Un puñado de sol


La noche se había cerrado sobre el Istmo. Negros nubarrones velaban la luna y las estrellas, las tinieblas reinaban fuera y dentro de la gruta.

Veinte cuerpos yacían apiñados en el fondo, cada hombre buscaba el calor que podían proporcionarle sus vecinos. Sólo Deucalión permanecía despierto, velando junto a la entrada, para dar la alarma si alguna alimaña se atrevía a acercarse.

De pronto, un tenue resplandor rosado comenzó a filtrarse por entre las ramas que obstruían la boca de la gruta, como si la Aurora hubiese comenzado ya su diario paseo, pero era demasiado temprano para ello.

La luminosidad continuó aumentando; cuando Deucalión consiguió identificar, al fin, su origen, retiró apresuradamente las espinosas ramas y llamó a gritos a sus hermanos:

  —¡Despertad! ¡Despertad todos ya! ¡Es nuestro Padre que ha vuelto! ¡Y trae un puñado de sol en lo alto de una rama!

Los otros entreabrieron los ojos somnolientos y, como mejor pudieron, comprobaron la veracidad de lo afirmado: Prometeo penetró en la caverna y las tinieblas se tornaron en día.

— ¡Bienvenido, Padre! — saludó Deucalión y todos los demás le hicieron coro — ¿Qué es lo que te trae hasta aquí en medio de la noche?

—Tengo un regalo para vosotros — sonrió Prometeo —¿Acaso no lo estáis viendo?

—Claro que sí, Padre — afirmó Quimereo, incorporándose — Pero, ¿qué cosa es?

—Pues, justamente lo que ha dicho vuestro hermano: “un puñado de sol” que he tomado para vosotros

—¿Y qué haremos con él? — preguntó Lico, perplejo.

—Os iluminaréis en las noches y os calentaréis durante el invierno — respondió Prometeo. —Pero además, os reuniréis en torno a él y os narraréis historias. ¡Acerca esas ramas!

El aludido obedeció con presteza, Prometeo aproximó su antorcha y, muy pronto, una hoguera chisporroteó en el centro de la caverna. El Titán tomó asiento sobre una roca; los Hombres se acuclillaron, formando un círculo en derredor de la tibieza que irradiaba el nuevo don.

—Esto os unirá aún más — continuó Prometeo, mientras la veintena de rostros barbados le otorgaba toda su atención — Cada vez que un hombre entregue a otro una rama encendida, será un signo de fraternidad similar al de estrechar su diestra.

Todos asintieron, en respetuoso silencio.

—Aunque también podréis darle otros usos más prácticos — rió el Titán — ¿No

tendréis por allí algo de comida que os haya sobrado?

Menecio corrió hacia el fondo de la gruta, regresó cargando un cuarto trasero de uro.

—Hasta ahora —explicó Prometeo — sólo comíais la carne caliente cuando la arrancabais, aún palpitante, de la presa recién muerta. ¡Ahora podréis comer caliente siempre que así lo queráis! Y será mucho más sabroso, os lo prometo.

Tomando una de las toscas lanzas que descansaban contra la pared de roca, ensartó en ella la carne e hincando vigorosamente la punta en la tierra, dejó que las llamas comenzasen su tarea. A poco, un apetitoso aroma inundó toda la gruta y los Hombres experimentaron una agradable sensación que les colmó las bocas. La grasa goteaba, lanza abajo, chisporroteando alegremente. Las sombras danzaban en las paredes.

—¿Y qué otra cosa podríamos hacer, Padre? —quiso saber Jápeto.

Prometeo meditó un instante antes de responder.

—Podréis mejorar vuestras armas — suspiró — Para empezar, endureceréis los extremos aguzados de las varas que ahora os sirven como lanzas. Luego arrancaréis, de las entrañas de la Madre Gea, rocas que, una vez expuestas a un intenso calor, podréis trabajar para obtener mejores utensilios para cazar y descuartizar vuestras presas… ¡Epimeteo! Trae más ramas. ¡Por favor, no dejéis que se extinga!

