Por Felix Alejandro Cristiá
¿Podría haber una pregunta que más despertara el interés por el pensamiento político que la de quién debería gobernar, o cuáles capacidades debe tener un buen gobernante?
En su diálogo Politeia (Πολιτεία, más conocido como República), Platón se entrega a la noble búsqueda de la Nación ideal y de su gobernante, aquel quien debe ser responsable de hacer lo que mejor le convenga al Estado por encima de los intereses individuales. A propósito de esto, Sócrates en el Libro III (Platón, República, 412b), nos dice:
—Entonces, si nuestros gobernantes deben ser los mejores guardianes, ¿no han de ser acaso los más aptos para guardar el Estado?
—Efectivamente.
—Y en tal caso ¿no conviene que, para comenzar, sean inteligentes, eficientes y preocupados por el Estado?
—Sin duda.
Así bien, el filósofo ateniense opinará que el gobierno de la nación –que no debemos olvidar, es de carácter aristocrático– tendría que estar en manos de los que hayan adquirido la capacidad de discernimiento, en otras palabras, quienes hayan alcanzado suficiente sabiduría, haber cultivado la prudencia y ejercitado constantemente el saber práctico; este es, en efecto, el gobernante-filósofo.
—A menos que los filósofos reinen en los Estados, o los que ahora son llamados reyes y gobernantes filosofen de modo genuino y adecuado, y que coincidan en una misma persona el poder político y la filosofía, y que se prohíba rigurosamente que marchen separadamente por cada uno de estos dos caminos las múltiples naturalezas que actualmente hacen así, no habrá, querido Glaucón, fin de los males para los Estados ni tampoco, creo, para el género humano […]. (Platón, República, 472d)
No quedándose aquí el modelo del dirigente ideal, también se destaca de Platón la opinión de que los hijos e hijas de los ciudadanos deben ser “como hermanos y como hijos de la misma tierra” (República, 414e), es decir, que no fueran sucesores legítimos de alguna persona y de su patrimonio, sino hijos comunes de la pólis, para así enaltecer el orden político y el bien común, previniendo conflictos de intereses relacionados con la propiedad y la herencia. Ahora bien, ¿qué tanto se cumplió lo que defendía Platón? ¿Filósofos lograron gobernar naciones?
Los Antoninos
La dinastía Antonina es bien conocida, gobernó el imperio romano durante el Siglo II, comprendiendo un período de expansión y esplendor a menudo referido como el “Siglo de oro”. Esta época da inicio en el año 96 con el emperador Marco Nerva, y finaliza en el 180 con la muerte de Marco Aurelio, aunque también se suele extender unos 16 años más con el reinado de Cómodo.
Lo peculiar de esta dinastía radica en que el poder del emperador no se transmitía por línea sanguínea; en ausencia de varones que pudieran heredar el mando, los emperadores adoptaban niños y designaban al sucesor de acuerdo a sus capacidades. Comenzando por Nerva, le siguieron Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio. Niccolò Machiavelli, en el capítulo X del primer libro de Discursos sobre la primera década de Tito Livio, del que en el futuro le acuñarían la frase de los “cinco buenos emperadores”, estudia el gobierno de los romanos:
Verá, además, leyendo la historia de todos ellos, cómo se puede organizar bien un reino, pues todos los emperadores que sucedieron a su predecesor por herencia, excepto Tito, fueron malos, y los que lo hicieron por adopción, fueron todos buenos, como los cinco que van de Nerva a Marco Aurelio: y cayendo luego el imperio en mano de los herederos de éste, volvió a arruinarse. (Maquiavelo, 2015, pp. 73-74)
Los aciertos de esta dinastía comprendían: la expansión territorial y eficacia militar (Nerva, Trajano), delimitaciones y obras de defensa (Adriano), hasta el esfuerzo por mantener la estabilidad en el imperio (Antonino Pío y Marco Aurelio). Este último, quien durante los primeros años de su mandato compartió el gobierno con Lucio Vero –también adoptado por Antonino–, dedicó parte de su tiempo a la filosofía, legándonos su libro Cosas para mí mismo (Τὰ εἰς ἑαυτόν), que a menudo se traduce como Meditaciones o Pensamientos para mí mismo, el cual escribía, según cuenta la historia, al final de los días de campaña militar del año 170. Esta obra seguramente no tenía la intención de fundar un paradigma educativo, sino que es resultado de una introspección.
