La ficción diabólica o ensayo sobre la maldad por Félix Alejandro Cristiá (Puerto Rico – Costa Rica)

Advertencia

A continuación no se enfrentará a una exégesis de textos antiguos ordenados sistemáticamente; tampoco leerá un artículo académico con un uso erudito y exhaustivo de fuentes bibliográficas. Se trata, en cambio, de una exposición desde el método infernal, esto es, y remembrando al gran Blake, una escritura compuesta desde un estado de imaginación convulsa a la que la razón poco a poco intentará contener con su anillo terrenal, previniendo —en la medida de lo posible— que lo narrado se pierda en el mundo de la rancia y seductora mística.

Apertura

Nos han exhortado a añorar la pureza. La naturaleza humana, sea lo que esto signifique, sólo permite limpiarse intentando obtenerla, pero nunca la alcanzará por completo. Ángel, ser de luz, aspiración del santo; sin sexo, sin duda, bondad y belleza pura (pulchrum). ¿Tal es la representación de la pureza de la que nos hablan aquellos sucios? Si es así, ¿cuál es su opuesto? ¿Existe acaso una maldad tan excelsa que pueda equipararse con este anhelo de pulcritud?

Arthur Machen, en el —quizá— más exquisito relato sobre brujería, pone en boca de su personaje la certeza de que es mucho más difícil convertirse en un supremo pecador que en un gran santo. Para intentar descifrar esta incógnita, partamos, entonces, del temor y la oscuridad; de la luz hacia su descenso a lo diabólico; y del pecador hasta su incesante purificación en las tinieblas.

I

Ya no se teme. Lo que durante milenos había ocasionado el estremecimiento de tantos, se ha agotado. El ser humano ya no huye de la ahora agonizante oscuridad. No teme a las encarnaciones del mal. Tampoco teme a lo oculto, porque ya casi no queda nada que ocultar. La luz que ha construido y sus delirios de progreso han aniquilado las moradas de todo aquello que atacaba en el anonimato.

Demonios y diablos, ¿qué significan hoy? Se les construye altares por doquier, reducidos a formas de entretenimiento. Y de las profundas capas de la mente donde alguna vez residieron, un nuevo estrato las cubrió. Un manto superficial, delgado, como tierra seca intentando cubrir un pantano de arenas humedecidas, presuntamente olvidadas.

¿Han notado la popularidad del vampiro? Jóvenes juegan a pertenecer a la raza que burló la muerte, sin comprender el tormento que tuvo que sufrir a cambio de tal anhelo humano. Otros prefieren a los lobos, la seducción por merodear el reino de la Luna les hace olvidar la irremediable esclavitud. Los demonios han mutado en personajes de circos y comedias. Al secularizarlos los han humanizado. ¡Ahora tienen sentimientos!, se enamoran. Se muestran capaces de razonar, cuando en otros tiempos su carácter era definido por impulso puro, a diferencia del tan dudoso hombre. Provocan todavía cierta repulsión, ¿quién lo negaría?, pero quizá más por la exaltación exagerada de su fealdad y de lo grotesco. Pero no más auténtica repulsión, la que sentían los ancestros cuando eran incapaces de ponerle rostro a lo que les acechaba desde la oscuridad.

La maldad no repele. Atrae. Siempre ha tenido un componente de seducción. La maldad atrae de manera mórbida. Excita. La maldad es rebelión. Es libertad. ¿Cuándo el ser humano no ha añorado hacer lo que desea sin tener que justificarse ante los entrometidos? Las normas que ponían nuestras instituciones paternales se volvían necesarias para contener cada impulso que la naturaleza humana quisiera exaltar con sus gritos ahogados de libertad. Y recluidas en nuestro interior, gracias a los benditos dones de la razón y la compasión —clamaron algunos—, creímos que enjaulamos el reino de las tinieblas. Nunca vencido, sin embargo. Se escabulle por los poros en pequeñas dosis, formando monstruos: las caras de la humanidad que no quiere ver. Sus deseos oprimidos y sus dudas. Pero, aunque repudiadas, las necesitaban. Necesitaban a estas criaturas para explicar el mundo.

