El llanto de la madre por Ramón Patricio García Gebauer

Lloro por mis hijos en la soledad de mi cueva. Lloro porque un salvaje los ha estado asesinando uno por uno. Lloro porque solo puedo hundirme en mi dolor y esperar lo peor.

Mi primer hijo en sucumbir a manos de ese asesino vivía tranquilamente en un bosque. Era grande y fuerte y temible; siempre quiso vivir en soledad, alejado de los hombres, y por eso podía ser algo agresivo con aquellos que se adentraban en su territorio. El salvaje lo atacó dentro de su propio hogar y asfixió a mi pobre hijo. Y no solo eso: no estuvo satisfecho con haberlo matado, no, tenía que llevarse un recuerdo de su atrocidad. Entonces desolló a mi hijo y desde entonces el salvaje usa su piel como vestidura.

Le siguió mi hija. Yo creí que estaría a salvo por vivir en un lejano lago y por mantener buenas relaciones con los pobladores (aunque de vez en cuando devoró una que otra oveja). Aquello no detuvo a ese monstruo, quien viajó hasta su lago para matarla. Mi hija se defendió y luchó ferozmente, pero al final el salvaje logró asesinarla, mutilando y quemando el cuerpo de mi querida hija. El salvaje siguió profanando el cuerpo, bañando sus flechas en la sangre de mi hija.

Me sentí aliviada al saber que mis otros hijos no vivían solos: ellos eran guardias, defendiendo la propiedad de seres imponentes y poderosos. Pensé que el criminal no intentaría robarle a aquellos seres temibles, pero me equivoqué. Uno de mis hijos protegía un rebaño, y el salvaje lo asesinó para robarse los animales. Otro de mis hijos custodiaba un jardín, y el salvaje, para robarse unas frutas, le dio muerte. Mis pobres hijos estaban cumpliendo con su deber, un deber que ellos ni siquiera eligieron, y aun así el salvaje no tuvo compasión con ellos.

Y ahora me he enterado que ese bastardo ha secuestrado a uno de mis hijos, uno de los pocos que aún viven. No entiendo cómo pudo hacer esto… Mi hijo es guardián de una tierra lejana a la que pocos mortales han podido ir y regresar sin daños… Mi hijo, pobre de mi hijo, ha de estar tan asustado ahora, y quién sabe lo que este monstruo piense hacerle…

Mi llanto ya no es de tristeza sino de ira, y las lágrimas me queman las mejillas al pensar en él: salvaje, asesino, monstruo, criminal, bastardo…  Y lo peor es que se cree un héroe. ¿Qué hay de heroico en atentar contra el que no te ha hecho ningún mal? ¿Qué hay de heroico en masacrar familias enteras? ¿Qué hay de heroico en hacer llorar a una madre? Te maldigo, te maldigo por arrebatarme a mis hijos, te maldigo, te maldigo a ti y a tu falso heroísmo, te maldigo, Heracles.


Sobre el autor

Ramón Patricio García Gebauer nació en México y es candidato del Bachillerato Internacional. Le ha interesado la literatura desde muy joven y recientemente ha decidido empezar a participar en convocatorias y concursos de escritura.


Imagen: Hércules y el Cancerbero – Francisco de Zurbarán

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