Los dioses que se complementan tienen prohibido conocerse. Este es el saber más antiguo que todos poseen, siendo un recuerdo más claro que incluso su propio nacimiento. Gozan de bastante libertad siempre que obedezcan las pocas normas y órdenes de Achamán, el Dios Supremo. Sin embargo, unos pocos cientos de años fueron suficientes para aburrir a Achuguayo e incitarlo a desafiar lo preestablecido.
Ser el dios de la Luna no proporcionaba ningún entretenimiento cuando solo puedes estar presente en el planeta durante la noche, horas en las que la gran mayoría de los vivos simplemente duermen. ¿Dónde estaban los curiosos animales que había escuchado de Chijoraji? ¿Y el gracioso pero adorable comportamiento de los humanos del que tanto había hablado Chaxiraxi? Las pocas conversaciones que compartía con las deidades que veía le confirmaban la sospecha de que su rutina era la más aburrida. Deseoso de contemplar eso que solo podía imaginar, aprovechó una noche en la que despertó un hombre y, casi por impulso, se apoderó de su cuerpo.
El cansancio lo dominó por un momento, sensación que era una completa sorpresa para alguien de su grado. Sangre humana corría por sus venas, mezclándose con su energía como deidad, por muy impensable que pareciera. “El cielo se ve un poco más brillante de lo que creía desde aquí abajo”, pensó mientras se acostumbraba a su nueva forma. Ignorando la razón por la que aquel hombre se habría levantado, trató de imitar a los demás y acostarse con otros en una choza de piedra. Los estímulos que recibía gracias a su nuevo cuerpo eran algo inaudito para él, y terminó durmiendo, más por una necesidad biológica que por decisión propia.
El verdadero choque con la realidad lo golpeó a la mañana siguiente, cuando fue echado de la choza porque no era la suya. Unas pocas quejas y ya se encontraba fuera, parpadeando para acostumbrarse a la luz. La mano con la que tapaba su rostro fue moviéndose con lentitud, revelando, al otro lado, el Sol. Achuguayo sintió ganas de correr. Los alrededores ya tenían a gente caminando y cocinando, pero no tardó en entrever un lugar más alto que no quedara demasiado lejos.
—¡Magec! ¡Magec! —exclamó mientras aceleraba, dirigiéndose a donde creía que estaría más cerca de aquella estrella.
Magec, el dios del Sol, ¿podría acaso percibirlo? Él era capaz de mantener su propio poder de deidad de la Luna, al menos en parte, de eso estaba seguro. ¿Podría percatarse de su presencia su dios complementario, al cual nunca había visto? Se privó de gritar algo más por temor a que Achamán lo detectara. Toda su esperanza residía en la mínima posibilidad de que Magec, alguien que solo conocía por palabras de los demás, se dirigiera a él. Y el dios del Sol, como su complemento que es, no tardó en darse cuenta de que algo estaba fuera de lugar.
“Piensa, piensa, ¿qué hacen los humanos para llamar nuestra atención?”, justo cuando estaba considerando la idea de una libación, otra voz sonó en su cabeza.
—¿Qué… eres?
Achuguayo nunca había escuchado una voz así. Reverberaba en su ahora limitada conciencia, confirmando que tomar forma física le había afectado también en un sentido espiritual.
—¿Magec? —pudo sentir una afirmación como respuesta— ¿Me guardarías un secreto?
—No acudas a mí en busca de pena, pues lo que puedo ofrecer es aceptación.
—Magec, soy Achuguayo —sus pocas palabras interrumpieron el pequeño discurso que el otro dios podría haber estado construyendo en su mente. Tras unos segundos de silencio, la sensación de sus energías conociéndose los había envuelto a ambos.
—Pero, es imposible que podamos estar hablando, mucho menos aquí y ahora. ¡No debería ser posible que tuvieras un cuerpo humano siquiera! —su tono, lleno de sorpresa, casi ocultaba un poco de envidia.
—¡Lo sé! ¡Pero fue algo tan automático! —su rostro se iluminó mientras explicaba lo ocurrido horas atrás— ¿Sabes esa sensación que se produce al m a n i f e s t a r algo para los h u m a n o s ? ¡Pues es como si te dejaras llevar por ella! ¡Tú también podrías estar aquí!
Otro silencio. Magec era más dubitativo de lo que Achuguayo pensaba. ¿Sería acaso por respeto a Achamán?
—Solo se puede escoger el cuerpo de uno de los humanos de ahora, ¿cierto? —se atrevió a cuestionar.
—Sí, al menos así es como ha funcionado conmigo. ¿Tienes algún problema con eso?
—Los humanos se organizan de muchas formas dependiendo del tipo de cuerpo con el que nacen. No quiero ser juzgado de esa manera por un cuerpo. No quiero ser clasificado en solo uno de los grupos.