Remontándonos al tiempo antes de la valla, cuando esta capa no estaba tan enterrada, las historias de la bestia eran tan reales como la espuma del mar sobre la superficie líquida, o el suelo en el que se siembra y al mismo tiempo del que se obtienen los frutos. Era parte de la vida y la muerte. Junto al arte y a la devoción, forjaron tradiciones. Ese mal encarnado, habitante en nuestro corazón, tomaba miles de rostros, y sobre sus espaldas escenificaron fundaciones de reinos.

Naciones que comienzan con una historia —salvo las que se hacían llamar monoteístas— el caos, siempre, precediendo la luz. ¿Por qué los reyes del mundo comenzaron una ofensiva contra la oscuridad? ¿A qué le temían realmente?

II

La oscuridad absorbe todo, homogeniza el mundo. La luz resalta y divide. En el reino que ha inutilizado la vista el verdadero depredador nace. En la oscuridad no se distinguen las jerarquías. La luz es, no obstante, necesaria. Es el filtro que segrega a los cobardes de los débiles. El abejón buscará torpemente la luz, y chocará por aquí y por allá, abrasándose al encandilamiento que da por divino. Los más fuertes se quedan en la oscuridad, y los ojos se afilan.

Optimistas los que tienen a la oscuridad por ausencia de luz, que digo optimistas, idealistas. La luz como forma primordial de la “sustancia” universal, principio fundamental de la belleza y la verdad, agregaba el filósofo de la luz, emanaciones en correspondencia con alguna trinidad. Pero puntos en el vacío no devoran lo inabarcable. La luz privilegia la vista, jerarquiza los sentidos; actuamos según lo que podemos observar y así emitimos juicios. En la oscuridad los sentidos son solo uno, se integran en el mismo ser alerta siempre; un cuerpo de sentidos. La noche es universal.

Las tinieblas son el símbolo de lo bajo, de lo incontrolable y desolador. Carencia de iluminación y falta de conciencia. Del abismo surge nuestra potencia, fuente de creación que intentará negarse a sí misma en un caos que recuerda a una morada anterior. Pero no todos están preparados para conocer el secreto, y muchos comenzaron a encerrarlo en lugares discretos. En los monumentos, en las catedrales. Al no ver bien su rostro, el mal adoptaba cualquier forma reconocida por el tan ingenuo humano, y naturalmente, lo depositaba en la profundidad de la noche.

¿Qué egipcio de las eras doradas no temblaba al escuchar el nombre de Seth?, reflejo del miedo a la guerra y la violencia, a la desolación del desierto. Pero ningún dios con rostro animal podía producir terror mayor que el que es compartido por toda una nación: el desorden. La temible serpiente cuyo principal enemigo era la salida del Sol; engullir la luz. El caos en su forma primigenia es el triunfo de lo abstracto, el regreso a lo desconocido, de lo insustancial, al lugar sin nombres donde no tiene control alguno el hombre.

Admiremos ahora a la gran Babilonia, milagro del ingenio. La tierra del poderoso Marduk, héroe victorioso contra la terrible madre de todo. Temido y venerado, dentro y fuera de los Dos Ríos. Pero, cuando la falta de fe hace menguar el miedo a los dioses, surgen de los abismos del cielo los Gallu; sin vitalidad, ausentes de sentimientos, actuando únicamente por una extraña voluntad que el hombre común no puede discernir; fuerza tempestuosa a la que de nada sirve orar. Que no les reconozcan su humanidad a las personas los abandona en desesperación pura.

Pero bien y mal eran todavía ideas difícilmente reconocibles. Antes de Pandora, aún antes que Eva, la virtud era la ley. Una ley para vivir, no para creer.

El cristianismo representa el triunfo del bozal en Occidente. De los pueblos subyugados, aquella secta judía, de pobre cultura, adulteraría las historias de sus vecinos y haría brotar una mitología propia. Ángeles caídos cortejados por lo prohibido se tornan en dioses falsos que nos legarían el mensaje de que ni siquiera los celestiales son invulnerables al mal. Hablamos ahora del mayor de los mitos: la libertad de elección.

