El libro para los antiguos
Los maestros de la antigüedad desconfiaron de los libros. ¿Por qué esta reacción tan confrontativa con un objeto de transmisión cultural? Con un instrumento civilizatorio… ¿Qué es un libro? Una forma de anclaje, un apego, una herramienta para fijar lo dicho. Tal vez para los antiguos el libro está más cerca de la muerte que de la vida; un logos que no responde, que no se defiende. Dice lo que tiene que decir, y sabe decirlo de forma autoritaria. El libro tiene boca, pero no tiene oídos. Comunica, pero no escucha razones. En el Fedro hay una narración dentro de una narración, un diálogo que contiene una fábula, ésta es de origen egipcia y habla en contra de la escritura, ¨parecen vivas (las imágenes y los símbolos), pero no contestan una palabra a las preguntas que les hacen¨. A manera inversa, el libro en la antigüedad es la sombra de la palabra dicha. La antigüedad en este sentido es el mundo del revés, ya que el libro no tenía el crédito que le concedemos nosotros en la actualidad.
Como las imágenes prehistóricas de las cavernas de Altamira: los símbolos del libro son mimesis de la realidad, figuras pintadas que pertenecen al mundo del parecer, pero no del ser. El poeta Homero, el poeta ingenuo como lo llamó Nietzsche; cantó, no escribió. Sus rimas murieron con él, con su voz. Nunca más, nadie lo dirá como él lo dijo. La mejor traducción de la Odisea y la Ilíada, sólo es un eco débil y desafinado de las aventuras del polytropos Odiseo y de la muerte de Aquiles. Todo lo que el ser humano puede hacer; lo hace en vida y después de eso: es sombra de la sombra. Clemente de Alejandría dijo, ¨Escribir en un libro todas las cosas es dejar una espada en manos de un niño¨ (Stromata). La Fábula egipcia antes mencionada en el Fedro, lamentaba el invento de la escritura y su soporte más elemental; ya que los hombres descuidarían el ejercicio de la memoria y se harán dependientes de los símbolos.
Sócrates no escribió. En el diálogo del Banquete se considera el Amor como un misterio, porque hay un sin- sentido en el decirlo y no vivirlo. Sócrates fue un maestro oral que animó la praxis filosófica, el Eros en la vivencia y la sabiduría a través del diálogo: buscar y despertar las reminiscencias interiores, un ethos que se involucra con lo verdadero y con la belleza.
Otro ejemplo es Lao- Tze, filósofo chino contemporáneo de Confucio – el primero de corte romántico, el segundo de pensamiento clásico- después de trabajar en la biblioteca de la dinastía Zhou, viajó itinerante por la China del siglo VI a. C. El maestro chino al igual que Sócrates o Jesús, nunca pretendió escribir, hasta que un hombre de armas se lo solicitó personalmente. Todo con el fin práctico de resguardar el pensamiento del Tao. Guardar la sabiduría del camino, a través de un artefacto. Al igual que los místicos, los antiguos confiaron más en el logos oral que en lo escrito, en la palabra animosa, viva y directa. Tal desconfianza puede provenir de una supuesta pérdida, de una trascendencia que los antiguos depositaron y asentaron en la experiencia espiritual y en el diálogo: ya que la verdad es intransferible, indecible y mucho menos aprehensible por símbolos arbitrarios, de esencia mutable y de doble articulación. En la antigüedad (de manera tácita o reaccionaria ante lo novedoso), la vivencia de la verdad no se podía contener en un libro.
La fascinación por el libro
Los antiguos buscaban armonizar la teoría (lo que se contempla) y la praxis (lo que se hace). A esto lo llamaron ethos. Hay un peligro en el libro como exceso: radica en el olvido de la vida, en un des- involucramiento de las circunstancias dadas, ésas que nos provee la existencia.
El libro era un invento nuevo, y el espíritu desconfiado y prevenido de los griegos, los hacía dudar de ese objeto que encierra el logos. Los judíos por otra parte, se mantenían firmes a sus convicciones y creencias, y fueron los pioneros en el tema relacionado al culto del libro (recibimos de los griegos la duda, la ciencia y el arte, y de los judíos la fe, la moral). Primero, la biblia de los setenta (Septuaginta) de estilo primitivo, que el tiempo iría puliendo lentamente como la caída del imperio y el ascenso del cristianismo. La onírica revelación de la cruz.
