Introducción
El siguiente trabajo rastreará la noción del honor que acompaña el traspaso de la Grecia arcaica a la Grecia clásica y que parte de una lógica aristocrática para alcanzar una lógica cívico-política, enmarcada en las instituciones de la pólis como escenario de materialización. Proponemos un abordaje arqueológico, siguiendo las huellas del pensamiento foucaultiano (Foucuault, 1964, 1984)[1]. Partiremos de lo que el pensador francés denomina “cuestión presente”, primera capa donde se permite ver y nombrar el objeto recortado. Desde allí se inicia el descenso arqueológico para visibilizar otras capas o pliegues que dan cuenta de otras formas de ver y nombrar el objeto en cuestión. No hay así un concepto idéntico y homogéneo del honor, sino distintos sedimentos que se articulan de una manera particular y que determinan cómo se ve y se nombra en una época.
Nuestra “cuestión presente” estará situada en la consideración del honor político que la Grecia clásica exhibe en el marco de las instituciones de la pólis; en la vastedad que implica. Partimos de la compleja relación que une a un erasta y a un erómeno, en el llamado “amor a los muchachos” (Foucault,1993)[2], para ver cómo el honor se juega en la forma bella que esa relación toma a partir de la templanza de ambos miembros de la relación.
El primer pliegue que encontraremos en nuestro descenso recorriendo el “conglomerado heredado” será el honor tal como aparece en la obra de Hesíodo. Para ello nos situaremos en Trabajos y Días por considerar que es el poema que más cabalmente permite un trabajo de este tipo.
El siguiente plano nos conduce al guerrero homérico para pensar la lógica aristocrática que se juega en el marco de la gloria como materialización del honor.
En los distintos segmentos trataremos de relacionar el tópico con los juegos de poder que se establecen en cada configuración. No solo a partir del poder que el propio honor supone como signo de prestigio en quien lo porta, sino el poder que se arriesga socialmente a partir de tal adquisición. Si bien hemos iniciado nuestra introducción a partir de lo que llamamos cuestión presente, el tratamiento procederá siguiendo un orden cronológico a fin de trazar un arco de lectura entre la Grecia arcaica y la clásica.
Primera capa
La figura del guerrero homérico constituye un espacio privilegiado, vinculado al ejercicio de la arkhé, tanto en lo moral como en lo socio-político. Es en este marco, donde la noción de areté (excelencia, virtud) y el imaginario social del honor, se complementan como aquello que permite el buen nombre y la memoria.
La figura de los hippéis constituye el modo de acercarnos a la areté heroica. Son dos las funciones poéticas que despliegan la soberanía de la palabra de alabanza. Celebrar a los Inmortales, tal como de ello da cuenta el poeta de registro hesiódico, y celebrar a los hombres intrépidos, tal como lo hace la Ilíada, son las funciones de una palabra que instituye lo real mismo desde su fuerza productora (Colombani, 2016)[3].
En efecto, los dioses y los héroes constituyen ese tópos más allá de lo humano, que permite hablar de esas razas o mundos impermeables, donde las posibilidades del tránsito se reducen a ciertas experiencias extra-ordinarias (Gernet, 1981)[4]. La condición heroica constituye una de esas bisagras que posibilitan la permeabilidad de tópoi. El héroe abandona su mera condición humana para convertirse en un igual a un dios.
Comencemos por abordar la configuración aristocrática de los hippéis:
La exaltación de los valores de lucha, de concurrencia, de rivalidad, se asocia al sentimiento de pertenencia a una sola y misma comunidad, a una exigencia de unidad y de unificación sociales. El espíritu de agón, que anima a los gene nobiliarios, se manifiesta en todos los terrenos […] los hippéis, los hippobotés, definen una aristocracia militar y terrateniente a la vez, ya que la imagen del caballero asocia el valor en el combate, el lustre del nacimiento, la riqueza en bienes raíces y la participación de derecho en la vida política (Detienn, 1986, p. 35).
Una breve recordatoria a la ya mencionada lógica aristocrática y a las obsesiones de los hippeís en el marco de la epopeya homérica (Colombani, 2005, pp.)[5]. Son dos las potencias a temer en este marco de pensamiento: la Alabanza y la Desaprobación. En realidad, se trata de dos bisagras dominantes de la lógica guerrera porque determinan procesos de territorialización y desterritorialización, de visibilidad e invisibilidad, de aparición y desaparición. Incluso, las dos nociones dominantes se despliegan, a nuestro entender, en una metáfora lumínica que determina zonas de luz y oscuridad, que recaen sobre la figura del guerrero y marcan su reconocimiento y aprobación social, o bien su desaprobación, articulada en muerte.
Efectivamente, el hombre homérico adquiere conciencia de su valor por el reconocimiento de la sociedad a la que pertenece. Es un producto de su clase y mide su propia excelencia por la opinión de sus semejantes (Jaeger, 1995, p. 25). Se trata de una lógica que tensiona dos polos antitéticos, que se resumen en la díada alétheia-léthe. La aprobación se juega en el horizonte de la verdad, en tanto des-oculto, de-velado. El honor quita el velo del oprobio, devela y descubre el ser del guerrero. Por el contrario, el des-honor cubre y vela el buen nombre y la fama. El hombre queda así oscurecido, cubierto detrás del velo del anonimato. Se dice que los poemas recitados en Esparta habitualmente se referían a aquellos que habían dado su vida por la patria, exaltando la dicha de esa muerte y descalificando a quienes se mostraban cobardes. La cobardía es descalificación social porque la gloria es Memoria Eterna.
