I
La jarilla, el algarrobo y el chañar son plantas emblemáticas de la región cuyana en la provincia de Mendoza, reconocidas por sus propiedades y usos medicinales. Hecho que se constata ya desde la época aborigen, cuando los huarpes, pueblo nativo que cultivó la sabiduría curativa, hizo uso de ellas y de muchas otras plantas autóctonas que se encontraban en el lugar.
La riqueza natural de estas tierras permite acceder a una gran variedad de flora con importantes propiedades terapéuticas. Por esta razón, la medicina tradicional es parte del legado cultural de estos pueblos ancestrales, conocimientos orales que han sido transmitidos a lo largo del tiempo a las generaciones posteriores; siempre en concordancia con la valorización de las cualidades curativas de estas plantas y sus posibles usos alternativos, lo cual ha permitido redefinir su vínculo con el entorno e, incluso, con las creencias religiosas.
Actualmente, las comunidades campesinas descendientes de los huarpes habitan las tierras del secano de Lavalle, en la provincia de Mendoza, siendo esta zona conocida como Lagunas del Rosario de Guanacache. Su historia se remonta a la época en que los pueblos nativos ocupaban zonas andinas, específicamente localizaciones de precordillera en la cordillera de Los Andes, entre Mendoza y San Juan, como territorios de la planicie cuyana. Con la expansión y conquista territorial de los incas, en primera instancia, una parte del pueblo permaneció sometido a la dominación incaica, mientras que el resto descendió hacia el piedemonte, hacia “Huanacache”, como era designado entonces; lugar que se convertiría en un refugio elemental para las tribus nativas tras la llegada de los españoles un poco más tarde.
En épocas precolombinas, las Lagunas de Guanacache eran una fuente importante de recursos naturales para sus pobladores; la alimentación se basaba fundamentalmente en pescado y aves, permitiéndoles cultivar en sus costas maíz y hortalizas. Las lagunas eran enriquecidas por los aportes fluviales de los ríos Mendoza y San Juan, que nacen en la cordillera y se abastecen de caudal producto de las nevadas y los deshielos en verano. Además, sus pobladores podían cazar y recolectar frutos de los bosques nativos, hacer uso de los árboles y arbustos para emplearlos como leña para hacer fuego, en la construcción de viviendas y la cestería. Los juncos, carrizos, cortaderas y totoras que crecían a las orillas de las lagunas en zonas de humedales, las utilizaban para la construcción de las paredes de sus chozas entremezclándolas con barro. Confeccionaban con totoras y juncos, balsas para navegar en las lagunas y favorecer la pesca. Recogían vainas de algarrobo y aprovechaban los frutos de los chañares como comestibles y para fabricar néctar. Criaban llamas en las zonas de pastizales, que las usaban como animales de carga y para la obtención del cuero del animal. De esta forma, los recursos naturales eran aprovechados al máximo por estas comunidades indígenas.
Hay que reconocer entonces que una gran parte de la población huarpe se estableció por aquella época en las Lagunas del Rosario de Guanacache, en una zona de oasis fértil rodeado de lagunas y de desierto, donde abundaban los humedales, siendo éste un ecosistema ideal como escenario para el asentamiento humano. El agua en abundancia que provenía de los ríos de montaña, la convertía en una zona fructífera para desarrollar la pesca y la agricultura rudimentaria. En esta zona se destacan las vastas planicies cubiertas de médanos donde es posible hallar poblaciones de árboles y arbustos autóctonos que pueblan el territorio. En ellas, los humedales son al día de hoy áreas protegidas; a pesar de que la desertificación ha ido avanzando lentamente, provocando cambios ecológicos importantes por la escasez del agua.
En la época colonial, tras la llegada de los españoles, muchos pobladores que residían en territorios de altura o en la planicie del valle de Huentata, sitio donde se fundaría la ciudad de Mendoza más tarde en 1561, se marcharon tierra adentro hacia las zonas desérticas huyendo del sistema de encomiendas español, el cual formó parte del proyecto de colonización y dominación europea durante el siglo XVII; época en la que también comenzó el proceso de evangelización de estas tribus nativas.
