Perséfone
Cuando al mundo no lo regían los ciclos, cuando la flor y el fruto brotaban sin ninguna escasez, cuando los humanos aún se reunían con los dioses, yo vivía con mi madre en sus regiones fecundas-los campos de Ceres-Deméter. Es la misma Cibeles-natura amorosa y pródiga, nutricia de todo ser que habita en nuestro planeta terráqueo. Mi vida transcurría en las praderas y en los bosques, y jugaba con las ninfas y los cervatillos, mis amigos, entre las cascadas y la flora silvestre. Un día, embelesada con los narcisos vi que de uno asomaba Eros, el más precioso de todos los dioses. Deseos, le llamaban a estas florecillas. Eros me invitó a penetrar más allá del horizonte, en los suelos abismales y, yo, inocente me precipité a ser poseída mientras él anunciaba: «El abismo tiene terrores y escalofríos que el cielo ignora; pero no comprende el cielo quien no haya atravesado la tierra y los infiernos» “¡Si mi madre te escuchara, Eros!” Ya me embriagada el sutil aroma de la florescencia, de los ardorosos deseos que despertaban mis sentidos. En ellos me transporté a los albores del infinito, a los pechos henchidos de savia, los de mi madre, los de la madre de mi madre, los de las abuelas ancestrales. Las ninfas, entre risueñas y sorprendidas, apenas se miraban entre sí.
Mis tesoros de doncella habían seducido a Hades, también llamado Aidoneo, o Plutón: tenebrosa deidad del mundo subterráneo, mi tío, hermano de mi padre. Sus brazos me abrazaron y sus manos desataron los lazos anudados a la tierra de Ceres. Mis amigas fueron castigadas, convertidas en sirenas por no haberme protegido. Los corceles al servicio de Aidoneo corrieron con nosotros desbocados, hasta llegar a las insondables sombras, a los pantanos cenagosos, a su reino, en donde me dio a beber un líquido con semillas en copa de alabastro.
Perséfone: “¡Oh copa extraña que hace que mi mano tiemble! En su rojo licor rutila un deseo espantoso. Las simientes de las granadas brillan en ella como la ciencia del mal, como el grano fecundo de tormentos infinitos. No; no beberé. Pero la copa se me adhiere a la mano. Es raro; ahora me veo en ella, y mis ojos brillan con un fuego sombrío. Es idéntico al que brilla en los ojos de mi terrible esposo, al que arde en mis venas. ¡Ah! ¡Qué flecha ha atravesado mí corazón! ¡Oh, hórrido tormento! ¡Es el recuerdo de la felicidad perdida, el recuerdo de lo alto, de arriba! Cuando jugaba en el regazo de mi madre celeste, yo era la virgen divina; sin embargo, tenía un esposo. Pero ya no sé su nombre…su imagen se esfuma… ¿Fue un sueño? ¡Ay, ya no puedo volver a subir! ¿Es preciso, pues, que olvide?” “¡Qué espejismo! ¡Qué embriaguez desconocida! Tu color cambia, oh rey; tus ojos se agrandan, y tu diadema de oro brilla. En tus cabellos oscuros hay estrellas azules. ¡El negro Plutón se transforma en el hermoso Aidoneo (El no visto)! No he perdido a mi esposo. ¡Jadeante y loca, le vuelvo a encontrar más terrible y hermoso! ¿Es verdad todo esto?”
Plutón: “Es verdad. Yo soy el esposo eterno que Zeus otorgó a la virgen Perséfone. Bebe, y serás la reina de los muertos. Todo el infierno va a celebrar las sombrías alegrías de nuestro lecho nupcial ¡y el Olimpo palidecerá!”
Dioses amigos de Deméter trataron de recuperarme, pero era tarde, como Eva y Adán que comieron del fruto prohibido, ya, yo había comido la simiente y tomado del ácido-dulce licor del fruto de la granada. Fui convertida en reina y esposa fúnebre, y se inclinaron las almas de los muertos con ofrendas a la altura de mis pies. La diadema que ciñe mis sienes se tejió con narcisos blancos, y, además, se bordó con blancos jazmines. Mi trono es negro sin colores, pero, emana hilos, cintas y destellos de plata. El silencio es nuestro beso y nuestra boda, la fusión de lo más terrible y el amor. Ocultamos en las sombras metales y piedras preciosas, y todos los secretos del Hades. Quién los descubra podrá libremente entrar y salir de nuestra corona. ¡Tanto se dice de mí! Que por hermoso que era me quedé con Adonis cuando Venus-Afrodita me lo dio a cuidar. Él yacía en su lecho voluptuoso y ahora lo ocultaba de Ares-Marte, quien celoso le buscaba para asesinarlo.
¡Son sublimes y mortíferas las pasiones de nosotras las deidades! Conocí la maternidad por Deméter, incondicional, éramos una, antes de que Hades me arrancara de su regazo. Las Deméteres también nos llaman. No es verdad lo que se dice, no anhelaba a Adonis desde mi entraña deseosa de diosa mujer, él sería la creatura que yo no había podido concebir. Aunque la tradición órfica, por ser las erinias deidades del inframundo, las relacionan como hijas de mi unión con Hades. ¡Trágico final el de Adonis! Cazaba dentro del bosque y los colmillos de un jabalí enviado por Ares le llevo a morir. ¡Trágico y amoroso final! Afrodita lo convirtió en rosas y anémonas, vertiendo sobre él la misma sangre que su cuerpo derramaba.