Debemos recordar lo que oportunamente referimos, esto es, un doble concepto de gloria que la areté aristocrática define en su marco mental: kléos, la gloria tal y como se desarrolla de boca en boca, de generación en generación y kûdos, la que ilumina al vencedor instantáneamente. Si kûdos desciende de los dioses, kléos asciende hasta ellos (Detienne, 1986, p. 31). Es ese doble juego de la gloria lo que determina el buen nombre, la fama, la reputación, el honor. En ese contexto se desenvuelve la luminosidad que acompaña al guerrero, des-cubriéndolo, mostrándolo socialmente, para que no soporte el peor de los oprobios: morir sin pena ni gloria. Tal como declama Héctor, «¡Que al menos no perezca sin esfuerzo y sin gloria, sino tras una proeza cuya fama llegue a los hombres futuros!» (Ilíada, XXII, 304-305).
Las metáforas retornan desde múltiples vertientes. No solo la oscuridad opaca el brillo del guerrero y las tinieblas se yerguen sobre su figura, sino que, ontológicamente, aparece un registro de no-ser, de muerte, de ausencia, que contrasta con la presencia que dona la fama, la reputación, el buen nombre, devenido en gloria. Presencia y ausencia, luz y tinieblas, vida y muerte, palabra y silencio, memoria y olvido, honor y deshonor son los pares antitéticos de una lógica que tensiona la pertenencia o no al tópos de los áristoi.
Segunda capa
El honor en la poética hesiódica tiene que ver con la ecuación trabajo-justicia. El proemio al calendario del labrador impone ciertas pautas para lo que consideramos un modelo de vida confortable en medio de la fatiga y la dureza que impone el trabajo: “Fabrícate en casa todos los utensilios necesarios, no sea que los pidas a otro, aquél te los niegue, y tú te encuentres sin medios en tanto que se pasa la estación y se pierde la labor” (Trabajos y días, 407-410). Relevamos la idea del honor desde dos vertientes: en primer lugar, la posesión de todo aquello que resulte necesario para obtener los elementos que brindan autonomía. En la medida en que buena parte de la vida pasa por la obtención del fruto que brinda la tierra, en una economía de matriz eminentemente agraria, la construcción de los utensilios es capital a la hora de poder sostener la vida con dignidad, sin privaciones. En segundo lugar, el honor pasa por la independencia que brinda tener lo propio. El peligro de la vida parasitaria, que pone al hombre en relación de subordinación con aquél de quien depende, es un tópico capital en Hesíodo que resuena en otros aspectos como la virtud y la dignidad.
El tema del honor ligado al trabajo resulta de interés porque evidencia la racionalidad del sistema de trabajo que se perfila. Es un modelo de acción que obedece a reglas y funciones precisas en el marco de los ciclos estacionales, soporte temporal de la administración del campo, los granos y la hacienda. Sólo desde la ajustada organización de la tarea que implica necesariamente la gestión de los vínculos entre los actores intervinientes, es posible alcanzar la dignidad y la cuota de poder traducida en el propio autoabastecimiento.
El tema del honor roza también el matrimonio ya que sabemos que un mal matrimonio lleva al hombre a la ruina, sobre todo a partir de la nefasta consideración de la mujer en el marco de los actores que habitan la obra hesiódica. El trabajo y el matrimonio constituyen entonces piezas claves del honor o del deshonor de un hombre. Podemos indagar el modelo de vida del hombre común, el campesino al que Hesíodo dirige sus exhortaciones para ver cuáles son las pautas de acción que conducen al honor como bien preciado. Conjunto de exhortaciones que constituyen un todo compacto que da cuenta de la preocupación hesiódica por pintar un determinado êthos, asociado a buen nombre que un tipo de vida otorgará como signo de poder.
Nuestro proyecto de lectura se inscribe en un horizonte de corte antropológico, en el marco de una preocupación êthopoiética en tanto poíesis tendiente a configurar un modelo de êthos, transido por la sophrosýne como sustento de la inquietud por la administración del trabajo y el matrimonio y, en su seno, por la gestión de la vida honorable como objeto de preocupación existencial.
Referencias
[1] Foucault, M. Las palabras y las cosas, Arqueología del saber
[2] Foucault, M. Historia de la sexualidad Tomo II El uso de los placeres
[3] Colombani, M. C. Hesíodo. Discurso y linaje. Una aproximación arqueológica.
[4] Gernet, L. Antropología de la Grecia Antigua
[5] Cf Colombani, M.C. (2005 a), “II. El tópos de la excepcionalidad. Los Hombres. La lógica aristocrática. Nombre y poder: ese claro objeto del deseo”.
Sobre la autora
María Cecilia Colombani es doctora en Filosofía por la Universidad de Morón, profesora titular regular de Problemas Filosóficos y de Antropología Filosófica (Universidad de Morón), coordinadora académica de la Cátedra Abierta de Estudios de Género (Universidad de Morón), directora de la carrera de Filosofía (Universidad de Morón), profesora titular de Filosofía Antigua y Problemas Especiales de Filosofía Antigua (Universidad Nacional de Mar del Plata), investigadora principal por la Universidad de Morón, autora de Hesíodo. Una Introducción crítica, Bs As, 2005, Homero. Una introducción crítica, Bs As, 2005, Foucault y lo político, Buenos Aires, 2009, Hesíodo. Discurso y Linaje. Una aproximación arqueológica, Mar del Plata, 2016.