Debemos detenernos momentáneamente en el que es quizás el mayor de los miedos. ¿Cómo olvidar un terror tan presente en la vida como la muerte misma?, a lo que nadie ha visto, y desde donde nadie ha regresado. Pero si no se ha de saber el lugar al que podemos llegar, mejor conocer en dónde no queremos estar. Gracias a Dante, los plebeyos pudieron imaginar lo que les espera tras la muerte. En un lugar diferente, dependiendo del carácter de sus pecados, pasaría usted eternamente martirizado. A raíz de la gran Comedia, todo un universo grotesco dominó la mente de los siervos. Y en el círculo más profundo del Infierno se encontraba inmóvil Satanás, por haber provocado el peor de los pecados. Aun en aquellos tiempos la figura del Diablo no era más que la de un simple demonio fracasado, poco agraciado y recluido. ¿Cuándo pasó a ser el monarca del mundo?

III

Durante la Edad Media, junto al miedo a lo desconocido brillará el miedo a lo prohibido. La institución del tabú. Satanás ya no es el mayor de los penitentes, sino el Señor de todos ellos; el punto culminante de un largo proceso de asimilación, donde una sola imagen llega a absorber a todas las hordas antiguas de seres extraños y maléficos. De Marduk a Seth, Baal, infinidad de entidades antiguas e inventadas en los campos, convergerían en una sola, deforme, despreciable criatura. Las piernas del noble Pan, cuernos de Cernunnos, amigo de los animales, la serpiente del Edén. Tan solo recordarles su existencia a los siervos, los señores obtenían sus corazones.

Esta entidad mestiza albergó las fuerzas incontrolables de la naturaleza y el instinto animal, y el deseo y la sexualidad quedaron amordazados en pos de lograr el ideal humano: el servil. Pero ante su imagen se inclinaron las astutas y los desamparados, cuando ni Dios los escuchaba ni los monjes les prestaban mano. «Tú, que hasta a los leprosos y a los malditos parias, les das del paraíso nostalgias solitarias», habló por ustedes el maldito poeta, a la pobre belladonna, al antiguo doctor. Pero éste señor de los bosques no siempre les retribuía, prefería hacer de compañía en el claustro.

¿Qué hay detrás de este collage, aquella monstruosidad que se opone a Dios? Algunos lo identificaron con el demiurgo, lo imperfecto y corruptible, en una palabra: materia. Un lucero alimentó su símbolo, para los curiosos que se empeñaron en buscar lo que los antiguos sabios habían escondido. Un adjetivo, el opositor, no un sustantivo. Es acción pero no es el verbo. No, lucero y caído no se equiparan.

Satanás no es mucho más que un historiador fallido. En su mito quiere reescribir la historia de la humanidad; al no poder crear se conformó con desear narrarla. Pero no puede hacer más que utilizar un lenguaje que no inventó. En un juego donde no puso las reglas está condenado, pues, al fracaso.

Los rabinos no fueron tan torpes; los sabios de la media luna tampoco. No debilitarían el poder de su divinidad única creando una entidad que le hiciera frente; bien y mal emanan de la misma fuente. Pero el cristianismo, poco original y débil en dogmas, inmiscuyéndose en la sabiduría griega secular, formó este politeísmo renco. Con el afán de querer demostrar a su dios, intentó bajarlo hacia su razón, de tal manera la iglesia de Pablo de Tarso creó su propio enemigo: la ciencia. Satanás, fiel amigo, señor de dos bandos, a cambio de la luz del mundo perdió su dignidad.

¡Tan diferente la estrella de la mañana! Reminiscencia gnóstica; recuerdo de nuestra vida previa. Prometeo portador del fuego, liberado por fin.