También se dice que convertí en vegetales y por celos a dos ninfas seducidas por mí esposo: A Mente en una planta rastrera de menta y, a Leuce en un álamo blanco de cuyas hojas hizo su corona Heracles, cuando después de realizar uno de sus trabajos salió victorioso del averno. Que permití a Orfeo rescatar a su Euridice de la oscuridad, solo que, fue incrédulo y por ello la perdió. Dícese que entregué a Psique el cofre de mi belleza, que Venus-Afrodita le encomendó buscarlo en las tinieblas. Y, también, que fui serpiente al nacer para que mi padre Zeus metamorfoseado en otra serpiente me hiciera mujer. Nuestro hijo sería Zagreb. Ahora y en eones arcaicos, cada trozo del planeta, cada dogma profano o sagrado, cada escribano, iniciado y poeta, hace un relato diferente de nuestras estirpes.
Solo sé que soy Proserpina-Kore y, algunos me llaman Perséfone. Soy quien se introduce en todo ser vivo para desgarrar sus entrañas y, deposito en los cuerpos, además del amor, dolor y muerte. Por esto dicen que soy la diosa terrible. Odiseo me ha llamado la Reina de Hierro. El abismo atrae, la metamorfosis duele. Es cuando el amado esposo me toma en aquél instante en que me convierto en semilla. Simiente en multiplicidad cual fruto de granada que revienta la tierra y surge. Mi sueño es retornar a mi madre y danzar ante el sol. Voy desnuda cuando estoy con Aidoneo y, cuando estoy con Deméter, voy envuelta en tejidos sedosos y encajes bordados con retoños del estío. Soy cantora desnudada por el lamento y por el desamor, me ultrajan, me abandonan, me ignoran, me raptan. Soy cantora vestida de rojo pasión y dulzura, reparto bienes y dones. También soy esta que siempre muere, polvo, descanso, y desaparece para lavar la ropa vieja. Soy además, nacencia y estrella nueva.
Cuando Hades me raptó, Ceres lloró, destruyó toda flor y fruto que alimentase. Los manantiales secaron y la tierra fértil se tornó en erial, morían de hambre los seres. Júpiter-Zeus mi padre, preocupado por tal exterminio, propuso un pacto a su hermano, mi esposo, quien accedió. Desde entonces, durante una época del año vivo en las regiones insondables con mi esposo y, en la otra, con mi madre en sus llanuras, valles y montañas. Muero y reino, reino también cuando nazco. Voy y vengo, circulo, hago giros con los ciclos de la vegetación. Nuestro linaje es el inspirador de Los Misterios Eleusinos, en la antigua Grecia. Para los indios puedo ser Kali, para los fenicios, Astarté. En cada vez que Hermes con el permiso de mi padre y de mi esposo, me regresa a mi madre, me cubro con las telas de la primavera y, a mi lado, un cortejo de vástagos de ave, fauna y flor, caminan enfilados. Nacen justo en el instante que yo broto de la tierra y, cuando por fin mis pies la tocan, con más brotes se enverdecen y colorean los campos. En cada vez que Hécate me regresa al Hades, me esperan las erinias y antes de penetrar por la hendidura que ha de llevarme a los arcanos subterráneos, me desnudan y cambian mi corona por una de hojas de otoño.
Soy piel-entraña, la misma Perséfone-Kore que desde siempre muere para renacer. Doy cumplimiento a los ciclos humanos, a los del mundo, luna y mujer. Me desgarro, me desmenuzo en basura y, mezcladas yacen las semillas que en eclosión se tornan en bellos jardines y bosques bajo la lluvia y el sol. Me arrebatan la inocencia y es cuando me inicio en el saber. Soy crepúsculo y aurora. Soy inicio y término. Soy el ocultamiento del sol y saludo en la mañana. Soy instante de fémina que muere, en saliva dulce.

Sobre la autora
María Cecilia Carvajal Velasco es una artista plástica nacida en Cali 1949, residente en Medellín (Colombia).
Es madre y abuela, autodidacta, escritora y amante de los mitos. Ha realizado exposiciones colectivas e individuales en Medellín, en Sevilla y Barcelona (España) y participado en diferentes expresiones artísticas. Cuenta con las siguientes distinciones:
*Obra “Hermanos mayores” (serie Criptas) Selección Premio Memoria, MUUA 2010.
*Serie “Sueño, deseo y realidad” Segundo premio en Autodidactas del Salón Departamental de Artes Visuales 2011, Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia.
Ha publicado el libro de poemas Hécate y tres carátulas con fotografías de pinturas de su autoría se encuentran tres libros sobre investigación en temas de familia de Blanca Inés Jiménez Z.
Imagen de portada: Proserpina (1844) de Hiram Powers