El mencionado, echó a la hoguera las ramas espinosas que habían cerrado la entrada de la cueva.

—¿Qué has hecho? — protestó Deucalión — ¿Cómo haremos ahora para

mantener alejadas a las fieras?

—No te preocupes, hijo mío, para ese menester también será útil mi regalo.

Prometeo tomó un tizón encendido y, con un movimiento rápido y certero, lo arrojó contra una pareja de lobos, que habían sido atraídos por el olor de la carne asada y que se alejaron, aullando, en medio de la noche.

Los Hombres festejaron con risas. El Titán giró el trozo de uro, para que se cociera del otro lado, y prosiguió:

—Fabricaréis recipientes donde podréis preparar éste y otros alimentos de maneras diferentes; también podréis extraer los jugos de los frutos de Démeter para aliviar las enfermedades. Además, haréis herramientas que os permitirán cortar y tallar las rocas, para construir con ellas casas, templos y… —su mirada pareció atravesar los muros de piedra y las edades — llegará el día en que este elemento os dará el poder de surcar la tierra, los mares y los cielos.

—¡Entonces, seremos Dioses! — exclamó Atlas, alborozado.

—No — replicó el Titán, frunciendo el ceño — Seréis Hombres, ni más ni menos.

Comieron.

El silencio que se apoderó de la caverna apenas si era quebrado por la masticación y el crepitar de los leños.

—Hijos míos — declaró Prometeo al fin — os amo. Yo mismo os he creado, con mis propias manos… con mis propias lágrimas… Porque os amo, persuadí a Palas Atenea para que os concediese el don del entendimiento, ese mismo don que deberéis usar para comprender que este último regalo que hoy os he hecho puede dar vida, pero también quitarla. Puede ayudaros a construir, pero también puede arrasar todo cuanto hayáis edificado. ¡Tenedlo bien presente! Estad alertas, de vosotros depende, únicamente, la forma en que utilizaréis el fuego que os he traído, desafiando la cólera del propio Zeus…

El rayo abrió su sendero de devastación a través del firmamento; un trueno furibundo se precipitó, como un tornado, en el interior de la caverna, estremeciendo Hombres y rocas.

Con gesto adusto, Prometeo se puso de pie y se encaminó hacia afuera.

—¿Dónde vas, Padre? — la voz de Deucalión expresó la interrogante general.

—Al encuentro de mi Destino. El vuestro, Hombres, queda en vuestras propias

manos.


Sobre el autor

Luis Antonio Beauxis Cónsul es un escritor montevideano de 58 años. Publicó su primer relato en 1980, desde entonces ha obtenido premios y menciones en concursos de narrativa y poesía, nacionales e internacionales. Ha colaborado en medios de prensa, participado en antologías y lleva publicados cuatro libros de cuentos:

FICCIONES EN SU TINTA

CUENTICULARIO

OTRAS MEMORIAS

UN PUÑADO DE SOL…

En los últimos años se ha dedicado también a la Poesía habiendo obtenido, entre otras distinciones:

Ganador del II Certamen “Un Soneto Para Soria” (Soria, España, 2014)

Finalista “Premio Platero de Poesía” (Ginebra, Suiza, 2015)

Finalista “Poesías con Fondo Sonoro” (Palencia, España, 2018)

Primer Premio Poesía “Habla de Mí” Casa de Ceuta (Barcelona, España, 2015)

Primer Premio Poesía “Centenario Natalicio Ermelinda Díaz” (Quilpué, Chile, 2015)

Primer Premio Poesía “Centro Cultural Andaluz” (Valparaíso, Chile, 2017)

Primer Premio Poesía “Hermandad Nacional Monárquica” (Madrid, España, 2018)

Actualmente Luis Antonio Beauxis está casado con Leonor Díaz de Vivar y tiene dos hijos (Rodrigo y Joaquín). Es empleado bancario y cursó estudios en la Facultad de Medicina.

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