El caído es lodo: pesa. El lucero del alba es un reflejo de lo que perdió, y aparece al principio del día como un recuerdo, similar al rapto de la memoria que la Noche hace al nuevo nacido. El único mérito del caído reside en la desobediencia: milagro revolucionario. Los cristianos dirán convencidos que «el principio de la sabiduría es el temor de Jehová». ¡Que ingenuidad la de la oveja! El principio de sabiduría es la desobediencia, en efecto, el conocimiento de las dos opciones; algunos precavidos utilizarían el eufemismo de la duda. Alimentarse del discernimiento primero, para poder reconocerse a sí mismo después; las claves del universo enterradas en dos árboles.

Pero el intentar conseguir lo que en un principio no era para uno, hace errar en el mundo, de transgresión en transgresión. El príncipe del mundo se deleitó entonces con el sabor de la tierra y olvidó su única virtud, y así el humano. En un intento por disfrutar más de los lodos, ha creado un sistema de reglas; nubla la visión de esa primera, original virtud nacida del raciocinio. Con la caída el ser humano se dio cuenta de que no era como el resto de los animales, así bien, adorar al opositor es adorar al hombre.

¡Qué vergüenza hacer la comparación del comediante demoníaco con las originales formas de la oscuridad! La otra cara de Dios en las Gathas; la serpiente que amenaza con comerse al Sol; la madre inmolada que con su cuerpo dio forma al orbe; oh diosa celeste que cuando danza hasta el mismo dios de la destrucción debe postrarse a sus pies para apaciguarla. ¿Cuánta más infamia debió soportar el principio femenino para poder enaltecer la imagen y semejanza del hombre? Tal degradación solo podría ser exaltada por un cristiano; reducir la anti—creación a una versión estéril del ser humano: el ángel, ¡y que tras de eso cae!

Oh pobre religión, que tuvo que inventarse un diablo para poder verse más fuerte.

IV

Volvamos a nuestra pregunta inicial. ¿Qué representa la maldad en sentido puro? Ni el diablo ni el caído podrían vestir tal anti—virtud, todavía encadenados a sus emociones burdas, humanas. No es suficiente con amar al diablo o a lo que éste intente encarnar en las pinturas para declararse un auténtico opositor a la ley. «El hecho de que estas pobres criaturas invoquen a Satán, no presupone que él las acepte. Estas pobres criaturas están lejos y bien lejos de estar maduras para él. No odian a Dios». O lo que es similar, no niegan el mundo. ¿Qué nos puede decir el lucero al respecto, aquel recuerdo que se embarró en la tierra del planeta cuando miró hacia abajo?
La civilización se ha vuelto eficaz en contener y regular lo que considera malos actos. Un asesino semeja más a un animal salvaje, movido por deseos que no puede contener. Se castiga al miserable que robó o que asesinó. Los que dictan las leyes ven en los criminales una perversión de la ley común, y se sientan sobre aquellos pobres que ellos mismos han creado al clamar lo que es bueno y malo. He ahí la magnífica treta, la culpa cae en el débil, y la gente se olvida de los que fundaron el crimen (¿han llegado hasta aquí y no han entendido el papel de Caín?). Quede marcado y será usted intocable. La civilización condena a quien se guía por la venganza o la necesidad de satisfacerse, y deja impune a los malos incompletos (los que dictan las normas). Y sin embargo, ninguno de estos, ni los subyugados ni los tiranos, movidos por tan vagas pasiones, merecen ostentar el título de corrupta pureza.

La maldad en un sentido puro no implica necesariamente cometer un acto pecaminoso, sino erradicar la duda de que puede llegar a hacerlo. La confusión descansa en nuestra concepción —social— del mal, de lo que no queremos que nos hagan. La maldad en sentido puro contradice las reglas de la naturaleza, no la de los hombres. «El santo procura recobrar un don que ha perdido; el pecador trata de obtener algo que nunca le perteneció. En resumen, repite la caída», nos vuelve a decir Machen. Al negar la materia el lucero asciende por la mañana, pero no puede situar su trono por encima de las nubes por tiempo indefinido.

