y los códices.
Mar adentro
Llevan meses navegando por las aguas del Pacífico en lo que ellos creían los mares de la India. Agua y comida empezaban a escasear. El capitán genovés les había asegurado que en pocos días pisarían tierra firme. Su palabra tenía un sólido valor en la tripulación; años de navegación le daban una autoridad irrefutable. Tarde tras tarde el vigía observaba meticulosamente en las alturas del mástil.
El 21 de marzo de 1526 el hombre gritó:
“! Tierra ¡ ¡Tierra!”
Todos lanzaron gritos de júbilo y bebieron con frenesí el escaso vino. En pocos minutos el barco se encalló contundentemente en el cristal; mientras los marineros, atónitos, observaban a hombres gigantes pasar de mano en mano la botella.
La reencarnación
Cuando abrió los ojos confirmó que la reencarnación era real. Recordaba vanamente una pira de fuego y dos monedas en los ojos consumiendo su humanidad. Una batalla donde los aqueos destruían la ciudad sagrada de Troya; un caballo de madera que llevaba en las entrañas la perdición.
Ahora sus brazos eran alas y su razonamiento se reducía al consumo obsesivo de una flor.
El acto
Habían preparado el acto con meses de anterioridad. Su cómplice lo esperaría en el lugar acordado. Él llegó y vio a la multitud dispersa en el desierto, alrededor de las aguas.
Entró a las aguas del riachuelo y empezó la función.
“He aquí de quien han hablado los profetas”, dijo el cómplice. Los hombres se arrodillaron confiando absolutamente en sus conocimientos astronómico. El cielo empezó a nublarse, y la gente entró en un frenesí total.
Esa noche el par de prestidigitadores celebran con vino y prostitutas el éxito de la función.
Sobre el autor
Jaime Alberto Cabrera. Licenciado en Lengua Castellana, universidad Surcolombiana, Neiva, Huila, Colombia. Especialista en Comunicación y Creatividad para la Docencia. Magister en Educación con énfasis en docencia e investigación universitaria. Primer puesto en el Concurso Departamental de minicuento Rodrigo Díaz Castañeda, Palermo, Huila, 2009. Tercer puesto en los años 2011, 2012, 2013. Jurado en el mismo concurso en el 2018. Publicado en las revistas “Sur versiones” Pitalito, Huila 2018. “Memorias” 2017-2018, Palermo, Huila. “Alborismos”, Trujillo Venezuela 2020 número I, II, III y IV. Seleccionado como ponente en el Primer coloquio internacional del cuento latinoamericano, Universidad del Valle, Cali, Colombia.
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