El sistema por encomiendas promovía el trabajo forzado en la extracción minera bajo la modalidad de esclavitud. Como las tierras del secano no eran de interés español por las distancias que debían recorrer, las poblaciones aborígenes se concentraron allí aprovechando al máximo los recursos naturales que existían. A raíz del sistema de encomiendas, los nativos eran trasladados a diversas colonias como mano de obra, por lo que la población original comenzó a sufrir bajas, sin dejar de mencionar que muchos murieron afectados por las enfermedades que trajeron los europeos. Tras el proceso de evangelización en la época colonial, las comunidades aborígenes adoptaron la costumbre cristiana de celebrar lo que en Lavalle actualmente se conoce como las “Fiestas patronales” que, como un vínculo cultural, folklórico y tradicional muy fuerte, permiten que las diferentes comunidades rurales dispersas por el desierto se reúnan en un mismo sitio una vez al año a celebrar y festejar en honor de la Virgen del Rosario de San Nicolás, su patrona. A pesar de la adopción de la religiosidad cristiana, estos encuentros masivos les permiten a los descendientes de los huarpes, al reunirse y rememorar sus propias tradiciones, reforzar su identidad y su cultura.
Este pueblo originario, influenciado por la conquista y colonización incaica, se destacó por crear una red de acequias y canales que derivaban el agua de los ríos de las montañas a las zonas de cultivo del piedemonte; extendiéndose y desarrollándose hacia la región del monte mendocino, donde con el paso del tiempo iría conformándose un gran oasis dadar de vida ante la vasta sequedad de esas tierras áridas o semiáridas. Por esto hoy en día se reconoce que los huarpes fueron los pioneros en crear esta red hídrica, que por aquel entonces era sencilla, pero que con el paso de los siglos iría intensificándose y mejorándose para dar lugar a extensiones importantes de tierras semiáridas, que pudieron, en adelante, ser cultivadas con fructíferos resultados.
El desarrollo de la ciudad de Mendoza, fundada en 1561, enriqueció este proceso de progreso y avance sobre el valle fértil en detrimento de los extensos territorios desérticos de Lavalle que comenzaron a recibir cada vez menos aportes fluviales debido a la retención y canalización del agua destinada para los regadíos y el consumo urbano. Así, el desarrollo de la gran urbe, la creación de obras hidráulicas y de canalización del agua para cubrir regadíos vitivinícolas y, en menor medida, agrícolas y ganaderos fue afectando directamente al ecosistema que conformaban las Lagunas del Rosario de Guanacache.
Para el siglo XIX y del siglo XX en adelante, la población que residía en el secano comenzó a empobrecerse. Dispersos geográficamente, localizados en puestos o ranchos constituidos como unidades productivas o familiares, quienes actualmente habitan esta región se dedican a la crianza de ganado caprino en mayor medida, aunque también del ovino y bovino; a la cestería, a la confección de escobas que realizan a partir del junquillo que recolectan en la zona y a trabajos eventuales como es el de jornalero en la época de cosecha vitivinícola. Estos efectos sufridos por el entorno ambiental en los últimos siglos, a raíz de la expansión urbana y la infraestructura hidráulica y de represas, han modificado sustancialmente el ecosistema natural del secano de Lavalle. Sus habitantes actuales, descendientes huarpes, junto al resto de seres vivos que forman parte del medio ambiente que los rodean, han sufrido las consecuencias y se han visto en la necesidad de modificar sus condiciones y estilos de vida adaptándose a las nuevas condiciones ambientales y naturales. Por la misma razón, tanto los bosques nativos como la fauna local se han visto afectados sobremanera ante el inminente cambio ecológico, que ha hecho que estas tierras, junto a sus lagunas y humedales, sean consideradas áreas protegidas.
A pesar de los cambios y modificaciones ocurridos durante los últimos siglos a nivel de ecosistema, siempre considerando la interrelación con sus pobladores actuales y el rescate de la flora y de la fauna de la región, ya en la época precolombina, casi como si fuese un laboratorio natural donde se mezclaban, producían y almacenaban los saberes ancestrales de estos pueblos primitivos, se configuró una confluencia de conocimientos y prácticas medicinales extraídas de la observación y del uso de la flora autóctona del lugar. Su práctica tomó en cuenta elementos del entorno natural, al tiempo que fortaleció la identidad cultural y la conexión natural con el territorio.
Fueron los huarpes quienes se atrevieron a conocer a las plantas que habitaban su medio ambiente y obtuvieron de ellas sus máximos rendimientos curativos, entre otros fines alternativos, como el uso de la madera para hacer fuego, vigas o construir chozas; acciones que formaron parte de un proceso integral de unión del hombre con la naturaleza, donde dichas prácticas de uso medicinal han sido y siguen siendo de gran relevancia social y cultural para las comunidades campesinas rurales, dispersas hoy en día geográficamente, que se reconocen como sus descendientes al poseer dichos conocimientos y administrar las prácticas necesarias para preparar y obtener los remedios caseros que sus familias necesitan para mantener la salud.