El enigmático poeta de las tierras célticas afirmaba que los Sidhe deben su longevidad a que odian o aman, mientras que los simples mortales estamos condenados a disfrutar de estas emociones de manera incompleta, inmiscuido un sentimiento en el otro, hasta que hayamos conocido «el odio sin trabas y el amor sin mezcla», y nuestros pies no estén «enredados en la triste red del quizá y el tal vez». El auténtico pecador tiene al impulso por fuente, pero no se transforma en el acto necesariamente; nunca deja de ser impulso. Eleva al ser desde el abismo y sacude la arena, sin que el conocimiento del bien y del mal se inmiscuya, ni la intromisión del razonamiento como regidor; la ira, por lo tanto, tan propia de bestias salvajes, tampoco es una excusa.

La transgresión es el principio fundamental, pero cuando se encuentra por encima de los deseos. Es un carácter del alma individual, no se forja. Aspectos tan efímeros y triviales como la vida le son indiferentes. Se pueden transgredir los valores, sin culpa ni odio, y no teme a la muerte, porque esta no significa nada. La negación perpetua. Se puede intentar cortar el hilo que amarra todas las causas de sus efectos sin tener una meta fija. El valor supremo, si es que hay tal cosa, la Creación si se quiere, vale lo mismo que el vuelo de una mosca. El malo absoluto transgrede existiendo, y mientras habita, se purifica en sentido inverso.

V

La ficción diabólica ha creado una historia del orden, donde se propagan las jerarquías y triunfa —en apariencia— la luz.

Notas al final

[i] Arthur Machen, The white people, 1904.

[ii] Véase al franciscano Buenaventura de Bagnoregio, así como la “estética de la luz”. Siguiendo a Agustín, afirma que las verdades inmutables sólo pueden reconocerse bajo la luz divina.

[iii] Según un mito de la cultura popular occidental, un hombre regresó de la muerte, aunque sin cuerpo; y lo que había del otro lado ya lo había descrito en vida.

[iv] Charles Baudelaire, Les Fleurs du mal, “Litanies du Satan”.

[v] En el gnosticismo original, que toma ideas del neoplatonismo y de las sectas judías y cristianas de los primeros Siglos, el demiurgo platónico pasa de ser un principio ordenador imperfecto, a la representación de la materia que encierra el espíritu humano.

[vi] Para la Sibila del Rin (Hildegard), si damos credibilidad a su segunda visión de Scivias, Lucifer descubrió la soberbia al contemplar su propia luz; y en la caída “surgieron estas tinieblas exteriores”.

[vii] Isaías 45:7. Santas escrituras judeocristianas.

[viii] Una leyenda judía cuenta que, al nacer un nuevo humano, un ángel (¿Lailah?) apaga la luz en el feto y golpea sus dedos sobre los labios de la nueva criatura para que no hable del mundo celestial del que provino. Curiosamente el nombre de este ángel en hebreo (לילה) corresponde a la palabra “noche”.

[ix] Proverbios 9:10. Santas escrituras judeocristianas.

[x] J. Michelet, La bruja. Un estudio de las supersticiones en la Edad Media, Akal, 2017, p. 35.

[xi] Habitantes del país de las hadas según el folklor irlandés. Hadas, elfos, duendes.

[xii] W, B. Yeats, Mitologías, Acantilado, 2013, pp. 89, 90.

[xiii] Vale la pena, finalmente, admirar el concepto de “maldad” que utiliza William Blake en The Marriage of Heaven and Hell, así como el de “Infierno”: un estado mental de imaginación convulsa sin la intromisión de la razón.

Referencias bibliográficas

Baudelaire, C. (2005). Las flores del mal (Les Fleurs du mal). Mestas.

Blake, W. (1991). Poems and prophecies. Everyman’s Library, Random House.

Hildegarda de Bingen (1999). Scivias: Conoce los caminos. Traducción de Antonio Castro y Mónica Castro. Trotta.

Machen, A. (2011). The White People and Other Weird Stories. Penguin Classics.

Michelet, J. (2017). La bruja. Un estudio de las supersticiones en la Edad Media. Akal.

San Buenaventura (1947). Obras de San Buenaventura. Tomo III. La Editorial Católica.

Yeats, W. B. (2013). Mitologías. Acantilado.

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