La bellísima luna se ha lanzado sobre el bosque.
De muy pequeña, mamá me dijo el huehuetlatolli que aún conservo en mi memoria: turquesas finas redondas y acanaladas de las que hice una imagen en mi corazón; honestidad al vestir y al andar, calma al hablar, el deber de honrarla a ella, a mi padre y a mi cuerpo, por si algún día habría de llegar el amado que me alabaría, pero también entonó para mí el Kay nicté, y en ese canto de la flor me habló de un momento que sería únicamente para mí, el cual, espero.
Me despierta de noche y salimos con la luna, testigo del rito que se guarda secreto en el silencio del bosque. El cielo, como capa azul preciosa, cubre de suspenso la tierra y deja escapar el hilo brillante que manda la luna para que no me pierda en el camino. Mis pasos, acompañados del perfume de las plumerías, están rodeados de esa alegría de quien se sabe segura de no ser vista.
En el corazón del bosque, un rincón dedicado a nosotras, laten los corazones de las mujeres que me cuidan, quienes se dejan llevar por el aroma del copal, jazmines y flores de chucum. La tamborilera muestra el caparazón de tortuga terrestre que le ha sido heredado para guiar la celebración donde recibo los primeros regalos de mi edad adulta. Entre cada golpe melódico, las mujeres que me acompañan muestran sus ofrendas:
—El nuevo hilo de algodón.
—La nueva jícara
—Y el grande y fino pedernal.
Me veo en el ejercicio de saberes maternos, tejiendo una vida y prendas para los míos, un hogar en donde encender el fuego y compartir alimentos: yo, como el eje de una vida que está a punto de comenzar. Tiemblo de alegría de saberme mujer. Ante mí se revela el calzado y el ajuar para la nueva yo; una cinta para amarrar un nenúfar a mi cabellera. Los contemplo embelesada hasta que el caracol suena en los labios de la anciana maestra.
—Estamos a orillas de la poza en la roca. Esperamos por el nacimiento de la bella estrella.
Miro al cielo en busca de Venus, que se abre paso entre las nubes. Escucho. Es la hora de despojarse de las vestimentas y soltar nuestras cabelleras hasta quedarnos tal y como llegamos al mundo, de la mano de las madres y parteras.
Entro en la poza de nenúfares que encierran los perfumes de la noche: el rocío de mis predecesoras, plumas ricas, plumas bellas, y los aromas de esos jazmines que me ofrecen la miel de su cáliz, tal y como habré de hacer con mi amado. Mientras tanto, cual plumeria fresca, mantendré mi corola cerrada hasta que llegue el momento, si es que llega. Pieles libres y cálidas, cabelleras sueltas que guardan en su negrura estrellas. Me sumerjo y el tiempo se detiene en un instante donde música, Venus y cuerpo son lo mismo.
Mi niñez muere, yo renazco entre cantos y bailes de esas que rodean la poza en un rito que es tan antiguo y sagrado como la mujer. Celebración secreta la que concluye en mi cuerpo húmedo bajo el cielo que me preparó la luna.
—Sobre el mundo, vírgenes, mujeres, diosas. —Oigo y me sumo al coro.
Tejeré vida, si así lo deseo, en honor a la tierra, madre primigenia.
Sobre la autora
Escritora. Consejo editorial de la revista Palabrijes (UACM) y colaboradora de Cuentística, miembro de «Imaginarias», Premio Nacional para Mujeres Cuentistas de Ciencia Ficción 2022. Autora de Pequeñas desaparecidas (Ediciones Arboreto, 2022). Cuentista en: IV antología de cuento de Escritoras Mexicanas; Siniestras. Antología de cuentos de mujeres que incomodan; El tejido de la mujer araña, etc., y revistas como: Ágora (Colmex); Palabrijes (UACM); Acuarela humanística (UAEMEX); Punto de partida; Punto en línea, (UNAM); LIJ Ibero (IBERO). Tiene cuentos premiados por la Universidad Veracruzana, Universidad Autónoma de Aguascalientes, Universidad Autónoma Metropolitana, etc.