Así, antaño, toda esta actividad requería previamente conocer con suficiencia los ambientes en los que crecían las plantas que se necesitaban, cuáles eran las propiedades curativas asignadas a cada una de ellas y qué tipo de enfermedades podían tratarse. Al conocer la diversidad de plantas autóctonas, ya sea las localizadas en la región de montaña en terrenos áridos y semiáridos, y que son de tipo xerófilas; o las nativas de los bosques del desierto cuyano, podían entonces llevar a cabo la aplicación de distintas técnicas de recolección y/o cosecha de hojas, raíces, corteza y semillas, para luego poder almacenarlas o desecarlas según fuese necesario. Luego podrían preparar los remedios y aplicarlos. También se dedicaron a obtener y extraer resinas y aceites naturales, que utilizaban para tratar diferentes dolencias físicas. Las infusiones o cataplasmas solían ser preparados combinados de plantas para que el efecto fuera mayor.
Hoy en día podemos reconocer que estos saberes y usos medicinales siguen vivos en el imaginario de estas comunidades de descendientes huarpes y en la población en general, gracias a la conservación de sus costumbres y tradiciones que se han mantenido como fundamento cultural. La realidad es que la medicina tradicional continúa siendo una alternativa muy utilizada por estos pobladores actuales del secano de Lavalle, en su relación con la medicina occidental; ya que a veces, recurrir a ella les facilita un mayor acceso a la salud si se considera que viven alejados de las grandes urbes, en zonas rurales donde los centros sanitarios son escasos o distantes.
II
Los bosques nativos del desierto de Lavalle y la vegetación arbustiva autóctona de estas regiones, tanto como la flora xerófila de la precordillera mendocina, han sido un recurso muy valioso para sus habitantes, ya fuese para asegurar la supervivencia o para emplear los aportes naturales en otros usos, como elementos indispensables para el hombre y su proceso de supervivencia y adaptación al medio ambiente.
Vale reconocer que hoy estas tierras desérticas de Lavalle no corren la misma suerte que antaño, cuando el agua de deshielo y de las precipitaciones abundantes de verano la convertían en un ecosistema próspero lleno de vida animal, vegetal y humana. En la actualidad, como el agua de los ríos es retenida cordillera arriba y destinada a varios usos, escasea la cantidad que se deja pasar a las lagunas de Guanacache; extensos territorios de tierras que, afectados por este fenómeno, muestran cada vez más sequedad del ambiente. Esto incide en el comportamiento de los animales, obligados a caminar kilómetros para poder beber, y en las plantas que han debido adaptarse conjuntamente. El cambio medio ambiental ha sido rotundo en este ecosistema. Ha llevado a sus habitantes a ir modificando su calidad de vida con el paso de los años, promoviendo su pobreza. En definitiva, los avances en las obras de infraestructura y las canalizaciones del agua de los ríos, más el aumento demográfico y la extensión urbana entre otros factores, han propiciado el avance de la sequía en el desierto.
Ante esta situación,es loable reconocer cómo la vegetación autóctona ha acompañado, mutado y sufrido a lo largo de varios siglos los cambios económicos, sociales, culturales y ecológicos que han afectado sobremanera a estos pueblos descendientes huarpes que, desde su condición de precariedad, siguen día a día rescatando tradiciones y costumbres. Entre ellas destacan los ancestrales conocimientos medicinales ya comentados, aplicados a los medicamentos caseros que siguen utilizando entre sus familias, siempre conscientes e integrados al medio ambiente como parte intrínseca de la naturaleza que los determina en su forma de vivir.
Mientras que en los entornos naturales propios de la cordillera andina, la vegetación autóctona que predomina es de tipo xerófila; sus arbustos, cactus y forrajes se han adaptado a vivir con poca agua, proveniente de las escasas lluvias estivales, soportando según la época el frío y las nevadas o el extremo calor.
