La Cuestión Homérica
debate la existencia de quien,
de haber existido,
cantó desde las tinieblas
para iluminar el mundo.
La verdadera cuestión,
no obstante,
es que menos dudosas
nos parecen
la soberbia de
Agamenón, la fuerza de
Ayante, el terror que infundía
en los héroes
el grito de Héctor, el cuerpo
inmaculado de Briseida.
Nadie escribió la Ilíada, Nadie
la Odisea, Nadie rechazó
el blando tálamo de Circe.
Y sin embargo,
tuvo que existir Homero.
Tuvo que cantar en Argos,
Esmirna y Colofón, morir
en Íos.
Tuvo que haber quien cantara
la ira del aqueo,
la carrera final al pie de
las murallas,
para que
al ver tu cuerpo lleno de sombra,
tendido, lejano y melancólico
sobre la encrespada superficie
de las sábanas,
pudiera nombrar talón, tendón
de Aquiles, a esa breve y tensa
superficie desde la que
iniciaba mi boca,
cada vez,
el inmenso viaje
de su propio canto.
Tendida sobre esa cama,
tan cercana,
eras
más inverosímil aún
que el bardo griego.
Y si había entonces
una certeza
en el mundo,
era la de ser ese mínimo cuarto,
esa habitación estrecha,
el centro indiscutible
del universo,
el inicio y el final del tiempo.
Vuelta de espaldas,
tendida como un héroe
bajo el peso del sueño y
de los juveniles miembros,
con el rostro
hundido en la sonrisa,
los muslos oscuros
y ligeramente abiertos
al asombro, a la lengua
y a los labios,
parecías demostrar,
de una vez por todas,
que la verdadera cuestión
es esta
de no saber,
—de no importarme,
si es real o inventado
este recuerdo—,
si te hace estar de nuevo,
súbitamente
cercana e inverosímil,
alumbrando con tu canto
al mundo.
Sobre el autor
Édgar Trevizo es poeta, traductor, editor y promotor de la lectura de poesía. Es autor de tres poemarios, el más reciente de ellos, “La vida espiritual de las hormigas”, publicado en 2021. Como traductor y compilador, cuenta con ocho títulos de su autoría. En el presente coordina el proyecto editorial independiente mexicano Medusa Editores.