Del mito a la leyenda. Anotaciones sobre estructuras míticas y simbolismo en La Rosa de pasión de Gustavo Adolfo Bécquer

El relato La rosa de pasión fue escrito por el autor Gustavo Adolfo Bécquer en el siglo XIX. Su obra se adscribe al Romanticismo, movimiento cultural considerado tanto una tendencia como un estado del espíritu que dio sus primeros pasos a finales del siglo XVIII. Fue impulsado, principalmente, por los poetas Edward Young y William Blake en Inglaterra, Rousseu en Francia y Goethe, Schiller y Herder en Alemania, quienes propugnaban ideas revolucionarias referentes a los artístico, lo político y lo social.   

Sinopsis

Esta leyenda cuenta cómo una joven es asesinada por su padre y por otros judíos a causa del amor que siente hacia un cristiano, al tiempo se desarrollan tópicos como el amor prohibido, el tránsito al calvario y el sacrificio. Sin embargo, la historia no concluye con la muerte de la muchacha, pues al final se da el descubrimiento de un prodigio surgido de la tierra: la aparición de una maravillosa planta con las señales de la pasión de Cristo, señal de que en este relato las nociones de lo maravilloso y lo sagrado se asocian al cristianismo, como es propio de la vertiente romántica más conservadora.

Elementos comunes entre el mito y la leyenda. Estructuras míticas y simbolismo

A lo largo de esta trama es posible ubicar varios similitudes con el pensamiento mítico, pues en la leyenda y en el cuento ciertos elementos pueden ser identificados como recursos de carácter universal que ayudan a describir el espacio, los personajes o el esqueleto de una trama y que, además, proporcionan una interpretación simbólica y fantástica del mundo que le permite a la humanidad tocar, por lo menos con la punta de los dedos, lo sagrado en el marco de lo cotidiano, porque, tanto a la leyenda como al cuento les sería imposible alcanzar esos espacios con la misma fuerza del mito; pues el mito vivo, ligado a una religión, es una vera narratio que va más allá de la lógica o de la historia, un discurso sagrado in illo tempore que no se cuestiona, se vive.

Esta nota pretende recordar que existen situaciones, lugares e imágenes arquetípicas que trascienden el tiempo y el espacio, las cuales permiten vincular el lenguaje onírico del mito con la producción literaria e incluso, con narraciones ubicadas en un tiempo histórico en el que intervienen elementos fantásticos.

1- El judío Daniel como representación de lo ofídico

Daniel, un judío rico, celoso y pérfido se nos presenta como el guardián de Sara —la protagonista de la historia—, quien es su hija y también su tesoro más preciado. Daniel es descrito por Bécquer como un personaje malvado y pernicioso. Además, se le asignan cualidades diabólicas y es caracterizado como un ser “engañador e hipócrita” (1997, p.329), incluso “las viejas devotas de la feligresía se santiguaban al pasar por el dintel de su puerta como si viesen al mismo Lucifer en persona” (Bécquer, 1997, p.330) y la figura del diablo se opone a Jesucristo, tal y como la serpiente se opone al sol (Belda, 2014, p.17).

Por otra parte, se hace énfasis en el aspecto draconiano de la mirada fija y malévola que posee este personaje. Esta característica se le ha atribuido a las serpientes, a los dragones y a otros seres de naturaleza ofídica como el basilisco; seres que  en varias mitologías cumplen con el rol del guardián al ser custodios de elementos o lugares sagrados.

Según Fernández y Rubio (2017) la palabra dragón “deriva del griego δράχων (drákōn) y procede del verbo δέρχομαι (dérkomai), que significa “mirar fijamente”, el cual fue aplicado a la mirada de las serpientes, las águilas, la Gorgona y los guerreros.”   

2- La relación entre la muerte y la barca

De acuerdo con Chevalier y Gheerbrant (1980) no hay un barquero de buen agüero, pues la barca tiene que ver con el destino fatal de los hombres. Es por esto que el medio de transporte en el que navega Sara representa la muerte (al igual que la barca de Caronte), pero también la eternidad; porque, aunque este viaje la conduce a un destino trágico, la lleva a una regeneración al convertirse en una flor. Por otro lado, recordemos que en el contexto cristiano la Iglesia es una barca cuyo objetivo es la vida santa e imperecedera de sus miembros.

3- La mención del arquetipo del niño como ideal del retorno

 En la tradición de varios pueblos y en la religión cristiana, el niño representa el regreso al estado edénico en donde todavía no se ha experimentado la falta. Es por esto que se relaciona con la fase embrionaria, además, tiene que ver con la pureza y los ideales que permiten alcanzar la bienaventuranza (Chevalier y Gheerbrant (1980) y ese acercarse a la verdad del origen. En este caso, el Santo Niño de la Guardia es el modelo para la pasión de Sara, por eso se inserta su historia dentro de la narración; pues, a semejanza de esta figura popular, la joven se entrega al martirio por la virtud, igualándose a los santos. 

4- La iglesia bizantina cerca del peño de la Cabeza de Moro como ónfalo que sostiene la cruz del martirio o axis mundi

El ónfalos se refiere al centro del mundo u ombligo de la tierra y es, normalmente, el templo sagrado en el que se entrelazan las tres regiones cósmicas por medio del axis mundi, además, las edificaciones que sobre él se encuentran representan la ascensión espiritual del hombre al cielo (Prat, s.f., p. 75-85). 