Como en un día cualquiera de verano, como en el ciclo natural de la vida, la rueda vegetal gira sobre el terreno escarpado llevándose consigo lo que encuentra a su paso. Desechos de gramínea seca forman una rueda universal cada vez más grande al voltear sin detenerse cuesta abajo, intensificándose por el efecto del viento zonda que azota con crudeza y no cesa de soplar; mientras la tierra se agrieta aún más, el calor intenso es casi mortal, y las corrientes de aire huracanadas arremeten con imprudencia contra las plantas autóctonas que amortiguadas a fuerza de costumbre, esperan la calma. Tras su ataque feroz, la retirada del zonda traerá viento frío del sur, que contrarrestará la sequedad. Posiblemente, traerá lluvia. La tierra seca ruge por su ausencia. Las plantas que la habitan quedan expuestas a las condiciones atmosféricas, esforzándose un poco más por resistir. Todo este peregrinaje forma parte de un engranaje climático característico de la región cuyana.
Como extraída de una postal de viaje, la cordillera de Los Andes luce deslumbrante en las alturas cubierta por manchones de nieve, mientras que en los montes más bajos, las jarillas, los cactus florecidos y los arbustos típicos de la zona cubren como una alfombra irregular el suelo árido. La lluvia que al fin ha llegado, ha rejuvenecido los campos y la vegetación ha reverdecido sobremanera. Detrás, los riscos más elevados de la cordillera aún conservan manchas de nieve, que con la llegada del intenso verano, comienza a derretirse permitiendo que el caudal de los arroyos y ríos se intensifique. La aromática esencia de la jarilla se huele en el ambiente. El agua de lluvia ha sido una bendición para ella. Como una postal viajera, los pliegues rocosos donde quiebran las montañas y sus elevadas paredes caprichosas cuesta abajo están cubiertos por plantas arbustivas que caracterizan el lugar.
Este tesoro vegetal de montaña es la jarilla, planta aromática cuya textura natural nos sumerge en el seco ambiente del que provienen. Es conocida como una planta xerófila, ya que se ha adaptado a vivir en suelos poco desarrollados con muy poca disponibilidad de agua; escasamente recibe agua de lluvia en las épocas de verano. Vive en este ambiente de desierto cordillerano permitiéndose realizar la evaporación y la sudoración como forma de adaptación al medio; soporta el viento zonda, que las seca aún más. y también ha sobrevivido al clima álgido de invierno, pudiendo soportar la nieve.
La jarilla macho (Larrea cuneifolea), hembra (Larrea divaricata) y cresta o fina (Larrea nítida) como planta típica de la cordillera de Los Andes, que en su desarrollo arbustivo no alcanza más de los dos metros de alto, ha llegado a cubrir grandes terrenos gracias a su ramaje extendido. Presenta una fragancia característica cuando entre los meses de octubre y noviembre florece. Sus flores amarillas le confieren un toque esencial al paisaje y sus aromáticas hojas se lucen en los entornos cordilleranos.
Antaño, esta sencilla planta, en sus tres variedades típicas en que es posible encontrarla en la zona, fue utilizada por los pueblos aborígenes para diversos fines. Se apropiaron de sus riquezas medicinales y sus usos habituales para integrarla a su estilo de vida. Como emplasto, en infusiones, la utilizaban por sus propiedades antiinflamatorias y antireumáticas. También se conocen algunos usos medicinales en animales. Los arrieros colocaban las hojas de la jarilla sobre una piedra caliente, luego asentaban la pata de caballo o mula sobre ella durante unos minutos para poder curar sus vasos gastados. Esto se debe a que el humo de la resina de las hojas los endurece. Las cataplasmas, entre otros usos, producen sudor en el cuerpo de la persona tratada, permitiendo curar las afecciones reumáticas. La jarrilla es utilizada en infusiones más comúnmente para tratar resfríos, catarros y gripe. Otro de sus usos atribuidos fue emplearla en los partos. Además, de ella es posible extraer un ácido, cuya sustancia ha resultado un excelente antioxidante de aceites y grasas comestibles. También fue utilizada para realizar teñidos por los pueblos nativos.
Uno de sus usos más difundidos ha sido el ser empleada como leña, razón por la cual se conoce al jarillero como la persona que en otros tiempos la juntaba y la trasladaba a los pueblos colindantes o a la ciudad. Pero existe además otra aplicación muy curiosa entre los campesinos y arrieros que viven en estas zonas cordilleranas. La variedad de jarilla Larrea Cuneifolia dispone el frente de sus hojas mirando hacia el este y su envés hacia el oeste para evitar la evaporación de agua ante la exposición solar, sobre todo durante el mediodía; por lo que es utilizada como una brújula natural al permitir la idetificación del norte y el sur.
