La india, un relato de Isabel María Lobato Jiménez (España)

La vieja mapuche se había quedado sola. Su marido hacía tiempo que había muerto, las otras esposas se habían desperdigado en busca de mejor fortuna y los hijos marcharon a la ciudad para huir de la pobreza. Sus únicos visitantes la buscaban por haber sido la Machi de la tribu, la intermediaria entre el mundo visible e invisible, y la conocedora de hierbas curativas y otros remedios para aliviar las enfermedades. Mas nadie iba a verla a ella sólo por ser ella, y eso a veces la ponía muy triste.

Una noche se encontró con dos Anchimallén que peleaban y supo que se había terminado su suerte. A lo lejos parecían dos esferas de fuego que flotaban en el cielo, mas al acercarse, se separaron y pudo distinguir la silueta de lo que podría ser un ser humano de pequeño tamaño, pero la india no se dejó engañar.

—¿Han venido a buscarme?

—Aún no, pero has de estar preparada. Pronto tu cuerpo y tu espíritu se separarán. Habrás de abandonar tu cuerpo en Nag Mapu, esta Tierra de Abajo, y tu espíritu se elevará hasta Wenu Mapu, la Tierra de Arriba, donde eres esperada —y diciendo esto volvieron a adoptar su forma lumínica y continuaron con su pequeña reyerta.

Al día siguiente, la india hizo un hatillo con algo de comida y todas las monedas que poseía, y marchó a la ciudad. Allí entró en una tienda de modas, enseñó sus monedas y se probó un montón de vestidos, hasta que encontró el que la enamoró. Era un vestido granate, de cintura entallada y preciosas mangas abullonadas de organdí. Se quedó embelesada ante su propia imagen en el espejo. Estaba guapa, muy guapa, como no lo había estado nunca.

Antes de salir del probador, se apretó las trenzas, y de su hatillo sacó unas pinturas artesanales, con las que se pintó los ojos y los labios, como había visto hacer a las damas de la ciudad. Luego pagó y con una tímida sonrisa preguntó por el fotógrafo y marchó en su busca.

Las campanillas que anunciaban un cliente tintinearon y el fotógrafo se encontró casi de bruces con la india.

—¿Es usted el fotógrafo?

—Sí, señora —contestó anonadado.

—Quiero que me haga una foto. Tengo dinero.

—Claro…, siéntese aquí —dijo saliendo de su estupor.

El hombre estaba impresionado. Aquella anciana emanaba una dignidad muy poco frecuente, consiguiendo que en vez de parecer grotesca, resultara enternecedora.

La foto resultó impactante.

—¿Le gusta?

—Sí

—Si me deja tomarle algunas más para ponerlas en el escaparate, le regalo ésta.

Ella asintió y lo dejó hacer.

Cuando tuvo la foto en sus manos, le dio las gracias y regresó a la reserva.

La encontraron a la mañana siguiente muerta en un claro del bosque rodeada de canelos. Aún iba vestida como el día anterior y tenía la foto sobre el pecho, con las manos entrelazadas, para llevarse su belleza a Wenu Mapu, y hacer que ésta fuera eterna.


El anchimallen, es el «mozo» o sirviente-esclavo de los brujos y se alimenta (es alimentado) de sangre humana. En las noches se muestra bajo la forma de una luz o bola de fuego. La fosforescencia que irradia hace que sea visible al andar, porque al caminar abre su boca y al abrirla deja traslucir unas lucecitas {anchi) entre los dientes. Rasgo común a todas las experiencias con el anchimallen, incluidas una personal, es el hecho de que quien lo avista, aunque sea en un sendero o escenario natural absolutamente conocido, inevitablemente se desorienta, perdiendo totalmente sus coordenadas y referencias: se pierde del camino. La definición de este duende humano también tiene otras variantes. También se conoce con el nombre de Epunamun (ser con dos pies flacos o ser raquítico de piernas delgadas). Si se define etimológicamente, anchimallen {anchi= luz fosforescente, mallen= niña) significa una niña que porta luz y hay dos sexos: masculino y femenino. Cuando lo envían como mensajero, recorre sendas y caminos durante la noche; al caminar va dando saltos y vueltas como remolino por la luz que le sale por la boca. De día se le ve en forma de Pichi Meulen (remolino Chico). También se ve en los techos de las casas y entre las ramas de los árboles. (Penroz, 2001)

Fuente: Penroz. (2001) Diccionario del mundo invisible y catálogo de los seres fantásticos mapuches.

Sobre la autora

María Isabel Lobato es maestra y psicopedagoga. Le encantan las palabras desde que era una niña, conocer sus significados, escuchar su musicalidad, contar historias. La acusan de no tener los pies en la tierra y siempre estar en las nubes; es cierto, desde ese espacio intermedio los personajes de sus cuentos atraviesan su mundo transparente y cuentan su historia a través de ella.

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