Nuur, un relato de Francisco José Segovia Ramos (España).

Nuur tiene que abandonar a su pareja y a sus dos retoños. Está obligado a salir para buscar comida o pronto morirán de hambre. Es su responsabilidad. Los mira una última vez, acurrucados en una esquina de su refugio y, tras lanzar un gruñido, sale fuera.

La ventisca levanta la nieve caída hace poco. Los cielos siguen oscuros y las nubes se retuercen amenazantes sobre su cabeza. Atisba el cercano horizonte hasta donde la visión lo permite. La nieve levantada le golpea el rostro e impide saber qué hay más allá de unos pocos pasos. No obstante, Nuur espera, con suerte, cazar una cabra o atrapar algún yak aislado de su manada y perdido en las montañas.

Debe dejar la seguridad relativa de su refugio, esa pequeña caverna resguardada en el estrecho y escondido desfiladero, donde aguardan sus hambrientos seres queridos, y descender en busca de alimentos. Ha de hacerlo, a riesgo de ser descubierto, porque la necesidad obliga.

Desciende la nevada montaña y camina durante un buen rato a través de la ventisca, cubriéndose el rostro para protegerse los ojos, oteando alrededor, casi sin esperanza dada la nula visibilidad. No tiene suerte. Ningún animal se atreve a habitar las altas cimas. Desesperado, sin otro camino que el descenso hacia parajes más benignos, baja de la montaña más lejos que nunca antes. No le queda otro remedio. Las vidas de los suyos dependen de ello. No puede regresar sin nada.

Después de caminar mucho tiempo, atisba dos borrones en la niebla. Dos borrones, dos formas casi etéreas que se mueven en la distancia. Quizá sea la presa que buscaba. Olisquea el aire, pero el viento sopla desde su espalda y ningún olor le viene de frente. Se acerca despacio y se va ocultando tras las rocas que sobresalen en el yermo paisaje. Tiene que acercarse más, mucho más, y entonces saltará y se la jugará toda a una.

Con cuidado, piensa. Calma su respiración, hace sus movimientos aun más pausados. Sale de su refugio y ve que las dos figuras apenas se encuentran a unos pasos de él.

Nuur escucha dos potentes truenos, como los de las fuertes tormentas que azotan las montañas durante muchos días de frío y lluvia, pero, lejos de desaparecer entre las rocas, esos truenos se clavan en su pecho como dos punzadas lacerantes de dolor.

Asombrado, se lleva las manos a su pecho y las descubre manchadas de sangre, de su sangre, que tiñe su blanca piel y el níveo suelo que pisa con la vida que se le escapa. Su vista se nubla. No tiene tiempo para retroceder y buscar refugio, esconderse de las formas borrosas que se acercan hacia él con actitud agresiva. Cae de rodillas. Gruñe, no debe dejar que lo cojan. La niebla que cubre sus ojos se convierte en noche, noche cada vez más oscura.

Los últimos pensamientos de Nuur, antes de morir, le traen la imagen de sus seres queridos, que le esperarán vanamente durante largo tiempo y solo verán llegar, en vez de su rostro amable y querido ofreciéndoles la caza prometida, la cruel guadaña de la muerte.

Las figuras se acercan hasta el cuerpo inerte de Nuur.

—¡Es el Yeti! —exclama uno de los dos hombres, sin atreverse a tocar el cadáver que se va enfriando con rapidez.

—¡Seremos famosos y ganaremos mucho dinero! —le replica su compañero mientras se coloca el rifle al hombro, cuyo cañón aún permanece caliente tras los dos disparos efectuados.

La ventisca, inmune a las pérdidas de la naturaleza y a los desmanes de los seres humanos, arrecia en las estribaciones de la gran cordillera del Himalaya, y la nieve cubre con un manto de silencio la entrada de la cueva donde agonizan de hambre los últimos y desconocidos supervivientes de una milenaria raza.

Francisco José Segovia Ramos nació en 1962. Es licenciado en Derecho. Ha ganado diferentes certámenes de relato y poesía, tanto en España como en otros países (Líbano, Argentina o Venezuela) y participado en numerosas antologías de poesía y relato con varios autores. Algunas de sus creaciones son “Sangre Negra”, “Los círculos del Infierno”, “El hombre tras el monstruo, “Los Náufragos del Aurora”, “Viajero de todos los mundos”, “Los sueños muertos”, entre otras. Es colaborador de revistas y periódicos y miembro honorífico de la Maison Naaman pour la Culture, Beirut, Líbano.

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