Cabe señalar que no era la primera vez que el imperio romano había sido dirigido por un filósofo. Poco más de 100 años antes, Séneca gobernó de facto junto a Sexto Burro durante 8 años, ya que era el preceptor del legítimo heredero al poder quien, no obstante, era todavía un Nerón muy joven. Se suele decir que Trajano recordaba el gobierno de Séneca como el más justo hasta entonces, reduciendo impuestos indirectos y persiguiendo la corrupción de los gobernadores en las provincias.
«en una misma persona el poder político y la filosofía»
Marco Aurelio en sus Pensamientos, escritos en griego helenístico, destaca el sentido de responsabilidad, la austeridad y el culto a los ancestros. En la sección XVI del Libro I conmemora a las personas que marcaron su vida, por ejemplo, a quien fue su padre adoptivo por designio de Adriano:
De Tito Antonino, mi padre adoptivo: ser clemente, pero inflexible en las sentencias dictadas […]. Habría podido aplicársele lo que se dijo de Sócrates: que tenía la fuerza de privarse o de gozar indiferentemente de lo que la mayor parte de los hombres no puede ni carecer sin tristeza, ni poseer sin exceso.
Su pensamiento estoico influenciado por Epicteto exalta la imperturbabilidad del alma, el no temer a la muerte y concentrarse en el presente que es lo único que existe. La naturaleza en los estoicos tiende a seguir y justificar un orden, donde cada ciudadano –sus acciones o inacciones– debe aceptar lo que es (desde el esclavo hasta el patricio), y los intentos por cambiar el orden atentarían contra el universo mismo, Dios, la naturaleza; brindando cierta reminiscencia a la antigua Maat egipcia.
Acuérdate de estas dos verdades: la una, que el teatro de la vida ha sido siempre idéntico, que todo evoluciona en un círculo, y que es indiferente ver los mismos objetos durante un siglo que durante dos, o por espacio de un tiempo ilimitado; la otra, que quien muere muy joven pierde tanto como quien ha vivido muchos años. Ambos pierden sólo el presente, por el hecho de que no podrían perder lo que no tienen. (Libro II, XIV)
Y por supuesto, sus reflexiones también fungían como consejos para todo aquel que, sabiéndose gobernar a sí mismo, podría gobernar una nación. La libertad se encuentra en la manera en que vivimos con la naturaleza, según cómo aceptamos lo que nos sucede. Su visión sobre la vida, muerte y espiritualidad estaban estrechamente ligada a la voluntad y la austeridad, las cuáles había que controlar para garantizar el bien mayor: el bienestar del imperio, como nos dice en la sección XXII del Libro V: “Lo que no es perjudicial para la ciudad no lo es tampoco para el ciudadano. Ten por norma esta máxima siempre que creas que has recibido una ofensa”.
En este momento se hace necesario recalcar que este emperador, así como otros pensadores de la antigüedad, no fue filósofo como se suele entender hoy en día. Recordando a Platón, el filósofo no debe dedicarse únicamente a la reflexión o a ejercer el poder. La gran mayoría de pensadores de la antigüedad griega clásica se entregaban a los gozos de la sabiduría en tiempos de ocio, antes de las academias y los liceos. Sócrates, Jenofonte y otros destacados admirados de su época fueron militares, y en casos como Esquilo –como se dice que mandó a colocar en su epitafio– sentían más dicha en ser recordados como guerreros que luchan por su patria que como autores. Así bien, muchos de ellos, e incluyendo a los romanos, antes de ser ‘filósofos’ debían ser servidores de la comunidad cívica.
¿El error del emperador filósofo?