Antiguamente, luego de prender fuego con una ramita de jarilla, esta era manipulada como ahuyentadora de males y maleficios. También podía emplearse como un sahumerio al triturar en un mortero las hojas de una ramita seca, y luego quemarla. El humo que despedía servía a los fines de limpieza, curación y búsqueda de protección espiritual.
En Mendoza se instituyó por ley el 10 de noviembre como fecha para rememorar a la Flor Provincial, que no es otra que la flor de la jarilla.
III
Los tesoros vegetales del desierto en Lavalle, en las Lagunas del Rosario de Guanacache son los bosques nativos, cuyas riquezas naturales fueron explotados y utilizados por los pueblos originarios. En la vegetación de la región es posible mencionar el algarrobo (Prosopis flexuosa), el chañar (Geoffroea decorticans), el quebracho blanco (Aspidoss permaquerao blanco), el espinillo (Acacia caven), el retamo (Bulnesia retama) y el atamisque (Capparisata misquera), entre muchos otros.
El algarrobo siempre ha sido de gran utilidad a los pobladores por la sombra que provee, sobre todo si consideramos que, en zonas desérticas como ésta, la sequedad y el calor suelen afectar a las personas y a los animales. Su forraje y su leña aportan un importante valor calórico, por lo que siempre ha sido útil para hacer fuego y cocinar alimentos. La madera de este árbol ha sido utilizada además en la construcción en forma de vigas o postes, debido a que el árbol alcanza una altura considerable cercana a los siete metros de altura; también, fue destinada a la fabricación de durmientes para la construcción de las vías del ferrocarril, cuando este medio de transporte hizo su llegada a la provincia de Mendoza y su recorrido se amplió hacia la cordillera andina camino internacional que la vincula con su país vecino, Chile. El fruto del algarrobo tiene forma de vaina, es comestible, de sabor dulce, y ha sido utilizado para elaborar bebidas alcohólicas. Con su harina los pobladores realizaban una pasta seca a la que llamaban patay, nombre que han utilizado para designar una especie de pan dulce casero.
Del quebracho blanco, también nativo de los bosques desérticos, se extraen frutos verdes, que al ser triturados y machacados proveen un jugo que luego se utiliza para cuajar la leche de cabra. Además, ha sido utilizado como leña y para la fabricación de carruajes y la confección de mobiliarios. El espinillo (Acacia caven), en cambio, ha sido empleado para cercar los corrales de los animales y también para sostener los alambrados que delimitan los campos. De sus frutos se puede extraer una anilina negra como colorante textil, al someterlos a cocción; y de su corteza triturada se obtiene un tinte marrón oscuro.
El chañar, por su parte, es un árbol emblemático de estos parajes, cuyos frutos dulces y comestibles son muy utilizados para producir un jarabe empleado para tratar las afecciones de garganta y tos. Es comúnmente conocido como arrope de chañar. Su uso tradicional fue difundido sobre todo en el norte argentino, donde también se extienden estos ejemplares como parte de los bosques nativos. Sus semillas y frutas son comestibles tanto para las personas como para los animales. La madera de este árbol es utilizada como leña, carbón y para confección de mobiliarios en la carpintería. Florecido recrea un espacio asombroso por su encanto y belleza, digno de contemplar.
Para concluir, resulta prioritario ofrecer una exhortación al reconocimiento, al respeto de estas vivencias y prácticas humanas que han trascendido en el tiempo, dándonos la posibilidad de valorarlas y otorgarles el significado social y cultural que se merecen, más allá del sentido farmacológico que efectivamente tengan. Cualquier sociedad latinoamericana puede admitir, al revisar su pasado aborigen, que si en la naturaleza misma predomina la vida en la flora autóctona local y regional, nosotros podemos contribuir de forma responsable y consciente a cuidarla y preservarla para su conservación para las generaciones futuras, al tiempo que también nos beneficiamos e integramos saludablemente al medio ambiente que nos rodea.
Bibliografía
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Sobre la autora
Patricia Elizabeth Zanatta. Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Cuyo, de Mendoza, Argentina. Realizó estudios en Gestión de Empresas del Instituto Tecnológico Universitario, y un Posgrado en Recursos Humanos en la U.N.Cuyo. Ha escrito varias obras de ficción en estos últimos años en el género novela y cuento. En mayo del 2021 publicó el cuento “Telaraña”, seleccionado en la Convocatoria Literaria Ficciones de la Revista LadoBerlín, y en 1997 publicó algunos cuentos en el Encuentro de Escritores de la Municipalidad de Luján de Cuyo, Mendoza.