En este caso, la iglesia bizantina es un ónfalos con características ctónico-funerarias, pues sobre ella se erigen dos manifestaciones sagradas y de carácter vegetal que conectan los planos y se relacionan con sacrificio y enterramiento: la cruz y la rosa de la pasión. Estos elementos establecen una relación del mundo mortal con el cielo de los bienaventurados y con el mundo embriológico o subterráneo en donde Sara fue enterrada.

Por otro lado, a través de la presencia de la flor, elemento que representa una nueva creación surgida del sacrificio —haciendo alusión a los valores creacionales y hierofánicos—, se manifiesta un milagro visible: las señales de la pasión de cristo en sus pétalos. 

5-El peño de la Cabeza de Moro, la cruz y las nociones de laberinto y centro: 

La cruz del cuento representa ese lugar de difícil acceso que condensa el sacrificio, la regeneración y la vida absoluta. Para llegar a ella y a su prueba final, Sara tiene que vencer sus miedos y las impresiones generadas por el peño de la Cabeza de Moro, sitio tenebroso semejante al laberinto. 

“Durante algunos minutos se la vio aparecer y desaparecer alternativamente en aquel oscuro laberinto de rocas oscuras y cortadas a pico…” (1997, p. 336).

6-Simbolismo de la flor

Según Chevalier y Gheerbrant (1980), la flor simboliza el principio pasivo sobre el cual se realiza la actividad celeste. También se relaciona con la inocencia y con el regreso a lo edénico, con el elixir de la vida y el estado primordial.

En este relato, la interpretación de la flor como elemento simbólico concuerda con la teoría de Chevalier y Gheerbrant, pues representa el nuevo estado de Sara, receptáculo del milagro celestial. Además, al igual que el arquetipo del niño, la flor alude a la plenitud, a la inocencia y a la armonía presente en los tiempos pasados. 

Por otro lado, en la renovación de Sara se puede identificar un tema mítico bien conocido: la criatura vegetal que surge del deceso, motivo que se reproduce en las historias de Adonis, de Narciso y de la ninfa Menthe. Sin embargo, en este caso, la flor también puede verse como la culminación de un viaje iniciático que trae consigo una nueva vida, un nuevo estado de la conciencia y del alma.

8-Simbolismo del pastor

Al final del relato la rosa de pasión es descubierta por un pastor, un hombre cuya identidad en realidad no importa mucho. Sin embargo, su aparición y el rol que cumple no ha de extrañarnos, pues en las tradiciones judeo-cristiana y grecolatina el pastor sobresale como favorito de los dioses. Según Chevalier y Gheerbrant (1986), esto se debe a que, de manera general, representa “la sabiduría intuitiva y experimental” que presta atención al movimiento de la naturaleza, y por ende a lo sagrado que se manifiesta en sus elementos y en sus ciclos. 

Este personaje, como receptor de la epifanía, se une a los otros elementos míticos, simbólicos y religiosos en torno al conjunto amor-sacrificio-muerte como último eslabón en el sacrificio primordial, un tipo de sacrificio conocido como la ofrenda de un ser superior que propicia la creación a raíz de su propia muerte (Prat, s.f.). Este, para los cristianos, no es otro que el sacrificio de Cristo en la cruz (Prat, s.f.).

Transposición mítica

Finalmente, tras haber analizado la estructura de esta obra marcada por el viaje, la muerte y el renacimiento, y habiendo evidenciado la relación que estos elementos arraigados en el alma y en la tradición humana establecen entre mito y leyenda, a modo de cierre, se puede decir que en la elaboración de esta trama no solo se evidencia la desmitificación propia del paso del mito a la leyenda, de algo que en principio se veía como verdadero al plano de la ficción, sino también la transposición mítica que menciona Rull (2011); pues el mito del sacrificio primordial se transforma y se convierte en un asunto completamente diferente al ser adaptado a la historia trágica e idealista de un martirio por fe y por amor, causado por el descubrimiento de una relación prohibida.

Bibliografía

Belda (2014) Mitología del Inframundo. Francia: Centre d’Estudis Parc d’Estudi i Reflexiò Òdena

Bécquer, G.A. (1997) Rimas y Leyendas. México: Editores Mexicanos Unidos.

Chevalier, J. y Gheerbrant, A. (1986) Diccionario de los Símbolos. Barcelona: Editorial Herder.

Eliade, M. (1974) Tratado de historia de la religiones. Madrid: Cristiandad.

Fernández-Rubio (2017) El impacto de las serpientes sobre la mente humana. Recuperado de: https://bit.ly/2YPyxnY

Nezha, Khadidja y Naimi (s.f) Estudio de Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. Argelia: Universidad AbouBakrBelkaid -Tlemcen 

Prat, J.J. (s.f.) Grandes Relatos de la Humanidad: El pensamiento mítico. U.S.A.: NUS, Centro de Idiomas.

Rull, E. (2011) Lope de Vega y la transposición de los mitos: «La bella Aurora». Revista de Filología Hispánica. 27,1, 204-215.

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