En el concilio de Roma del 382 se crea un canon, siendo estos procesos históricos manifestaciones de los procesos de la pisque colectiva. Acaece entonces, que los maestros orales van perdiendo su fuerza, e inicia el fin de la superioridad de lo oral sobre lo escrito.
Un largo proceso que ocurre en un instante como todos los grandes cambios; y tales cambios, emprenden nuevas técnicas de apreciación. Emergen las técnicas en la elaboración de los libros, en la escritura y la lectura: El libro sirve para leer el universo y su plan divino, y se mejora la calidad del papiro, del pergamino y lo empleado al arte de escribir.
El libro fascina y fascinarse es estar hechizado, sufrir un encantamiento (las personas en la antigüedad para evitar el encantamiento por mal de ojo, se colocaban figuras con forma de falo en el cuello). A San Agustín se le proclama como uno de los precursores de la hermenéutica, de acceder al libro desde una nueva forma, ¨Cuando Ambrosio leía, pasaba la vista sobre las páginas penetrando su alma, en el sentido, sin proferir una palabra o mover la lengua (…) ¨ (Confesiones, Libro VI). El acto de leer empieza a convertirse en un ejercicio del espíritu; y entendió el obispo de Hipona, que las sagradas escrituras ocupaban una doctrina. Tal fascinación por el libro, desembocó en un cuidado en lo que se lee y de manera análoga, en cómo se lee y su residuo final: la comprensión…
El palimpsesto, el libelo, la proliferación
La fascinación por el libro provocó que muchos individuos fueran lectores de un solo libro; aunque la biblia es un libro hecho de muchos libros: cosmogonía, poesía, cartas, relatos… Antes de la re- invención de la imprenta por Gutenberg, el libro era un privilegio eclesiástico y de la monarquía; y algunos irrespetuosos raspaban las fibras de los manuscritos para volver a escribir. Tarea del buen escritor; borrar y escribir, escribir y borrar. La tecnocracia de la imprenta llevó a la supuesta democratización del conocimiento, y el libelo, hermano menor o esperma del libro, sirvió como recurso propagandístico. Fue Voltaire experto en la pornografía política y en el arte de difamar por medio del libelo.
Difícil es conocer el progreso o uso de los instrumentos, artefactos y técnicas. El ser humano vive entre la oscuridad y el asombro ¨ (…) para él claramente demostrado que no conoce ni un sol, ni una tierra y sí únicamente un ojo que ve el sol y una mano que siente el contacto de la tierra¨ (El mundo como voluntad y representación, Libro I). Se llegó a la proliferación del libro, ¿es el libro un fin o instrumento de un fin?… Para los cabalistas, musulmanes y judíos; ambos casos es un sí. El libro es un atributo de Dios, y la divinidad fue movida a escribir dos, y uno de ellos es el universo. Si en la antigüedad y la Edad Media la cantidad de libros era limitada, su proliferación desembocó en una propagación del descuido, una confusión del término ocio y la aceptación de la mala letra. Nietzsche en su propia versión de Cristo, El Zaratustra; menciona ¨Entre todo cuanto se escribe, yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre, y comprenderás que la sangre es espíritu¨ (Del leer y escribir, Libro I). José Ortega y Gasset motivaba en un discurso llamado: La misión del bibliotecario, a leer el Fedro de Platón, para entender qué es el libro. Ya que el uso continuo de las cosas, hace que estas se gasten y vayan perdiendo un sentido de causa, un origen que sólo la historia de la tradición puede hacer que vuelva a arder. Para Ortega y Gasset, el siglo XIX fue un momento culmen para la historia del libro, ¨ ¿Qué ha pasado entretanto con los libros? Se han publicado muchos; la imprenta se ha hecho más barata. Ya no se siente que hay pocos libros; son tantos los que hay, que se siente la necesidad de catalogarlos¨ (p. 28). El libro como objeto es manifestación de conflicto, y manifestación del ser histórico construido por el tiempo.
En el principio fue el gruñido, luego la creación de la imagen. Y se desencadena la posibilidad de fijar lo dicho. Una supuesta desaparición del Caos que es solo aparente; porque en las palabras escritas hay borrones, se subraya, y se malentiende. Opera en el libro lo inconsciente, manifestado en el acto de escribir. Es un intento de hilar la oscuridad del pensamiento.
Sobre el autor
David Ruiz es filólogo y bibliotecólogo de la Universidad de Costa Rica.
Imagen: Still life with books (1901) por L. Block