La conversación pareció tocar terreno personal. Achuguayo repitió las palabras de Magec en su mente, y la idea que se le ocurrió lo hizo sonreír con inocencia. Magec pensó que ni entre dioses había visto una expresión que reflejara semejante vitalidad y libertad.
—¡Creo que tengo la idea perfecta! ¡Solo espera hasta esta noche, justo cuando los humanos no hacen su vida!
Y, tal y como había llegado a ese sitio, se apresuró a volver a las chozas de piedra. Dedicó el resto del día a encontrar y aprender a usar las herramientas que creía necesarias para su plan. ¡Los humanos sí que eran apañados! Los comentarios de Chaxiraxi ahora le parecían justificados.
Esa noche, ningún dios se alzaría en el cielo. Las horas de oscuridad dictaban el tiempo que tenía para crear la solución a su problema: un cuerpo para Magec. Con utensilios que había visto que usaban para cortar, se adentró en la choza de una pareja y los rajó con sorprendente habilidad. Presionó una mano en sus bocas para ahogar los posibles gritos si se despertaban y cortó las partes de ambos cuerpos que le parecieron más necesarias. Un cuerpo dormido era un cuerpo muerto, incapaz de realizar cualquier actividad, así que no habría problema. Mezclando órganos de la mujer y el hombre y con una sonrisa en la cara, no fue hasta el amanecer que se encontró cargando el cuerpo artificial lleno de costuras que él mismo había creado. La luz de la mañana iluminaba ahora las manchas de sangre que lo habían salpicado a lo largo de la noche, pero Achuguayo era demasiado ingenuo como para comprender la fragilidad e inestabilidad de la vida humana. Al sentir el Sol sobre su piel una vez más, se permitió sonreír de oreja a oreja, satisfecho.
—¡Magec, te he preparado un cuerpo! — vociferó esta vez sin miedo, levantando la masa de piel y disparejos órganos que había llevado hasta allí arriba— ¡Así no te apartarán a un solo grupo! ¡Podremos hablar más! ¡Podré tocarte!
Las emociones del Dios de la Luna eran casi palpables. Con orgullo le mostraba al Sol un cuerpo que ya no se podría llamar humano, sin vida, con hilos primitivos que sobraban por muchas partes. La mezcla de órganos femeninos y masculinos se le hacía tentadora, pero no se veía como una opción correcta, y la sangre y flacidez del cuerpo no eran lo único que le hacían sospecharlo.
—¿Seguro… que esto puede funcionar? Nadie ha mencionado nada sobre tu ausencia todavía, pero si yo también…
—¡Magec, va a estar bien! ¡Me tienes a mí, el único ser capaz de complementarte en este universo!
Intentó reflexionar de la manera más lógica posible, y el Dios del Sol llegó a la conclusión de que el esfuerzo que había realizado Achuguayo era inconcebible. A pesar de que, recapitulando, se percató de que él era quien había comenzado sus conversaciones, no podía permitirse ser arrastrado hacia el otro lado por una promesa que iba más allá de las normas. En cuanto tuvo decidida su respuesta, una lluvia comenzó a caer. Una presencia solo perceptible para los dioses le hizo huir. Apenas se pudo murmurar un último perdón en la mente del Dios de la Luna, a quien el repentino cambio le había tomado por sorpresa. Al voltear distinguió a un humano que no había visto nunca antes. Más bien, un dios como el que no había visto jamás. Este fue capaz de crear un filo más refinado que el que Achuguayo había usado con solo su poder. Se fundió con los gritos del fondo, provocados tal vez por la lluvia o quizá por el hallazgo de los restos que había dejado, y apenas reaccionó cuando fue apuñalado. El producto de su trabajo de toda una noche cayó al suelo, y la energía que emitía aquel puñal hacía que su corazonada se convirtiera en un hecho evidente.
—Achamán, ¿cómo…?
—Los dioses completos solo llevan a la destrucción.
En menos de un minuto, el número de divinidades sobre la corteza del planeta volvió a ser cero. La Luna nunca volvió a brillar como antes. Algunos humanos afirmaron que la pareja que había fallecido se había llevado su brillo al más allá como prueba de su amor eterno. Poco se sospechaba entonces del complicado afecto entre los astros y sus respectivos dioses.
Sobre la autora
Nerea Ruiz Martín (España, 2004) comenzó a escribir desde pequeña. Ha sido representante de Canarias y mención honorífica en la quinta edición de CriaPOESIA, además ganó el segundo premio de poesía en Maxoarte 2019. Aunque queda clara su dedicación a ese género literario, fueron los relatos y las novelas cortas las obras que la hicieron adentrarse en el camino de la escritura.