Sin embargo Marco Aurelio, a diferencia de sus antecesores, sí tuvo descendencia, por lo que ocurrió al final lo que dictaba la tradición. A su muerte el poder pasó a manos de su hijo Lucio Cómodo, siendo el último de la dinastía, más sin embargo y curiosamente, considerado uno de los peores emperadores de Roma. Este último Antonino, a diferencia de sus predecesores, fue criado con la convicción de que heredaría el poder; no tenía nada que asegurar, nada por lo que luchar ni por lo que competir, desembocando en un gobernante narcisista, populista y paranoico. La muerte de Cómodo inició un período de crisis en el imperio, donde aparecieron diversos aspirantes al trono y se intensificó la corrupción, llegando finalmente una etapa de militarización extrema; comienza el declive de Roma.
Siendo que, por cuestiones de ‘naturaleza’, los líderes de esta dinastía no tuvieron descendientes sanguíneos y tuvieron que seleccionar a su sucesor de acuerdo a sus capacidades pero que, sin embargo, sus labores fueron muy destacables en la historia romana, es pertinente la pregunta: ¿cuántos errores hubiera podido ahorrar la monarquía que se expandiría por el mundo si hubieran seguido con esta particularidad de los Antoninos, no como una consecuencia de la ausencia de heredero, sino como un método para cerciorarse de que gobernara alguien realmente competente? Pero la necesidad de preservar un legado propio normalmente tiene más peso que el bien común (¿y con ello la afrenta al servicio de la comunidad, y por ende al orden?).
De todas maneras, quizá no hubiese sido algo que le hubiera preocupado mucho al emperador y filósofo romano antonino, ya que el porvenir es siempre incierto y la naturaleza –verdadera regente– terminará imponiéndose.
¿Qué es lo único que puede facilitarle [al ser humano] su viaje en este mundo? La filosofía. Ésta consiste, pues, en velar por el dios que reside en su interior, de suerte que no reciba ni afrenta ni heridas, que no se deje arrastrar por los placeres ni por los dolores, que no haga nada a la ventura, que no emplee los embustes ni la hipocresía, que no cuente nunca con lo que otro haga o deje de hacer […], en fin, que aguarde la muerte sin inquietud, no viendo en ella más que una disolución de los elementos que constituyen el organismo de todo ser vivo. Si estos elementos no sufren daño alguno al transformarse perpetuamente de un estado a otro, ¿por qué han de inspirar desconfianza y temor? (Libro II, XVII)
En el año 176 –cuatro años antes de su muerte– Marco Aurelio hizo una visita a la ciudad de Sócrates, donde fundó una escuela que impartiría las “Cuatro cátedras de filosofía” y, persuadido por el orador griego Elio Aristides –aunque motivado por intereses quizás más políticos que filantrópicos–, mandó a reconstruir la ciudad de Esmirna, saqueada por los Costobocios años antes, y se convirtió en benefactor del templo de Eleusis donde se inició en sus misterios. Se podría decir que llegó a cumplir en gran medida aquellas conjeturas de las que se ocupó Platón mediante la evocación de su querido maestro: que fuera un filósofo –entendido como un hombre completo– quien liderara una nación.
No esperes jamás poder establecer la república de Platón. Conténtate si consigues hacer a los hombres un poco mejores. (Marco Aurelio, Pensamientos, Libro IX, XXIX)
Lamentablemente, el tiempo no pudo vencer a los tradicionalismos que tarde o temprano se imponían; la monarquía y la oligarquía seguirían tirando de la historia, legitimando el poder de la sangre y repitiendo sus errores.
Bibliografía:
Cortés, J. (1998). “Marco Aurelio, benefactor de Eleusis”. Gerión, no. 26, 1998, Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense, Madrid.
Marco Aurelio (2017). Pensamientos para mí mismo. Traducción de Joaquín Delgado. Errata Naturae.
Maquiavelo, N. (2015). Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Traducción de Ana Martínez Arancón. Alianza.
Platón (1988). Diálogos IV. República. Traducción de Conrado Eggers Lan. Gredos.
Séneca (2014). Sobre la firmeza del sabio. Sobre el ocio. Sobre la tranquilidad del alma. Sobre la brevedad de la vida. Alianza.
Imagen: La coronación de Marco Aurelio, tapiz del Palacio de Malferit, Valencia.